Peña Nieto, la paradoja del cambio sin cosecha

Una de las ofertas clásicas de los políticos en campaña es prometer un cambio. Hacer las cosas de manera distinta para obtener resultados diferentes. Lo hemos escuchado miles de veces. En la inmensa mayoría de los casos los cambios no pasan de los discursos encendidos o aburridos.
Cuando el político ganador se sienta en la silla que pretendía, manda las ofertas de cambio al archivo muerto. Ahí se quedan. Nadie se sorprende, ni los electores ni el servidor público. Se maneja el acuerdo tácito de que la oferta de cambio es una promesa tan poco consistente como ofrecer amor eterno a la chica que se pretende, es algo que suena bonito en el momento oportuno, y nada más.
El caso de Enrique Peña Nieto fue la excepción que confirma la regla. Llegó a la silla, en este caso la presidencial, y en efecto procedió a realizar cambios. Se registraron reformas constitucionales que causaron asombro en temas como la educación, las telecomunicaciones o la energía, entre otras.
Demandas reiteradas por décadas por sectores amplios de la opinión pública se hicieron realidad en un abrir y cerrar de ojos. El prestigio de Peña entre sus pares, o sea entre sus colegas políticos de todos los partidos, se fue a las nubes. Lo comenzaron a ver con respeto, e incluso, no exagero, con admiración.
Además, el hilo conductor de las reformas es el fortalecimiento de la rectoría del Estado con respecto a los llamados poderes fácticos que en los últimos dos o tres sexenios tuvieron fuerza suficiente para imponerle condiciones al Estado mexicano.
Todo aquel que se atrevió a desafiar al Estado en el pasado inmediato ha sido tocado en sus intereses. Han reaccionado de manera contundente
El asombro alcanzó a la comunidad empresarial internacional y a los tanques de ideas con sede en las metrópolis del primer mundo, lo que a su vez generó una cobertura mediática muy positiva para la imagen de Peña y del país. Se logró poner a México en movimiento y esto fue bien recibido a nivel global.
A pesar de todo lo anterior los niveles de aceptación del presidente entre los ciudadanos mexicanos declina de manera pronunciada y es mala la relación del gobierno priista con los organismos empresariales que se quedaron empantanados en el berrinche por los efectos de la reforma fiscal.
Los empresarios están inconformes y lo dicen cuando encuentran un micrófono abierto. Utilizan un lenguaje cada vez más áspero para dirigirse al gobierno y al presidente.
Se ha construido, en poco más de 18 meses de gobierno, una paradoja política sin precedente: el tan anhelado cambio en lugar de dar frutos positivos al mandatario le ha granjeado animadversiones y desencanto.
Los cambios pierden popularidad. Peña es el único mandatario que ha movido al país en dos décadas, encabeza el esfuerzo de modernización más ambicioso desde la firma del Tratado de Libre Comercio para América del Norte y lo que cosecha son puntos de rechazo en las encuestas de popularidad, que lo ubican incluso por debajo de sus antecesores en el mismo lapso del sexenio. No tiene sentido.
La pregunta es hasta dónde llegará la caída en los niveles de aceptación y si esto afectará el desempeño del Partido Revolucionario Institucional en el año electoral del 2015. ¿La oferta de los cambios le servirá al PRI para atraer votos y ratificar su triunfo? Con seguridad no, aunque tiene a su favor una oposición frágil y dividida, lo que asegura una victoria tricolor a pesar del descontento.
Es obvio que la dirigencia del PRI y los asesores del presidente están al tanto de esto. En algunos círculos del tricolor han comenzado a emanar pronunciamientos críticos en el sentido de que Peña ya ganó la elección que le interesaba, o sea la de él mismo, y que no está preocupado por la suerte de su partido. Es improbable pero los comentarios, dichos en corto, ahí están.
El propio mandatario ha dicho en diversas entrevistas que no piensa en el corto plazo, o sea en la próxima elección, sino en el largo plazo, cuando la agenda de reformas que impulsa comience a dar resultados concretos.
No puede perderse de vista que los cambios impulsados han afectado intereses poderosos de empresarios que aparecen con frecuencia en la lista de los hombres más ricos del mundo, con todo lo que eso significa de herramientas para el manejo de la opinión pública. En contra de lo que lenguas viperinas decían durante la pasada campaña presidencial, Peña Nieto no puso su gobierno al servicio de los grupos de poder, sino que tomó medidas para recuperar la rectoría del Estado.
¿Qué sigue? Hay conciencia de que el impacto de las reformas tardará en llegar, pero el gobierno no puede esperar de brazos cruzados. Tiene que poner manos a la obra con los recursos de que dispone hoy mismo, como el gasto público y las acciones a favor de la competitividad. El aspecto clave de este momento es que las reformas reciban otro tratamiento mediático.
La estrategia de comunicación seguida hasta ahora no ha dado los resultados esperados. La gente no comprende la importancia de las reformas y por lo tanto no les brinda el respaldo que merecen.
No es responsabilidad de los ciudadanos sino de los comunicadores gubernamentales que comenzaron a vender paraísos sin hacer énfasis en que todavía falta tiempo para ver resultados y que incluso varios de los frutos más importantes se verán después de que Peña le haya entregado la banda a su sucesor.
El gobierno tiene que recurrir a los instrumentos reales con los que cuenta, como el gasto público, la recaudación, la lucha contra la corrupción y la impunidad y a favor de la transparencia. Los ciudadanos quieren sentir mejoría en sus bolsillos, ya.
Verba volant scripta manent.
La mejor respuesta la dio en un discurso, a la vez claridoso y preocupante, el subsecretario Campa Cifrián: la realidad, dijo, es que la información de la que disponemos sobre el tema del acoso en el entorno escolar, es poco actualizada, insuficiente, inconsistente y las encuestas que han circulado no miden lo mismo. Es necesario crear instrumentos de medición y evaluación del tema. O sea que los políticos apenas están conociendo el tema y de todas formas hablan de él con frecuencia e intensidad de expertos. De ahí las versiones de que se usa para desviar la atención sobre otros asuntos. Vaya usted a saber. No sorprende que los integrantes de la clase política desconozcan el tema, como también lo desconocían periodistas.

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