Mitholz, la tranquila ciudad suiza que enfrenta una bomba de tiempo

En la montaña todavía están las huellas de la explosión.
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Mitholz, con una población de tan solo 170 habitantes, es -a primera vista- un lugar idílico ubicado en el hermoso valle suizo de Kander. Pero su trágica historia ha regresado para acosarla.

Las casas de este poblado, cubiertas por geranios, son los clásicos chalets de madera rurales, muchos de ellos, todavía, con espacio para que la gente habite en la parte de arriba y establos abajo para los animales de granja.

Es un estilo que puede verse en todos los Alpes, donde algunas casas tienen 200 0 300 años de antigüedad. Pero no en Mitholz.

Aquí todas las casas tienen la misma fecha de construcción: 1948. Algunas muestran inscripciones: «Me reconstruyo a partir del horror» o «Lo que fue destruido en un momento no puede volver. Ahora miramos adelante con esperanza».

La explosión

«Yo tenía 12 años. Mi madre, mi abuela y yo estábamos dormidas. Se produjo una enorme explosión.

Vimos fuego por todos lados y mamá dijo: ‘¡Tenemos que salir!'», recuerda Ida Steiner, en la mitad de la única calle de Mitholz.

«Corrimos en medio de la noche, había mucha nieve. Mi madre cargaba a mi abuela en su espalda».

La explosión se produjo en un depósito de municiones del ejército suizo de la Segunda Guerra Mundial, que estaba enterrado en una montaña en las alturas de Mitholz.

Se suponía que era seguro, pero en diciembre de 1947 unas 3.000 toneladas de explosivos volaron por el aire. Fue, en ese momento, la mayor explosión no nuclear del mundo.

La explosión se escuchó a 160 kilómetros, en Zurich. Las casas de Mitholz fueron destruidas, la nieve se volvió negra. Nueve personas murieron, muchas más resultaron heridas.

Las fotos del día siguiente a la tragedia muestran la casa donde funcionaba la escuela con sus paredes y ventanas destrozadas, restos de explosivos todavía sobre los escritorios.

Hoy, la montaña sobre Mitholz tiene una enorme y pálida cicatriz que recuerda como toda esa parte voló por los aires con la fuerza de la explosión.

El pueblo sigue ahí, las casas destruidas fueron reconstruidas con mucho amor en el clásico estilo alpino en menos de un año.

Calma que engaña

Todo volvió, aparentemente, a la normalidad. La mayoría de las familias que viven en Mitholz han vivido allí por generaciones.

Pero Sven Meier, que pasó la primera parte de su vida en la movida Zurich, se mudó aquí por la paz y la tranquilidad.

«La vida es diferente aquí, más relajada, sin estrés. Me siento en mi jardín y puedo ver las hermosas montañas, el pequeño río: naturaleza, no edificios, no calles», cuenta.

Lamentablemente, este idilio alpino está a punto de cambiar. Unas 3.000 toneladas de explosivos pudieron haber estallado en 1947, pero 3.500 toneladas siguen ahí.

«Nos han dicho que para sacarlas de la montaña, todos tenemos que salir», dice Sven.

La desconcertante noticia llegó luego de que un nuevo estudio geológico realizado por el Ministerio de Defensa suizo revelara que los restantes explosivos aún representaban, después de todos estos años, un riesgo.

Los funcionarios del Ministerio viajaron a Mitholz para comunicarles las malas noticias a la comunidad. Miles de antiguas bombas y proyectiles serán removidos, pieza por pieza.

Por su seguridad, los habitantes tendrán que ser evacuados, al menos, por 10 años.

Mitholz se convertirá en un lugar fantasma

Entonces, ¿Qué pasa a partir de ahora? Nadie parece estar muy seguro. Las casas están siendo tasadas para una compra forzada.

Mientras, las autoridades locales buscan un territorio seguro para construir nuevas viviendas.

Pero nadie les ha ofrecido un valor por sus hogares todavía, o un nuevo lugar donde vivir.

Claudia Schmid, una de las residentes, trata de enfrentar con entereza la nueva realidad, pero perder la casa que ella describe como «su sueño» es claramente difícil.

«Hemos invertido mucho, justo antes de que nos dijeran que nos tenemos que ir habíamos reformado la cocina».

Mientras Claudia trata de entender lo que pasó con estos explosivos dejados atrás por el ejército -«ellos antes no tenían la tecnología para removerlos de forma segura»- otros no son tan comprensivos.

«La gente se enojó al enterarse de la noticia», dice Sven. «Pensamos que era horrible, que no podía ser cierto».

«Nos dijeron que era seguro», recuerda Ida. «Pensamos que todos los explosivos habían sido retirados. Ahora sabemos que no. No prestamos la suficiente atención».

Esta no es la primera vez que Suiza tiene que remover explosivos peligros de lugares públicos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos túneles, pasos alpinos y puentes fueron minados para intentar contrarrestar una posible invasión.

Esta práctica continuó durante la Guerra Fría y, durante décadas, los explosivos permanecieron en sus lugares, aparentemente olvidados.

En 2001, 11 personas murieron en el túnel de Gotthard cuando comenzó un incendio tras el choque de dos camiones.

Luego se supo que grandes cantidades de explosivos almacenados allí años antes seguían en un depósito cercano a la boca del túnel.

Se rumoreó que los bomberos de la localidad, habiendo escuchado de este depósito, se mostraron reacios a entrar en el túnel para apagar el fuego. Luego de que lo hicieron, el ejército llegó con los equipos para desarmar bombas.

Decisiones difíciles

Hoy, el ministro de Defensa está haciendo todo para garantizar a los habitantes de Mitholz que ellos podrán decidir algunos aspectos de lo que pasará en el futuro, pero eso no compensa mucho la pérdida de los hogares.

Claudia Schmid, cuyos hijos tienen 4 y 6 años, se aferra a la esperanza de que, luego de 10 años, quizás pueda volver a su casa soñada.

Pero aún no sabe si el ejército cuidará las propiedades vacías durante la década que tome el trabajo.

Sven Meier, por su parte, está dispuesto a sacarle el jugo a cada día que le queda en Mitholz.

«Tengo todavía un par de años antes de tener que mudarme, estoy tranquilo, trato de no pensar en eso todo el tiempo».

Para Ida Steiner, a los 87 años, es más difícil. Ella ha vivido aquí toda su vida.

«Para 2025 todos tenemos que irnos. Yo tendré que ir a un asilo de ancianos. Preferiría, antes que irme, no estar viva para cuando haya que salir».