(Agrawal DBN y Callahan A. New York Times)

Cinco años —y cientos de millones de casos de COVID— después de que la Organización Mundial de la Salud declarara la pandemia de COVID-19, los científicos están obteniendo una imagen más clara de cómo el virus puede afectar al organismo mucho después de que la infección parezca haber pasado.
Algunos de los efectos de la COVID se hicieron evidentes poco después de que el virus empezara a propagarse. Enseguida comprendimos lo mortal que podía ser una infección, sobre todo para quienes padecían enfermedades subyacentes como diabetes y cardiopatías. Pero han hecho falta años de investigación para empezar a comprender cómo un ataque de COVID puede provocar cambios duraderos, a veces invisibles, en distintas partes del cuerpo.
Algunos de estos efectos, como la fatiga crónica y la niebla cerebral, se consideran COVID persistente, definido como los síntomas de una infección que persisten durante al menos tres meses. Según algunas estimaciones, 400 millones de personas en todo el mundo han sido diagnosticadas con alguna forma de COVID persistente. Pero una infección también puede provocar otros problemas, como daños pulmonares y cardiacos y cambios en microbioma intestinal.
La inflamación remitirá cuando desaparezca el virus. Sin embargo, en algunos casos, si la inflamación es demasiado intensa o persiste durante demasiado tiempo, puede causar estragos en el organismo, dijo Braden Kuo, neurogastroenterólogo del Hospital General de Massachusetts.
La COVID puede causar problemas a largo plazo, como dificultad respiratoria y tos persistentes, neumonía y dejar cicatrices y pequeñas masas de tejido, llamadas nódulos, por todo el pulmón, los que se observan a 2 o más años posteriores, en más del 10 por ciento.
La COVID puede causar síntomas a corto plazo, como náuseas, vómitos y diarrea, así como problemas gastrointestinales crónicos, como reflujo, estreñimiento, diarrea y dolor abdominal, por meses o incluso años; al menos el 13 por ciento tiene problemas gastrointestinales un año después.
En el momento álgido de una infección, los pacientes suelen desarrollar dolores de cabeza, pueden sentirse mareados y confundidos. A veces les cuesta encontrar las palabras adecuadas, tienen dificultades para concentrarse o seguir una conversación, o descubren que tienen lagunas de memoria; 20 y el 30 por ciento de las personas infectadas por COVID experimentan niebla cerebral al menos tres meses después de la infección inicial y trastornos como ansiedad o depresión, o agravar problemas de salud mental ya existentes. Lo anterior por inflamación persistente en las neuronas e inhibe la creación de conexiones clave entre sinapsis.
Una infección por COVID-19 aumenta el riesgo de problemas cardiacos, como infartos de miocardio, accidentes cerebrovasculares, daños en el músculo cardiaco y arritmias. La COVID duplica el riesgo cardiovascular importante hasta tres años, debido a inflamación del músculo cardiaco y de vasos sanguíneos, con consecuente coagulo que obstruya el vaso sanguíneo. Ese tipo de obstrucción puede causar la muerte súbita por infarto de miocardio o provocar daños posteriores en los músculos del corazón y otros tejidos, lo que puede dar lugar a una insuficiencia cardiaca o arritmia.
Las mitocondrias —las centrales productoras de energía de las células— pueden no funcionar correctamente o a plena capacidad, lo que supone otro golpe para el tejido muscular.
Estatinas y menor riesgo de demencia
(Westphal Filho FL et al. Alzheimer’s Dement. 2025;11:e70039)
La demencia es un síndrome neurodegenerativo que condiciona declinación cognitiva progresiva y discapacidad funcional; afecta 55 millones de personas a nivel Mundial, prevalencia que se triplicará en el 2050; 60% de los afectados viven en países de ingreso económico bajo o medio. El costo estimado en demencias es de miles de miles de millones de dólares.
Las terapias contra Alzheimer que incluyen los anticuerpos monoclonales contra las placas de proteína -amiloide, no han mostrado modificar la declinación cognitiva clínica, ante lo que medidas preventivas neurovasculares que incluyen a las estatinas, dado su protagonismo pleiotrópico de disminuir lípidos, disfunción endotelial e inflamación, con aumento de mecanismos inmunes, tienden a la modulación y disminuir daño neurodegenerativo.
Los autores analizan base de datos de más de 7 millones (7, 786, 651) de pacientes de 55 estudios observacionales, conformando su revisión sistemática y metanálisis. Evaluaron riesgo de demencia, Alzheimer y demencia vascular. Las estatinas redujeron el riesgo de demencia 14% (p<0.001), de Alzheimer 18% (p<0.001) y demencia vascular 11%. La disminución también fue significativa en personas con diabetes (13%, p<0.001), particularmente en quienes tomaron las estatinas más de 3 años (63% menos de demencia). La rosuvastatina tuvo mayor efecto protector (28 %).
Las estatinas tienen propiedades farmacológicas que incluyen el que cruzan la barrera hematoencefálica, con efectos protectores que impactan la neurodegeneración; incluyen el metabolismo de colesterol, procesamiento de amiloide y de neuroinflamación.
Cáncer de próstata
(Raychaudhuri R et al)
Se estima que casi 1.5 millones de personas en el mundo y 300,000 casos nuevos de cáncer de próstata se diagnostican cada año en los EEUUA y aunque las manifestaciones son variables, desde asintomáticos, son causa de morbilidad y mortalidad (fatalidades de 36,000/año en EEUUA) elevadas. La mayoría son adenocarcinomas (99%) y se estimulan por receptores androgénicos.
A pesar de tratamiento adecuado, de 2 a 56% desarrollan metástasis a distancia y 14% tienen metástasis a ganglios linfáticos y los que las hacen a distancia, su supervivencia es de 37% a 5 años.
Estudios en gemelos idénticos destacan la heredabilidad hasta en 50%