Revocar la revocación

Constituye un agravio despilfarrar tres mil 800 millones de pesos en un ejercicio innecesario.
Jalil

Revocar la revocación. Si la política es de austeridad y la atmósfera de incertidumbre económica, constituye un agravio despilfarrar tres mil 800 millones de pesos en un ejercicio innecesario, como lo es la consulta de revocación del mandato. Aun reduciendo el monto presupuestado para realizarlo, implica tirar recursos económicos y políticos.

Hasta ahora, se han dilapidado más de 48.7 millones de pesos en el armado de la solicitud del proceso. Sí, es valioso garantizar y aplicar mecanismos de participación directa en la democracia, pero el momento exige sensatez. Recomienda suspenderlo, mostrar cordura, humildad política no vanidad disfrazada. Se está a tiempo de cancelarlo. Querer no es poder.

Se entiende la doble intención con que el presidente López Obrador insiste en llevarlo a cabo: sentar un precedente importante y, a fuerza de torturar el lenguaje, trastocar la revocación en ratificación del mandato y, fortalecido, mantener a raya a la oposición y controlar el juego sucesorio que él mismo desató entre los suyos.

Se entiende, pero no se justifica.

Disuena que, ahora, cuando por fin se reconoce el desabasto de medicinas, se despilfarren miles de millones de pesos en un ejercicio sin sentido.

Bajarle a las prerrogativas y subirle a la política. Ante la cacareada y hasta ahora desconocida iniciativa presidencial de reforma del régimen electoral, los partidos han asumido sendas y encontradas posturas.

La oposición se desgarra las vestiduras en defensa del Instituto Nacional Electoral tal como está y el partido en el poder se viste de gala diciéndose resuelto a bajarle el costo a la democracia, aun si la extingue.

Sin embargo, ninguno se toma en serio una opción viable y necesaria: reducir el financiamiento público de los partidos.
Morena lo ha propuesto, pero más con ánimo de exhibir la resistencia del resto y ganar simpatías que con el propósito de impulsar la idea.

Son carretadas de dinero público las que derrochan los partidos en la producción de una política de pésima calidad.
El insostenible argumento de que con el financiamiento público se evita el ingreso y uso de dinero sucio en las campañas, sólo genera carcajada o bostezo. Cosa de indagar cuánto le han metido a partidos y candidatos, los grandes capitales, los cárteles criminales y los gobiernos corruptos.

Por lo demás, las prerrogativas han distorsionado el sentido de los partidos.

Con millonarios recursos garantizados, éstos se han alejado de la ciudadanía y las dirigencias de la militancia, haciendo del financiamiento un botín económico que, incluso, ha llegado a anular la aspiración política.

Bajar el costo a la democracia no es una locura, locura es enriquecer a partidos que no producen democracia.

Del monólogo circular al diálogo productivo. Los monólogos circulares de un bando y el otro han dominado la escena, no el diálogo productivo.

En esa virtud resulta difícil de entender el acercamiento de Acción Nacional a Gobernación para, según el secretario Adán Augusto López, “encontrar coincidencias y analizar las diferencias para fortalecer la unidad nacional”. Como propósito de año nuevo, suena bonito, aunque contradice la línea de confrontación adoptada por ambas partes.

El pleito entre colaboradores y excolaboradores presidenciales que hacen pensar en una desobediencia ciega y ponen en duda el control sobre ellos, así como el combate a la corrupción sin importar quién la practique.

Mal no harían el gobierno y los partidos en asomarse a la realidad y actuar con mucha mayor inteligencia y consecuencia.