Aunque comúnmente se piensa que el Día de Muertos tiene raíces prehispánicas, su origen se encuentra en la Europa medieval y fue establecido por la Iglesia católica.
A pesar de la creencia popular que asocia el Día de Muertos con tradiciones indígenas, la festividad tiene un trasfondo europeo. Las celebraciones del 1 y 2 de noviembre, designadas por la Iglesia católica, honran a “Todos los Santos” y a los “Fieles Difuntos”, respectivamente.
El primero se enfoca en los mártires y santos, mientras que el segundo busca interceder por las almas en el Purgatorio. Esta tradición refleja un legado cristiano que influenció las prácticas funerarias, transformando el respeto a los muertos en una celebración de la vida y la memoria.
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El Día de Todos los Santos fue instituido el 13 de mayo por el Papa Bonifacio IV en el año 609 para honrar a los santos de la Iglesia y contrarrestar el paganismo. Este día coincide con la consagración del Panteón de Agripa como iglesia.
Sin embargo, ante la afluencia masiva de peregrinos a Roma, se cambió la celebración a noviembre, cuando había suficientes víveres para abastecer a los visitantes. Esta adaptación no solo hizo más viable la festividad, sino que también solidificó la transición de un antiguo templo pagano a un espacio sagrado para los cristianos, reflejando la lucha de la Iglesia por integrar y transformar las tradiciones preexistentes.
Así, el legado de estos días se entrelaza con la historia de la fe cristiana, evolucionando hacia lo que hoy conocemos como el Día de Muertos en México, donde se honra la memoria de los fallecidos y se celebra la vida.