La politización, hija de la cultura

La pobreza material conduce, casi invariablemente, a la miseria intelectual.
Marco Aquiahuatl

Un microcuento narra que un par de peces se encuentra con un delfín que les dice: “¡Qué tal van! Mucha suerte con esta corriente: es la más rápida del océano!” Sin decir más, el delfín se aleja y uno de ellos, desconcertado, pregunta al otro: “¿Corriente? ¿Cuál corriente?” Aún más confundido, el otro le responde: “Olvida la corriente ¡Qué diablos es un océano!”.

Aunque parezca increíble, por muy contundente que la realidad se ofrezca a los sentidos del hombre, éste no logra comprenderla inmediatamente. La inequidad social, la pobreza, el desempleo y la ignorancia, pese a que son calamidades padecidas por la mayoría de los habitantes del mundo son explicadas de diferente modos y generan conclusiones falsas e inexactas que llevan al pesimismo, a la inacción política, a la resignación y, desde luego, a la conservación del estado de cosas. Puede afirmarse que para tener una posición política es necesario, antes que todo, conocer la política. Más simple aún: estar educados para ampliar las ideas.

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Aquí debe considerarse que la pobreza material conduce, casi invariablemente, a la miseria intelectual. No puede existir razonamiento crítico sin una sólida educación. Por eso es esencial que un partido, que se proponga realmente erradicar la desigualdad social se esfuerce por proveer de cultura política a las mayorías. Esta responsabilidad crece cuando se toma el poder. Es ésta su prueba de fuego, promover la equidad social a partir del desarrollo económico y crear las condiciones para impulsar una gran cruzada educativa.

Esto no implica solo la impresión de libros –aunque es un medio muy importante– sino también la construcción y el mantenimiento de la infraestructura educativa (edificios, salones, etc.), así como la inversión suficiente en tecnología, que incluye tanto el fluido de energía eléctrica como las conexiones a Internet. En una palabra: una inversión cuantiosa en educación y no el subejercicio presupuestal que practica desde hace tres años el gobierno de la llamada “Cuarta Transformación” (4T).

El recorte presupuestal aplicado este año a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) es una de las prácticas negativas con las que esta administración federal ha estado precarizando al sector cultural de México.

En un seminario sobre la situación de la cultura en este país y en Brasil, el investigador Néstor García Canclini señaló:
“El nuevo gobierno conducido por López Obrador ha dado preferencia a algunos macroproyectos, uno de ellos en la capital, que es la transformación y la ampliación del Centro cultural y natural del Bosque de Chapultepec”; y agregó que, sin embargo, estos cambios se han ejecutado con “una baja innovación institucional en relación con las mutaciones tecnológicas y estructurales, un presupuesto deficiente que ha ido decreciendo y con mínimos estudios evaluativos” (El Universal, 20 de enero de 2021).

A este diagnóstico hay que añadir que en el gobierno de la 4T tampoco se advierte un interés genuino por divulgar las bellas artes con la intención no solo de satisfacer el mero placer individual, sino también de aplicar una política que ensanche miras intelectuales y políticas de las mayorías trabajadoras.

Abundan los estudios que confirman que las artes impulsan el desarrollo cognitivo y la sensibilidad, y que aumentan la capacidad del individuo para generar empatía hacía el dolor de otras personas. Basta con citar las palabras de Lev Vigotsky, uno de los más destacados teóricos de la psicología del desarrollo: “Inicialmente, una emoción es individual, y solo por medio de una obra de arte se hace social.

El arte es un sentimiento social expandido, o una técnica de los sentimientos”.

En resumen, el nulo impulso educativo –o mal proyectado por la corrupta Delfina Gómez, Secretaria de Educación Pública (SEP)– revela que el obradorismo no se propone involucrar a las masas en un cambio integral y definitivo mediante la ejecución de una inmensa labor educativa y artística.

Lejos de ello, lo único que lo ocupa es la práctica, desde el púlpito residencial, de una política electoral en la que usa la mentira, la desinformación y la superstición para mantener a su partido en el poder.

Para que una revolución sea verdadera debe sostenerse con la participación consciente de las masas, un despertar que no se logra en un día porque requiere una intensa labor de organización social y política pero, sobre todo, el fomento educativo y cultural. Sin el cumplimiento de estas tareas, el océano permanecerá tan inmenso e invisible como siempre para los peces del microcuento.