El 13 de agosto de 1521 ocurrió la pérdida de la capital y se cree que principalmente sucedió por cuatro factores.
Parece lejano cuando Maurizio Cattelan (Padua, 1960) anunció su retiro de la escena del arte, siendo uno de los artistas más famosos del mundo.
Había llegado al límite y decidió romper con ese modo de trabajar: “El arte me estaba sofocando. No dormía en la noche. Cuando me liberé empecé a divertirme”.
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Era 2011 en el momento en que el Guggenheim de Nueva York lo consagraba con una retrospectiva.
Fue una despedida a su manera, como encontrar el letrero de “Vuelvo pronto” colgado en la puerta cerrada de una tienda sin saber cuándo regresa el encargado, como el título de una de sus primeras obras (Torno subito, 1989).
Después de alguna de sus infrecuentes exposiciones retrospectivas, ahora se presenta por primera vez desde su retiro con una exposición individual de obra nueva (en curso hasta el 20 de febrero de 2022), en los inmensos espacios del Pirelli Hangar Bicocca.
La muestra toma el título de las únicas tres obras que presenta, Breath, Ghosts y Blind (Respiro, Fantasmas y Ciego), sumergidas en los enormes espacios de la antigua fábrica de Pirelli, brotando de la penumbra con iluminación escenográfica.
Según los curadores, Vicente Todolí (director del espacio) y Roberta Tenconi, es una muestra pensada como “obra de teatro en tres actos, donde cada trabajo emula el ciclo de la vida: nacimiento, vida y muerte”.
Desde hace tiempo, Cattelan ha querido deshacerse de la etiqueta de “bufón del arte” que la retrospectiva en el Museo La Monnaie, en París (2016-17) contribuye a limpiar.
La obra presentada pide más que reacciones viscerales del público, sensaciones y reflexión.
El “regreso” de Cattelan en su típico estilo de mostrar pocas obras, es solemne: no estremece, ni genera controversias ni escándalos públicos, como tiene acostumbrado a su público.
Tampoco huele a adrenalina en busca de la idea genial, persecución que lo había atormentado toda su carrera, en una lucha incontenible por alcanzar el éxito para alejar el anonimato y, sobre todo, las restricciones de la pobreza en la que creció: no tuvo formación artística y dejó al escuela a los 12 años; la terminó con clases nocturnas. Su padre era camionero y la madre mucama.
Massimo De Carlo, uno de los primeros galeristas que le abrieron la puerta en Milán, en 1993, cuando era un desconocido, expresa sobre Cattelan: “Ha dedicado su vida no al arte, sino al éxito en el arte” (Maurizio Cattelan: Be Right Back, docufilme de Maura Axelrod, 2017).
A través de la escultura, la instalación y el performance, el artista se ha dedicado a provocar apuntalando lo peor de la sociedad: “Cuanto más veía los lados oscuros de mi vida y de la sociedad, más éxito parecía tener”, afirmó.
Es un artista que no teme la incorrección política, que transgrede los límites de lo aceptado y se mofa del mundo del arte, empleando sus mismos mecanismos, mismos que conoce a la perfección.
En la exposición, dos obras cumplen con su interés expresado desde hace tiempo por relaborar trabajos “realizados hace 20 años”, como señala en la Autobiografía no autorizada (2011) escrita por el crítico Francesco Bonami, figura central en el alcance de su éxito junto con Massimiliano Gioni.
Tres piezas
Breath es la escultura de un vagabundo tirado en el piso con su perro, realizada en mármol de Carrara.
En ella elimina el juego, el drama y la inquietud frente a la obra, y la estetiza.
Es más una búsqueda de piedad muy distinta a los mendigos que hizo en los años 90 con maniquíes hiperrealistas: el vigilante, conmovido al ver a esas “personas” tiradas en el patio del museo, les ofreció un capuchino y un croissant.
Al no tener respuesta, creyó que estaban muertos y llamó a la ambulancia y a la policía.
Fantasmas es una instalación de pichones disecados, reciclada de dos de sus siete participaciones en la Bienal de Venecia, a una de las cuales bautizó como Turistas; ahora sólo son “vigilantes”, con el control sobre la sociedad actual.
La exposición culmina con Blind, monolito de 18 metros hecho en resina color negro, que representa el ataque del 11 de septiembre a las Torres Gemelas.
Para el artista, expresa su idea de la muerte, tras la experiencia que vivió en Nueva York, ciudad esencial al forjarse como artista: “Es una obra en la que llevaba pensando años.
Fueron escenas terribles, apocalípticas, que me revelaron la fragilidad de los humanos”.