Resulta ser una gran paradoja que el clamor y las demandas sostenidas por muchos años por el hoy presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, de democracia y transparencia en los procesos electorales encuentren su talón de Aquiles en el partido Morena que él creo y que la respuesta ante la opacidad sea el silencio y la apuesta al olvido por parte de la dirigencia de ese partido. En 2018 AMLO conquistó el poder presidencial ganando las elecciones constitucionales con un inmenso apoyo popular y con un liderazgo sólido cuyo sustento indiscutible se fincó en la honestidad personal, el repudio de los mexicanos a la corrupción y a las prácticas de cooptación, concertacesión, connivencia e imposición desde el vértice del poder que se arraigaron en el régimen priista. Sin embargo, para las elecciones intermedias federales de 2021, en las que también se renovaron la mitad de las gubernaturas del país, el partido político Morena comenzó a exhibir ciertas prácticas como nuevo partido gobernante que empezaron a prender focos amarillos.
Desde el uso del llamado “aparato del estado” para favorecer a los candidatos elegidos anticipadamente por Morena con recursos todos; así como la cooptación de personajes incluso de origen ideológico antagónico que terminaron en incorporarse al gobierno o en espacios legislativos destacados; las alianzas con intereses que nada (en teoría) tendrían que ver con la 4T como los liderazgos sindicales de siempre que siguen intactos e impunes; los “pactos políticos” con algunos de los representantes indiscutibles de lo que el propio AMLO siendo candidato llamó “la mafia del poder” -varios de ellos son ahora embajadores y representantes de México en el exterior-; hasta la tendencia a oficializar la simulación democrática en la definición de todas las candidaturas para la competencia en las elecciones 2024 son signos que apuntan a una restauración autoritaria y antidemocrática del poder.
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Ante esta situación, el silencio forzado y/o convenenciero de la mayoría de los militantes y miembros del partido Morena y la “inversión” realizada desde el poder para moldear la opinión pública a través de los medios de comunicación y hacer aparecer como “normal” lo que a todas luces es anormal, está ya provocando una distorsión en la vida política que incuba riesgos gravísimos para el futuro de corto, mediano y largo plazo de toda la nación. No podemos acostumbrarnos al uso de las mañas y las perores prácticas políticas fraudulentas e ilegales y validarlas como democráticas porque más adelante se pretenderá legalizarlas. Resulta ser muy grave porque se empieza a construir una verdad inaceptable sobre la base de una mentira.
En un estudio publicado por Erika Granados Aguilar define que “en la formalidad el concepto de simulación significa: representar algo fingiendo o imitando lo que no es (RAE), entonces siendo así, el término de simulación implica las siguientes variables: a) representar: esto es montar algo ante los demás; b) fingiendo o imitando: dar a entender o asemejar una cosa por otra; c) lo que no es: algo que no es verdad” y define que “simulación democrática significa: montar un contexto de representación democrática ante los demás donde verdaderamente no la existe”. Eso es lo que está pasando en Morena y la mayor muestra de ello fue el proceso en el que se impuso a Claudia Sheinbaumen el cargo de Coordinadora de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación haciendo una simulación democrática mayúscula en la que se cometió un fraude en perjuicio de Marcelo Ebrard Casaubon, Adán Augusto López Hernández, Ricardo Monreal Ávila, Gerardo Fernández Noroña y Manuel Velasco Coello.
Marcelo Ebrard fue el único que se inconformó ante el burdo proceso e impugnó el resultado de la encuesta levantada y que, por cierto, a dos meses de distancia ninguno de los “derrotados” ha podido ver hasta la fecha las boletas que le dieron el supuesto triunfo a “la favorita”y los demás terminaron algunos humillados, relegados y sin dignidad después de “levantarle la mano a la elegida” y otros -más carroñeros- se acomodaron para seguir siendo beneficiarios de canonjías, puestos y presupuesto público. Muchos se preguntan si existirán aún las boletas o ya las habrán quemado y desaparecido porque podrían constituirse en la evidencia de la gran mascarada. Un dato duro de la simulación democrática es que la dirigencia de Mario Delgado se auto impuso la fecha del 3 de noviembre pasado para dar respuesta a los argumentos, pruebas y evidencias presentadas en tiempo y forma por Marcelo Ebrard y la respuesta fue no contestar, ignorar y apostar al olvido justo en medio de las decisiones (¿imposiciones?) por venir el día 10 de noviembre de las y los candidatos a las gubernaturas en 2024. La simulación democrática está compuesta por tres categorías que la fundamentan y le proporcionan la potencia motora para su manifestación, estas son: la ilegalidad, la mentira y el engaño.Como bien nos dice Granados Aguilar, en la simulación democrática la ilegalidad se hace burda y evidente y con eso se destapa a la luz el objetivo que se persigue, mientras con la mentira y el engaño se ocultan las intenciones privadas y secretas con intensiones públicas y falsas hacia los demás. Concluye Granados Aguilar que “el simulador es el que posee la verdad, pero en forma privada y secreta, desaparece la verdad de los ojos públicos, maneja el arte de la desaparición de la verdad y expresa la mentira-engaño a través de una verdad falseada que presenta a los otros”.No podemos más que coincidir y advertir que los dirigentes de Morena pretenden oficializar la simulación democrática.