En dedicatoria a emergencia climática, donde participan 26 artistas del mundo, y nueve de ellos son Latinoamericanos.
Enormes estatuas de gorilas del artista Davide Rivalta, situadas en la monumental escalinata de la Galleria Nazionale d’Arte Moderna e Contemporanea, llaman al visitante a explorar Hot Spot (Punto conflictivo), la muestra en curso, hasta el 26 de febrero, curada por el crítico cubano Gerardo Mosquera, dedicada a la emergencia climática, con la participación de 26 artistas de todo el mundo, nueve de ellos de América Latina.
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Considerado uno de los mayores pensadores del arte producido en America Latina, Mosquera comenta, en entrevista con La Jornada: “No abordé el tema de manera documental ni provocadora sino indirecta, usando recursos propios del arte: la simbolización, la estética, el poder de lo emotivo con el objetivo de abrir conciencia, usando el poder conmovedor del arte. Las obras no fueron necesariamente hechas por los artistas dentro de un discurso ecologista, sino que las reinterpreté, aprovechando el carácter polisémico y abierto del arte”.
Entre las obras está la imagen ganadora del Wildlife Photographer of the Year 2019, del mexicano Alejandro Prieto, que muestra, como apunta Mosquera: “Un correcaminos –que es un pájaro más terrícola que volátil– mientras se detiene perplejo frente al muro que interrumpió su camino cortando en dos su hábitat. Me fascinó la fuerza estética de su simbolismo para mostrar la afectación del ecosistema de los animales migratorios.
“Seleccioné también obras tridimensionales de gran formato, siendo el espacio muy exigente por su monumentalidad y porque tiene pocas paredes, a partir de Hot Spot (2009), la gran instalación de Mona Hatoum que titula la exposición.
Es un globo terráqueo realizado en hierro y neón, cuyo halo de luz rojo invade el espacio para recordar cómo el mundo está al rojo vivo por los problemas ecológicos.
“La brasileña Sandra Cinto realizó Noches de esperanza (2022) en una pared de la sala, que representa un cielo nocturno recordando los procesos naturales entre la superficie terrestre y la atmósfera que están siendo afectados. De cerca se observa la gran cantidad de detalles pintados como un miniaturista.
“En mis exposiciones –prosigue–, quiebro fronteras geográficas y temporales, y a menudo incluyo trabajos que no son consideradas arte, pero que funcionan para articular el discurso de la muestra.
Un ejemplo es el carácter performático del videoclip The River (2015), del grupo de culto Ibeyi, formado por las jóvenes gemelas francocubanas.
Le cantan a Oshún, diosa del agua, frecuentemente invocada en la música afrocaribeña, derivada de la religión Yoruba llevada al Caribe por los esclavos africanos.”
De Cuba, finaliza Mosquera, está también Glenda León, “a quien considero una artista muy importante y cuyo piano florido recuerda la capacidad de la vida de resistir contra las peores adversidades”.
Entre otros latinoamericanos presentes, cabe señalar a Aryson Heráclito y Joceval Santos, artistas y sacerdotes candomblé, quienes efectúan una “limpieza” ceremonial preparada de acuerdo con las tradiciones yoruba en Brasil.
La dominicana Raquel Paiewonsky muestra una fotografía de los dedos de yuca, una raíz comestible, un alimento cultivado por los taínos en el Caribe precolombino y usado también en la dieta actual.
Mosquera ha luchado desde los años 80 por romper con las etiquetas impuestas por la cultura hegemónica de un supuesto arte latinoamericano a la periferia, en condición subalterna, para una interpretación “desde aquí”.
El arte de la región comenzó a internacionalizarse a partir de la Bienal de La Habana (cofundada por Mosquera), en su segunda edición (1986), antes de la seminal (y polémica) muestra Les Magiciens de la Terre (1989) en París.
Su labor se ha caracterizado por una intensa actividad internacional que incluye curadurías y asesorías (ha trabajado en 70 países), más de medio millar de textos y libros.
Para Mosquera, su contribución al arte de América Latina “ha sido mostrarla en su complejidad, diversidad, contradicción y fragmentación.
Los relatos totalizadores impiden comprenderlo adecuadamente en los museos, en las bienales y en el mercado. Se está dejando atrás esa suerte de apellido reductor, así como la condición de ghetto que la tenía encajonada, sin por ello permitir aplanar el contexto.
Se ha logrado con el trabajo de diversos críticos, curadores, pensadores y de los propios artistas, superando esa suerte de neurosis identitaria que obligaba al artista latinoamericano a proclamar el contexto cultural, religioso, histórico, etcétera.
“Traté de ubicarla en las coordenadas internacionales. Me interesa un arte centrífugo más que centrípeto; que va hacia afuera, hacia la sociedad y la cultura. A su vez, me he esforzado por comunicar el arte contemporáneo hacia un público más amplio.”
Mosquera, que vive entre Cuba y Madrid, ha trabajado en el Museo Amparo de Puebla, en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) y ha curado exposiciones como Crisisss.
América Latina, arte y confrontación 1919-2010 en el Museo del Palacio de Bellas Artes. Entre sus libros, destacan Beyond the fantastic (1996), Caminar con el diablo (2010) y el más reciente, Arte desde América Latina (y otros pulsos globales) (2020), que reúne algunos de sus escritos más importantes.