¿Qué hay con el neoliberalismo?

Segunda y última parte

¿Qué hay con el neoliberalismo?

Dejemos que el mercado y sus leyes actúen con entera libertad, sostenía Adam Smith; ellos, por sí solos, acabarán distribuyendo la riqueza e instaurando el bienestar de todos. Así se hizo; pero los resultados no fueron los esperados.

ejos de ello, la riqueza se concentró cada vez más, tanto al interior de cada país como entre los propios países, es decir, a escala mundial; mientras que, en el otro polo, la pobreza se extendía y profundizaba a extremos verdaderamente irracionales y preocupantes.

Este desigual reparto de la riqueza, de los mercados y de los recursos naturales del planeta, llevado a cabo por la «mano invisible» del mercado entre las diversas naciones del mundo, fue la causa fundamental de las dos grandes conflagraciones mundiales que ha padecido la humanidad. Y no hay que olvidar que esto ocurrió antes de la aparición del neoliberalismo.

Este mismo fracaso del mercado fue el que obligó a la aparición de doctrinas económico-sociales discrepantes de la visión de Smith y su escuela. Una de ellas, la economía marxista, ganó rápidamente la simpatía de los países pobres y sojuzgados por los países ricos; y uno de ellos, Rusia, aprovechó la pugna inter-imperialista de 1914-1918 para emprender el experimento de una economía sobre bases distintas. Este fue el resultado más notable de la Primera Guerra Mundial, no esperado por los imperialismos en pugna; y fueron los éxitos iniciales de la URSS los que forzaron a una revisión y a un atemperamiento de los daños de la «mano invisible». Franklin D. Roosevelt, presidente de EE. UU. a partir de 1933, fue quien ideó y llevó a los hechos el «New Deal» y luego «el Estado de bienestar» que creó programas e instituciones encargadas de mejorar los estándares de vida de las masas trabajadoras norteamericanas. El objetivo era apartarlas de la tentación de pensar en una economía de corte marxista.

Pero el socialismo fracasó. Reagan y Thatcher otearon a tiempo el colapso de la URSS y decidieron que era momento de abandonar el capitalismo «suave» de Roosevelt por un capitalismo «puro» y «duro», un retorno a los orígenes. ¡Fuera los sindicatos y las mejoras salariales periódicas! ¡Abajo el seguro médico, la educación gratuita, los programas de empleo temporal, de vivienda, de servicios urbanos! ¡Alto a las elevadas pensiones por jubilación y al seguro por enfermedades laborales! Todo eso encarece la mano de obra y disminuye las ganancias del capital, que por eso no invierte y la economía no crece. ¡Volvamos a dejar todo a la «mano invisible»! Que cada quien viva de lo que le proporcione su propio capital humano y nada más. Esto es el neoliberalismo.

El resultado lo conocemos todos: concentración más acelerada e irracional de la riqueza; incremento brutal de la pobreza; polarización creciente de la sociedad; guerras crueles y devastadoras contra las naciones débiles o rebeldes para imponerles la «democracia» estilo yanqui; barruntos de una nueva conflagración mundial, esta vez sin vencedores ni vencidos. ¿Qué fue lo que falló? No hay duda: el mercado, la «mano invisible» de Adam Smith. Estudios muy detenidos y con cifras irrefutables demuestran que el mercado no es «racional», no es «justo» y no reparte la riqueza. Son muchas sus fallas y no es este el lugar para detallarlas.

Pero lo que sí puede y debe decirse es que esas fallas solo pueden ser corregidas por una intervención oportuna, bien estudiada y medida por parte de los gobiernos y de nadie más. Son ellos lo que deben suplir al mercado allí donde este falla.

Pero lo realmente nuevo del neoliberalismo es, precisamente, que ahora los gobiernos no solo se niegan a enmendar las fallas del mercado, sino que se suman a las clases ricas para acelerar juntos la concentración brutal de la riqueza y la universalización de la pobreza. Los gobiernos dan a los poderosos toda clase de apoyos fiscales, legales, privilegios y prebendas, bienes de la nación a precio de regalo, etc., para ayudarlos a enriquecerse a costa de las mayorías. Esto lo dicen, por ejemplo, gentes como Krugman y Stiglitz, dos premios Nobel que no tienen nada de populistas y menos de marxistas. Así las cosas, solo hay dos soluciones reales al neoliberalismo: o el Estado se decide a regular el mercado sin sustituirlo, es decir, sin caer en un estatismo que ahuyentaría al capital privado; o de plano se rompe con el capitalismo en favor de un socialismo modernizado y corregido. Teniendo en mente la explosiva situación mundial y el peligro de un enfrentamiento nuestro con el imperialismo yanqui, los antorchistas nos hemos pronunciado, desde hace rato, por la primera opción.

¿Alguien cree que estamos equivocados y que hay condiciones para el socialismo siglo XXI? Debería decirlo con claridad y obrar en consecuencia. Lo que no es admisible es salir con la gansada de un pos-neo-liberalismo, utópico, mal definido y carente de toda sustentación económico-científica. ¿A dónde se nos quiere llevar con eso?