- Existe desde cuando apenas era una modesta ermita la Iglesia del Perpetuo Socorrocampanita…
Me afirmaba hace una década, un 25 de diciembre, mi enferma madre que era atendida en la clínica No. 45 sobre la avenida Nicolás Zapata, y estábamos en la torre, en uno de los niveles altos de ese nosocomio.
¿Ves la campanita de la Iglesia del Perpetuo Socorro?
Me inquirió mi mamá y me dirigí a la ventana del cuarto y vi el panorama alrededor de la torre: la Secundaria la Jaime Torres Bodet, el sindicato de maestros de la Sección 52, el Colegio del Sagrado Corazón, el cascarón del Cine Avenida y por supuesto la Iglesia y la campanita ubicada en la parte trasera de cúpula del monumental edificio del Perpetuo Socorro.
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Esa campanita tiene muchos años, existe desde cuando apenas era una modesta ermita la Iglesia, y con ella se llamaba a misa. Por aquella época yo era joven y me gustaba ir a los llamados, además, estaba cerca de mi casa, ubicada en la colonia Atlas – de esa colonia, solo quedan unas pocas viviendas sobre la calle de Anáhuac, una asentamiento obrero, creado para los trabajadores de textiles de la fábrica de “Fibras Duras y de Henequén Atlas”, ésta levantada sobre un predio entre Nicolás Zapata y Tomasa Esteves, que ahora es ocupada por una gran tienda departamental- . Comentaba ese día de invierno mi mamá, de nombre Julia López Ramírez.
Esa Navidad en compañía de mi progenitora me platicó con mucha lucidez de su época de infancia y juventud, sus años más dichosos. Una época en la historia de nuestro país llamada el “Milagro Mexicano”, por causa del estallido de la Segunda Guerra Mundial que motivó la acelerada actividad productiva de nuestro país que no estaba en guerra, sobre todo, en las áreas primarias: producción y exportación de petróleo, alimentos, minería y entre otros, la industria textil. Un dinamismo económico como nunca en nuestro país (1940-1945), llegando a alcanzar hasta un 7.5 en el PIB. El movimiento obrero en México tenía una destacada importancia bajo la tutela de los gobiernos post revolucionarios, y sobre todo, en el gobierno de Lázaro Cárdenas, que apoyó la formación de varias cooperativas, entre ellas, la de la Fábrica Atlas, que fue todo un éxito por el incremento de la productividad de los obreros y las ganancias obtenidas por la venta de sus productos derivados del trabajo de las fibras de lechuguilla, palma y henequén, en México y en el extranjero.
Vivíamos bien, mi papá, mi hermano y hasta yo, trabajábamos en la fábrica, era buena paga, y además teníamos casa. Trabajar en La Atlas era lo mejor, porque sólo había tres fábricas importantes en la ciudad, La Atlas, La España Industrial, La Azarco y otras empresas, como los talleres de Ferrocarriles Nacionales y el Libro Mayor.
En la moda era la época de los remiendos y adaptaciones en la vestimenta, dado que la mayor parte de la industria textil se dedicó a las necesidades de la guerra, eso sí, trajes y vestidos confeccionados con conjuntos de dos prendas, elegantes y sobrios, y remataban con un sobrero los hombres; las mujeres con vestidos muy entallados en la cintura por debajo de las rodillas, con un maquillaje llamativo y tocados de peinado muy creativos.
Así se vivía en aquella época. Los lugares de distracción eran los paseos a la Alameda, Plaza de Armas, La Presa de San José, las huertas cercanas al Río Santiago y los paseos sobre la Calzada Guadalupe, donde había puestos de comida, aguas y estanquillos donde se vendían libros y revistas, de hecho yo trabaja en uno de esos puestos, y me gustaba la lectura de novelas y poesías. Me platicaba con mucho entusiasmo la señora Julia.
Ese gusto que tenía mi madre por la lectura, la convirtió en una persona con conocimientos muy variados sobre historia, política, música, teatro, poesía, etcétera. Su suerte cambió al morir mi padre – que también era obrero de La Atlas- dejándola viuda con cinco hermanos que éramos muy pequeños, quienes vivimos y sufrimos en toda nuestra infancia hambre y miseria. Ella afortunadamente logró sobresalir, lavando y planchando ajeno para mantenernos. Un día le ofrecieron el empleo de conserje en el Colegio del Sagrado Corazón y cambió su situación económica, y la de mis hermanos también, quienes desde pequeños tuvimos que trabajar para poder sobrevivir y ayudar a nuestra progenitora. Quien nos formó como hombres de trabajo y muy unidos en la buenas y en las malas.
En su edad adulta mi madre ya jubilada, todo bien, hasta que el año pasado que tuvimos que atenderla de un problema de salud que la aquejaba y se contagió de Covid en el centro hospitalario donde fue intervenida, y todo este 2021 fue de molestia y dolor para nuestra mamá por las secuelas de esa terrible enfermedad, y acaeció hace días.
Señora Julia, obrera, luchadora incansable, mujer culta y amorosa, allí estás; como la “campanita” que solo basta con tocarla para escuchar su tierno replique, así nuestra madre, aquí estará muy cerca de quienes la conocimos, solo basta tocar nuestro corazón y los bellos recuerdos que iluminarán nuestra vida por siempre. Lo juro.