El rosario de quejas contra presuntas irregularidades aún no cometidas pero temidas en el próximo proceso electoral no tiene que ver con la voluntad democrática de la sociedad, sino que es producto del fracaso del proceso de reorganización política que José Woldenberg y Lorenzo Córdova Vianello se han desgañitado en defender y que no fue una transición democrática sino ajustes legales que no modificaron las prácticas políticas irregulares.
Es decir, para decirlo en palabras sencillas: en México no hubo transición a la democracia sino una reforma electoral que tuvo que reconocer la victoria de la oposición y el país perdió la oportunidad de construir una verdadera transición porque no se pactó la reorganización del sistema/régimen/Estado/Constitución de corte priista todavía vigente.
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La reorganización mexicana de 1990 a 2014 fue sólo un reacomodo centrado de manera exclusiva en el respeto al voto con la creación de un costoso superaparato burocrático electoral que cuando menos garantizó elecciones libres y una menor presencia del fraude electoral e institucional, aunque dejó libre la estructura de dominación política desde el aparato del Estado donde el PRI, el PAN y el PRD manipularon –como hoy Morena– la permisividad política e institucional que beneficia al partido en el turno de gobierno. El PRI, el PAN y el PRD, hoy en la oposición, deben estar lamentando la falta de reformas de la estructura del Estado que hoy favorecen a Morena y que antes ayudaron a esa oposición en el poder.
Woldenberg y Córdova abusan de la presunta paternidad de la autodenominada transición a la democracia, pero hoy se ve que el aparato público que tergiversa las elecciones no sólo sigue latente y mejorado y que las autoridades electorales creadas por esos dos académicos no tienen más remedio que reconocer que son elecciones legales, legítimas y con menor incidencia de los viejos métodos de fraude electoral que antes manipulaban el padrón, rellenaban las urnas, se robaban los votos y beneficiaban al partido en el poder.
Los lamentos de Woldenberg y Córdova contra López Obrador y Morena disfrazados de discurso antipopulista debieran de expresarlos ante el espejo y sus propias imágenes, porque el actual aparato electoral que se vendió como el proceso histórico de transición mexicana a la democracia en nada modificó las estructuras antidemocráticas del sistema político mexicano. Aun cumpliendo a regañadientes las exigencias del aparato electoral de Woldenberg y Córdova, hoy López Obrador y Morena tienen una ventaja que se basa en la existencia del viejo régimen priista autoritario, centralista, manipulador y asistencialista.
Si tuvieran honestidad política e intelectual, Woldenberg y Córdova debieran darle un reconocimiento político al presidente López Obrador y a Morena, porque mal que bien no se han salido del marco legal amenazante y han cumplido con las reglas electorales mínimas. En cambio, la oposición debiera de responsabilizar a Woldenberg y a Córdova del aparato electorales en modo Frankenstein que no fue creado para construir un sistema democrático, sino que fue diseñado para que la oposición en el gobierno permaneciera en el poder, sin pensar que López Obrador y Morena hubieran podido llegar al gobierno y al Estado a beneficiarse de la estructura electoral que no fue transición a la democracia sino reforma burocrática y legal.
La transición española a la democracia –que fue modelo en México– se basó en tres grandes etapas: la ley de la reforma política que respetó el voto y legalizó al Partido Comunista ante la oposición militar, los Pactos de La Moncloa para la reorganización total de la estructura y del Estado y el planteamiento de una nueva correlación de fuerzas políticas y sociales y el plebiscito sobre una nueva Constitución que terminaba con el viejo régimen dictatorial franquista.
Los presidentes Salinas y Peña Nieto le vendieron al país una fraudulenta transición a la democracia que les habían ilusionado el sector intelectual de excomunistas renegados como transición a la democracia, pero hoy el país se enfrenta a una elección de Estado que fue legitimada como transición democrática por Woldenberg y Córdova y que no es otra cosa que una estructura electoral que beneficia a Morena como partido en el poder.
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