Afganistán se despertó el martes con la incertidumbre de cómo será la nueva era de los talibanes en el gobierno, después de que las tropas estadounidenses abandonaron el país tras dos décadas de guerra. Muchos afganos temen que los “estudiantes de religión” vuelvan a imponer su visión rigurosa de la ley islámica, como ya ocurrió durante su anterior etapa en el poder —entre 1996 y 2000— con brutales castigos a los opositores y la ausencia de derechos de las mujeres.
Aunque muchos habitantes del país (sobre todo en las zonas rurales) se sienten aliviados por el fin de la guerra, Afganistán tiene ante sí numerosos problemas económicos, políticos y de seguridad. Los talibanes hicieron muchas promesas políticas pero dieron pocos detalles.
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Su portavoz, Zabihullah Mujahid, dijo que serían más abiertos que antes. Explicó que iban a decretar una amnistía general para sus opositores así como permitir a las mujeres trabajar en algunos sectores y recibir una educación (pero en clases segregadas). También afirmó que los medios de comunicación podrían trabajar como hasta ahora.
Además, expresaron su deseo de ser reconocidos en el plano internacional, y aseguraron que el país no se convertiría en una base para grupos que pretendan atacar otros países (un punto clave en el acuerdo de retirada que firmaron en 2020 con Estados Unidos).