“Un buen ciudadano es un ser siempre disponible a custodiar y a dejarse acompañar, con su propia identidad y en relación constitutiva con los demás”.
Puede que nadie logre rehacerse a sí mismo sin sufrimiento, lo que conlleva no bajar la guardia en la asistencia social, para que aminoren los dolores. Retrasar o estancar los proyectos humanitarios tampoco es humano, hasta el punto que nos impide que vivamos felices, con buena salud y mejores propósitos.
Lo importante es que nos reencontremos asistidos unos por otros, como consecuencia del amor que nos ofrecemos recíprocamente, bajo la autenticidad de esa donación de servicio, requerida incesantemente ante la multitud de vicisitudes.
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Por ello, todo cuanto signifique de entrega real, nos va a estimular a no decaer y a no dejarnos abatir por las dificultades, sino a progresar y a crecer de entusiasmo, que en realidad es lo que nos hace abrazar nuevos horizontes y levantar el ánimo.
Indudablemente, todo ser busca el bienestar tanto material como mental de forma afanosa, pero a veces se halla a su pesar, con contiendas insalvables de incertidumbre y soledad, de exclusión y necedad; lo que requiere de todos nosotros, aparte de la mano tendida siempre, de una estrategia de política integral e integradora, que funcione como desvelo universal, a través del diálogo político directo, la mediación y la meditación conjunta entre culturas diversas.
Por consiguiente, no podemos desfallecer, ante la multitud de hechos desagradables que nos vertemos sin consideración alguna.
Así, el activo de la cultura del abrazo de corazón, va a confluir en un mayor respeto ante el enérgico volcán de violaciones continuas al derecho internacional.
Lo que no es de recibo es que después de tantos años del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, aún no hayamos eliminado las armas nucleares por ejemplo. Nunca es tarde, para que este sueño de desarme, se haga presencia. Tampoco perdamos la esperanza.
Fruto de todos estos aconteceres mortecinos, donde la primera víctima es la verdad y la propia vida que se pone en entredicho, urge trazar otros modos y maneras de vivir, reconsiderando a la familia como el lugar ideal para conjugar proyectos que nos armonicen, tanto en generaciones como en cuanto a género.
Lo fundamental es que la persona pueda interactuar y sentirse asistida, ya sea niño o abuelo, hombre o mujer, ante el aluvión de contrariedades que nos contaminan nuestros propios espacios de crecimiento y desarrollo interno.
No olvidemos que un buen ciudadano es un ser siempre disponible a custodiar y a dejarse acompañar, con su propia identidad y en relación constitutiva con los demás. Esto exige otras dinámicas, que nos permitan ganar confianza y acrecentar nuestra misión responsable por la quietud.
Lo cierto es que cuando las alianzas se desmoronan, entre familia y sociedad o entre países y culturas, lo que más se complica es el entendimiento y el aliento cooperante, más allá de los espacios fronterizos, que nos dispersan y dividen.
El narcisismo que suelen generar en parte los sistemas en los que nos movemos, hace que muchas veces antepongamos nuestra victoria personal a ese sentido social responsable que todos debemos cultivar como un diario de vida. Sin ese laboreo moral, la misma estructura asistencial se derrumba, hasta el extremo de que nadie conoce a nadie; obviando que cuando no hay apoyo, la desesperación y el extremismo crecen.
La contrariedad está ahí, son muchas las catástrofes que nos acorralan en los últimos tiempos, lo que hace que cada vez más familias necesiten asistencia social.
Solo hay que escuchar los testimonios de las gentes, sobre la multitud de crisis que están afectando su vida cotidiana. Los valores fundamentales, como la clemencia o la solidaridad, la amabilidad o la compasión, han de formar y conformar nuestro espíritu constante, en base a un enfoque más fraterno, equitativo y equilibrado, que promueva la erradicación de la pobreza, la placidez y el bienestar de todos los hogares.
Es evidente que las amenazas nos dejan sin fuerza, pero batallando en equipo siempre hay oportunidades de multiplicar las soluciones. Es el momento, pues, de que el reloj de la comprensión avance, tome conciencia de nuestro interior y nos pongamos a colaborar socialmente, mediante un renovado soplo participante.
En efecto, no podemos ni tampoco debemos ignorar la realidad de los diversos mundos, sobre todo de aquellos espacios que quedan fuera de la economía mundial, de la intervención o asistencias organizadas, lo que nos demanda intervenir más y mejor, tanto en seguridad alimentaria como en sanidad, donde multitud de personas mueren por la desigualdad de acceso a básicos tratamientos, o en educación; que, sin duda, es el gran igualador de las condiciones humanas de dignificación y el principal volante de cambio de la maquinaria social.
Desde luego, no podemos continuar fracasando, es vital cuidar de nosotros mismos, pero también de lo que nos circunda, con un compromiso auténtico de generosidad, empezando por la práctica del diálogo internacional y universalizándolo, con la experiencia de un auténtico mirar y de vernos en la palabra como caricia.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
corcoba@telefonica.net