Indicador Politico

Por Carlos Ramirez

 

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Por alguna razón México se ha colocado como punto de referencia internacional —negativo pero insistente— de otros países: Lula usó a México para exaltar a Brasil y Argentina como lo que no debe ser su selección de fútbol.
La declaración de Lula debe ser analizada al margen del contrapunto de México y más en el escenario del campeonato de fútbol: el colapso social de Brasil le toca a Lula, a su partido y a la presidenta Dilma Rousseff. Las escenas de las protestas y la represión contra grupos sociales contrarios al fútbol reflejan la ruptura del tejido social y de la legitimidad política.
Brasil va a celebrar una especie de Los juegos del hambre, la trilogía futurista de la escritora estadunidense Suzanne Collins de 2008. En un escenario posapocalíptico un gobierno de élites represoras celebra la conquista del poder con juegos a muerte entre representantes de trece distritos o supuestos estados. Con esos juegos del hambre se recuerda quién tiene el poder y quién debe obedecer. La presidenta Rousseff se asemeja al presidente Coriolanus Snow que gobierna el país autoritario donde se realizan los juegos.
La sede del mundial para Brasil fue ganada en el 2007 por el presidente Lula durante su segundo mandato y cuando Brasil era la sensación del mundo. Pero más que por el grado de desarrollo o la potencialidad de su proyección, Lula colocó a Brasil primero en la atención de los inversionistas y luego éstos maravillaron al mundo con el fenómeno Brasil. El gancho no fue el ascenso de Brasil al primer mundo sino la colocación de bonos en los mercados internacionales pagando tasas de interés más altas en el mercado, lo que causó la euforia de los especuladores. Brasil compró con altas tasas de interés su posicionamiento internacional.
Pero en saldos reales, el Brasil de Lula no tuvo secretos ni tampoco logró la reestructuración social: terminó con la pobreza extrema vía presupuestos asistencialistas, aunque sin ofrecer un escalafón social del desarrollo; los pobres dejaron de serlo pero carecieron de expectativas sociales. Por eso las protestas contra Rousseff deben acreditarse al modelo tramposo de desarrollo de Lula.
En medio de las protestas por la alta inversión en el circo del fútbol ante las demandas de bienestar de las mayorías marginadas, Rousseff sólo aspira a la reelección. Y si bien todas las encuestas la dan como segura, la inestabilidad e irritación de los últimos meses han puesto en duda el resultado final.
Y el problema no es que en octubre Rousseff gane la reelección, sino que en realidad carece de una oferta de desarrollo que exigen los brasileños. Si el fútbol es visto como el circo para distraer al pueblo irritado, las protestas han potenciado la furia social. Lula y Rousseff se han beneficiado del modelo de segunda vuelta y de la coalición partidista.
El modelo populista de Lula reventó con Rousseff, no sólo por carecer de un esquema de desarrollo social sino por los dos problemas graves de Brasil: la corrupción que tiene en la cárcel a ministros de Lula y las conformación de un gobierno aliancista formado nada menos que por diez partidos con ideologías diferentes que hacen imposible un programa de gobierno coherente. El Partido de los Trabajadores de Lula apenas tiene un 16% en promedio de los espacios de poder, en tanto que el opositor Partido de la Social Democracia Brasileña acumula el 45% sin alianzas.
El fútbol no fue el distractor social que esperaba el lulismo brasileño sino el detonador de una crisis social de expectativas. Por eso quizá Lula escogió a México como comparativo: pero cuando Lula y Rousseff aspiraban al poder no querían que Brasil fuera un poco mejor que México sino que su meta era un país del primer mundo.
Ahora el fracaso de Lula y Rousseff se quiere esconder al compararse con México.