Conocerse y sumergirse

“No está bien encerrarse en pos del propio bienestar, tenemos que abrirnos a los desafíos, escucharnos más y mejor, ser realistas también, pero sin perder el valor y la entrega esperanzada”.

Hay tareas que deben comenzar en nosotros. Así, cada cual debe conocerse y sumergirse en sus intimas habitaciones, reconocer limitaciones y bajarse de la autosuficiencia, volverse creativo y revolverse contras las miserias humanas, dominar menos y servir más.

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Es cierto que este calvario estuvo ahí siempre, pero aún no hemos aprendido a reprendernos, a sustentarnos en alianzas y a sostenernos unos a otros, a ser más tolerantes entre análogos, manteniendo el activo abecedario del corazón en diálogo permanente.

Sin embargo, la realidad no la podemos ocultar; y, hoy más nunca, requerimos calmar este aire destructivo, que nos viene amortajando el alma desde hace tiempo.

Naturalmente, lo prioritario es que entremos en paz consigo mismo y cada cual con su ambiente.

Esto nos exige que activemos la comprensión y el entusiasmo necesario, para no derrumbarse y resistir.

Nos hemos globalizado, pero aún no hemos aprendido a ser acariciados desde cualquier lugar, a través de la mirada. La quietud realmente llega con esta visión universal, que trasciende los lenguajes para hacer frente a la complejidad de la era armamentística y nuclear, que sufrimos por todo el planeta. Ciertamente, hemos caído en el absurdo; y ahora, estamos inmersos en un orbe de esclavitud, que dificulta cualquier vuelo de soñador, para restaurarnos.

 Estamos muy tocados, es verdad, pero nada es imposible.

Pongámonos en acción. Busquemos el sosiego siempre y el uso equilibrado de los recursos naturales, así como la distribución equitativa de los bienes disponibles.

Lo que no podemos continuar es con el derroche de algunos y la miseria de otros.

Tenemos que hacer justicia.

Quizás debiéramos mirar más a nuestro alrededor, sumergirnos en los pueblos y ahondar en sus raíces.

Se me ocurre pensar en los indígenas, que han tenido históricamente claro que la salud del planeta y la salud de las personas van de la mano, y por eso le profesan una gran consideración a la Madre Tierra y a toda forma existencial.

 Esta filosofía de vida no sólo les beneficia a ellos, sino a toda la humanidad.

No obstante, su lucha, defensora de derechos universales, los hace motivo de continuos ataques, discriminación fija e injusticias a raudales.

Lo mismo sucede si echamos la visión en la fuerte crisis del compromiso comunitario.

Nos falta espíritu responsable y nos sobran incumplimientos e inmadurez.

Frente a la multitud de Estados que se dicen, sociales y democráticos de derecho, resulta que cada amanecer hay que batallar por vivir; y, además, en ocasiones con poca dignidad.

Para desgracia nuestra, continuamos en la era de la “in”; de la inhumanidad, incomprensión, intolerancia, indecencia…, oleaje que ha cristalizado en estructuras sociales abusivas y en una resaca de maldades como jamás.

 Ya en su tiempo, lo decía Montesquieu, “para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga el poder”; luego están las circunstancias, en el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos; o las articulaciones egoístas del individualismo social, que todo lo pervierte y desnaturaliza.

Indudablemente, nos falta humildad para reconocer que no estamos en el camino correcto, con una fuerte crisis de identidad y con una atmósfera de confusiones que nos dejan apesadumbrados y sin fuerza. Cuanto antes, hemos de tomar aliento para tender puentes y ganar humanidad.

No está bien encerrarse en pos del propio bienestar, tenemos que abrirnos a los desafíos, escucharnos más y mejor, ser objetivos también, pero sin perder el valor y la entrega esperanzada.

 Tenemos que darle a nuestro quehacer diario el ritmo sanador de dejarnos acompañar  y la sinfonía poética de transmitir valores.

Por ello, es vital concebir el hogar común como parte de nuestra existencia. Ojalá despertemos, y sí Vesak, el día del plenilunio en este actual mes de mayo, es la fecha más venerable para millones de budistas de todo el mundo, amantes de la no violencia y la concordia, creo que pueden ayudarnos a construir la cultura del abrazo y a reconstruirnos como seres humanos.

Evidentemente, es cuestión de reconocerse y de introducirse en otros vocablos que nos susciten encuentros más verdaderos, fieles a un sentido más coherente y vivo, que nos hermane en suma.

Esto implica compromiso, conjugar exactamente el amor de amar amor, hasta elevarlo al territorio de la hospitalidad, desde el entendimiento y la clemencia.

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor

corcoba@telefonica.net