Y antes de Padilla

  • El caso PM y la pistola de Fidel Castro

a historia de la política cultural de Fidel Castro y la revolución cubana no se agotó en el caso Padilla de 1971 –el arresto del poeta y su confesión similar al estilo de los juicios de Moscú–, ni tampoco en su referente anterior de 1968 con acusaciones oficiales contra el propio Padilla por su poemario premiado Fuera del juego.

Los dos casos Padilla definieron la ruptura de los intelectuales progresistas, revolucionarios y simpatizantes con Castro y la revolución cubana, pero hay una historia que pocos se han preocupado por indagar: la versión autoritaria del Estado cubano contra la creación intelectual estalló en junio de 1961, cuando el gobierno prohibió el documental PM de 14 minutos: los intelectuales protestaron y el comandante Castro se reunió con toda la comunidad de creadores tres viernes seguidos en las sedes de la Biblioteca Nacional para definir la doctrina política e ideológica para los creadores.

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Ahí, en esas reuniones, Fidel Castro definió el principio rector de la política cultural de la revolución: “con la revolución, todo; contra la revolución, ningún derecho”. De 1961 a 1971, los intelectuales extranjeros que simpatizaban con la revolución miraron hacia otro lado, a pesar de que el caso PM había definido la línea autoritaria del Estado para permitir sólo las opiniones favorables y condenar cualquier tipo de crítica.

El incidente de PM fue muy simple: dos documentalistas salieron a las calles nocturnas de La Habana a grabar en vivo y en directo el ambiente festivo de las noches de fiesta, el documental fue exhibido en el programa televisivo del suplemento Lunes del diario Revolución que dirigía el escritor Guillermo Cabrera Infante –y su hermano fue uno de los dos documentalistas–, pero el Estado cubano prohibió su exhibición en las cadenas de cine porque el contenido mostraba la irresponsabilidad social de los habaneros en sus noches de alcohol y sexo, cuando en Cuba estaba presente la lucha contra Estados Unidos por la definición de la ruta marxista-leninista y por la derrota de la invasión proestadounidense en Playa Girón.

El documental de catorce minutos sin guion, sin palabras y sólo la imagen de la festividad habanera fue el principio del autoritarismo represivo. El otro documentalista, Orlando Jiménez Leal, declaró en una entrevista (libro El caso PM. Cine, poder y censura, editorial Hypermedia) lo ocurrido en el último viernes cuando el comandante expresó el discurso que pasó en la historia como Palabras a los intelectuales y en el que fijó el criterio de que contra la revolución no se permitiría “ningún derecho”.

Todos los datos de esta historia son conocidos, pero Jiménez Leal hizo una revelación que dejó entrever una definición de autoritarismo militarista: “Fidel Castro, antes de empezar su interminable discurso, en un gesto algo teatral, se puso en pie, sacó su pistola y de una manera estudiada la puso sobre la mesa y dijo: ‘aquí todos han sido muy eruditos y yo he tenido mucha paciencia’”.

El dato de la pistola de Castro en una reunión de intelectuales cuyo poder estaba en su capacidad de reflexión crítica recuerda aquellas palabras que andan todavía en busca de su autor: “cuando oigo la palabra cultura, me dan ganas de sacar la pistola”. Una versión se le acredita al general Millán Astray en la guerra civil española y otros se encuentran la paternidad en algún discurso del nazi Joseph Goebbels. Lo que sí dijo Astray en la Universidad de Salamanca de Unamuno fue: “muera la inteligencia, viva la muerte”, un clamor que podría interpretarse en el escenario de sacar la pistola a la convocatoria de la cultura.

La explicación histórica del itinerario cultura-poder en la revolución cubana pasa por ese túnel oscuro del caso PM de 1961 al segundo caso Padilla de 1971, con vasos comunicantes que explican que la revolución cubana encontró en la cultura una legitimidad que le daban los intelectuales aliados, que miraron hacia otro lado en 1961 cuando el poeta Virgilio Piñera le dijo de frente a Fidel Castro: “tengo miedo”, al arresto en 1971 del poeta Padilla, su estancia varios días en las mazmorras de la seguridad cubana y su reaparición en un salón de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba con un documento de auto confesión donde salpicaba de acusaciones de actos contrarrevolucionarios a los principales intelectuales cubanos y extranjeros que antes habían apoyado la revolución.

El caso Padilla en 1971 se rompió la relación de Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes con Fidel y la revolución cubana y, contra todo pronóstico, la reafirmación de la dependencia intelectual de Julio Cortázar y Gabriel García Márquez al autoritarismo castrista, con muchos datos adicionales que aparecen en el libro recientemente aparecido Las cartas del boom (Alfaguara).

Vargas Llosa y Fuentes mantuvieron todo el apoyo incondicional hacia Fidel Castro de 1961 a 1971, aunque con los primeros indicios de que no contaban ya con el aval de la revolución cubana porque los dos habían tomado caminos de literatura de evasión y no de contenido revolucionario, incluyendo de paso las presiones del bloque ideológico cultural castrista de Casa de las Américas sobre Julio Cortázar, aduciendo que su novela Rayuela y sobre todo 62: modelo para armar eran evasivas de la realidad y obligándolo a escribir una novela contenidista bastante mediocre Libro de Manuel, en tanto que los sargentos de la cultura cubana criticaban Cambio de piel, de Carlos Fuentes, y exigían (como se escribió aquí antes) que la línea de contenido de la novela fuera en los discursos de Castro y el Che Guevara, como exigía el crítico colombiano Oscar Collazos.

El caso Padilla no se explica sin el caso PM de 1961 que involucró a toda la comunidad creativa cubana que había apoyado a la revolución y que después paulatinamente había sido segregada de los círculos culturales oficiales. Por cierto, el gobierno cubano actual tiene claridad sobre esos significados: en el 2001 hizo un reconocimiento al discurso de Fidel Castro a los intelectuales y en el 2021, hace apenas un par de años, el presidente Díaz-Canel recordó que la noche en que preparó el discurso del sesenta aniversario de Palabras a los intelectuales “me fui a la cama después de releer lo que dijo Fidel hace 60 años y otros textos” y “confieso que me entusiasmé (…) por la confirmación de la vigencia de esas palabras”.

Lo que queda por indagar es por qué los intelectuales mantuvieron su apoyo a Castro y a la revolución de 1961 a 1971.

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