Cómo las células madre podrían revolucionar el tratamiento del ACV

Un reciente estudio evidenció nuevas estrategias terapéuticas que podrían regenerar tejidos y restaurar funciones perdidas, incluso en etapas crónicas

El accidente cerebrovascular isquémico, provocado por una obstrucción en el flujo sanguíneo hacia el cerebro, constituye una de las principales causas de discapacidad y mortalidad en el mundo. Según la World Stroke Organization, más de 12 millones de personas tienen un primer incidente cada año, mientras que más de 100 millones viven con las secuelas de este evento, que afectan habilidades motoras, lenguaje, emociones y procesos cognitivos.

Estas consecuencias no solo limitan la calidad de vida de los pacientes, sino que también representan un desafío importante para los sistemas de salud y el bienestar de sus cuidadores, siendo que esta situación depende de la velocidad en que logra tratarse la patología. Es por ello que los expertos aseguran que el “tiempo es cerebro”. Ahora, un reciente estudio advirtió que una terapia celular, derivada de células madre, podría restablecer los patrones normales de actividad cerebral después de un ACV.

Lo cierto es que, aunque existen tratamientos diseñados para aplicarse en las primeras horas después del accidente cerebrovascular, estos no están disponibles para todos los pacientes. Es por ello que los investigadores resaltaron la necesidad de desarrollar terapias que intervengan en etapas más avanzadas, permitiendo a los sobrevivientes mitigar los efectos a largo plazo como la epilepsia, el dolor crónico y los problemas de movilidad.

Cambios en el cerebro tras un accidente cerebrovascular isquémico
Un accidente cerebrovascular isquémico puede tener lugar debido a dos eventos: un coágulo sanguíneo o el estrechamiento de los vasos, que bloquea el flujo de oxígeno hacia el cerebro. Este evento desencadena la muerte de células en las áreas afectadas y altera la actividad neuronal en las regiones circundantes. Este daño no solo genera una pérdida inmediata de funciones, sino que también activa mecanismos de plasticidad cerebral que pueden ser “maladaptativos”.

“Las células en las regiones cerebrales dañadas pueden volverse excesivamente activas o hiperexcitables, enviando señales demasiado fuertes o demasiado frecuentes a otras regiones cerebrales”, explicó Jeanne Paz, investigadora de los Institutos Gladstone, en un comunicado de prensa.

La hiperexcitabilidad cerebral, uno de los cambios más significativos después de un accidente cerebrovascular, puede derivar en problemas de movimiento, espasticidad y convulsiones, afectando la calidad de vida a largo plazo de los sobrevivientes. Este fenómeno, ampliamente estudiado en modelos animales y humanos, también contribuye al desarrollo de epilepsia post-ictus, una condición que surge en los meses o años posteriores al evento inicial.

“Esta hiperexcitabilidad se ha relacionado con problemas de movimiento y convulsiones, pero no se han desarrollado terapias para revertirla de manera efectiva”, señaló Paz, quien también lidera investigaciones en la Universidad de California, San Francisco. Sin embargo, no es el único fenómeno, ya que también alteran el delicado equilibrio entre las señales neuronales excitatorias e inhibitorias.

Según el estudio publicado en Cell, “el accidente cerebrovascular amplifica las respuestas pre y postsinápticas en las redes neuronales, especialmente en la capa cortical 4, lo que contribuye al aumento de la actividad eléctrica desregulada”. Este tipo de disfunción impacta directamente en la capacidad del cerebro para coordinar movimientos, procesar información y mantener la estabilidad emocional.

Otro cambio significativo ocurre en la zona periinfarto, que es el área adyacente al daño primario. En esta región, las células supervivientes intentan compensar la pérdida de funcionalidad mediante una actividad aumentada, lo que a menudo agrava los problemas. Incluso, esta zona puede alcanzar un “plateau en su capacidad de recuperación” semanas después del accidente cerebrovascular, limitando aún más las posibilidades de restauración espontánea.

Los efectos en el cerebro no se limitan a la actividad neuronal, sino que también involucran cambios en las células gliales, el sistema vascular y el sistema inmunológico. Un ejemplo de ello es la pérdida de mielina, que afecta la conducción de los impulsos nerviosos y contribuye a la hiperexcitabilidad. En los estudios realizados con ratas, se observó que los accidentes cerebrovasculares reducen los niveles de proteínas esenciales, como la proteína básica de mielina (MBP), necesaria para mantener la conectividad eficiente en las redes neuronales.

Es más, aunque el cerebro intenta adaptarse mediante mecanismos de neuroplasticidad, estos cambios no siempre son suficientes para revertir las alteraciones funcionales. Por ello, los investigadores han señalado la importancia de abordar los problemas a largo plazo. “Actualmente, no existen tratamientos que puedan administrarse semanas o meses después de un accidente cerebrovascular para prevenir los síntomas a largo plazo, por lo que esto es increíblemente emocionante”, explicó Paz.

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