Mientras limpiaban su ático, la familia Almeida se sorprendió al encontrar a la mascota de la infancia de su madre
En la década de 1980, Lenita de Almeida, quien entonces tenía 8 años, tenía una tortuga llamada Manuela. Un día, la tortuga desapareció repentinamente durante los trabajos de remodelación de la casa de su familia. El constructor que trabajaba en la casa había dejado la puerta abierta, por lo que todos asumieron que la tortuga se había escapado.
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Cuando la tortuga desapareció, los Almeida la buscaron y preguntaron a los vecinos si alguien había visto una tortuga de patas rojas por ahí. Desafortunadamente, nadie la vio, lo que eventualmente los llevó a asumir que Manuela se había ido para siempre. Treinta años después, en 2013, falleció el padre de la familia, Leonel de Almeida. A lo largo de su vida, le dio por acumular cosas. Tenía la costumbre de recoger todo lo que pensaba que podía arreglar y luego lo guardaba en un rincón de la casa.
Después de su muerte, su familia, que no había visitado el ático en años, comenzó a deshacerse de estos artículos. Mientras revisaban décadas de cachivaches, se llevaron la sorpresa de su vida.
“Puse la bolsa de basura en el piso y el vecino me dijo: ‘¿También vas a tirar la tortuga?’”, dice Leandro de Almeida, el hijo de Leonel. Sobre una vieja bocina de madera, había una tortuga de patas rojas de aspecto familiar. “¡Nos quedamos impactados!”, admite Nathalye de Almeida, la hija de Lenita.
“Mi mamá llegó llorando porque no lo creía. ¡Encontraron a Manuela!”. Toda la familia estaba encantada de encontrar a su tortuga viva y bien, pero estaban desconcertados: ¿cómo sobrevivió escondida en un ático por 30 años? En su momento, el profesor y veterinario Jeferson Pires describió la resiliencia de las tortugas, explicando que pueden pasar hasta tres años sin comer