La sequía: De Texas a México

Los efectos de la sequía en California han sido ampliamente documentados. Se sabe que muchas de las grandes obras hidráulicas que California construyó, supuestamente como una póliza de garantía contra las sequías, han terminado por convertirse —ahora que yacen vacías— en una metáfora de la vanidad de los humanos. Ahora es el turno de Texas, que también construyó durante el siglo XX un ambicioso sistema de presas, tan ambicioso que lejos de garantizar el abasto de agua, ha terminado por ponerlo en peligro.
El gobierno federal de Estados Unidos sostiene un Observatorio de los efectos de la sequía en Texas (http://droughtmonitor.unl.edu/Home/StateDroughtMonitor.aspx?TX) que constantemente se actualiza y deja ver que menos del 15 por ciento de Texas se encuentra en condiciones “normales”. El 85 por ciento restante va de lo “anormalmente seco” a la condición más extrema de “sequía severa”, “sequía extrema” o “sequía excepcional”, al tiempo que se daban a conocer las restricciones para el uso del agua para consumo al humano que va desde la prohibición del llenado de albercas, hasta el cierre de locales que consumen mucha agua.
Además, dadas las tradiciones ganaderas de Texas, ya se preparan programas de sacrificio adelantado de hatos enteros que, a no ser que fueran enviados a otros estados al norte de Texas, enfrentarían —de permanecer vivos— condiciones muy difíciles. El resultado han sido incrementos en los costos de la carne en canal y al menudeo que van del 7.4 al 10 por ciento y se espera que sean mayores en la medida que los efectos de la sequía se hacen más evidentes. Esto plantea de nuevo el problema de la necesidad de aumentar la producción de alimentos en México.
Otro factor clave es que lo que vive Texas, como lo que vive California, no es una sequía que se resolverá pronto. Es parte de los efectos de El Niño y lo más probable es que la sequía se prolongue, al menos durante cuatro años, lo que hará muy difícil que los productores agropecuarios sobrevivan. Tanto así que distintas ciudades de Texas han dispuesto medidas como el reciclado, prácticamente en directo del agua que se use para mingitorios y excusados.
Y hay un problema adicional, que es el de la explotación del petróleo de arena, por medio del llamado fracking que —para ser viable— requiere de grandes cantidades de agua cuyas posibilidades de reciclado, al menos en el corto plazo, son muy bajas pues se contamina por el contacto con los aceites y otros minerales.
En México, Más allá del problema de los precios de los alimentos que es, en sí mismo, severo por la mala estructura de distribución del ingreso que tenemos, los efectos de la sequía podrían incluir el riesgo de que lo que lo no se pueda hacer en Texas en materia de fracking se trate de hacer en Coahuila, Nuevo León o Tamaulipas. Al final del día son las mismas cuencas, los mismos mantos de uno u otro lado de la frontera.
En un país con tan bajos niveles de observancia de las leyes y reglamentos en materia ambiental como México y que, además, vivirá en los próximos años una fiebre de nuevas inversiones en materia petrolera, esas son muy malas noticias. Implican plantear preguntas acerca de quiénes tendrán preferencia en México para usar el agua, de por sí poca, a nuestro alcance.
Y, por cierto, esta semana la ciudad de México ya vivió su primera batalla por el acceso al agua en el poblado de San Bartolo Ameyalco. Podemos estar seguros que no será la última…
Tamaulipas, ¿hasta cuándo?
Tamaulipas vuelve a ocupar los principales espacios y tiempos de los medios de comunicación. Varias marchas, unas con más, otras con menos vecinos de las distintas ciudades de ese estado, enviaron un mensaje claro y sencillo: “queremos paz”…
El gobierno federal acertó al reconocer la gravedad de la situación. Eso es muy bueno, pero la respuesta que ofreció no difiere de otras respuestas a la violencia en Tamaulipas y otros estados: más tropas federales, mando único federal de las policías locales y más ministerios públicos federales. Es el inevitable cabestrillo luego de que alguien se rompe un brazo. Qué bueno que se reconozca la gravedad de la situación, pero eso no basta para resolver el complicado problema.
En Ciudad Juárez, donde hace unos años se vivía una situación similar, se tuvo que aceptar que la presencia de más policías o tropas federales, por sí misma, no resuelve problemas tan complejos, que tienen que ver con el fracaso del modelo de desarrollo orientado a las exportaciones con el que México se comprometió en los noventa. No es que el Tratado de Libre Comercio haya sido un error. El Tratado y el énfasis dado a la exportación es una de muchas posibles políticas y sería absurdo que México no se beneficiara de la cercanía con Estados Unidos. Pero la cercanía geográfica, con o sin TLC, no puede resolver problemas estructurales como la falta de empleos en el sector industrial, que permitan que las familias obtengan algún salario. Esta ausencia es más grave, pues México no invirtió, como hizo China, en la construcción de grandes parques industriales, y es peor porque EU no consume como lo hacía hace 20 años, por lo que —para decirlo coloquialmente— nos quedamos sin cliente.
A pesar de ello, se ha logrado reducir la violencia en Ciudad Juárez gracias a programas orientados a reconstruir el tejido social y restaurar la confianza entre los vecinos, que incluyen —por ejemplo— la producción local de alimentos. Eso implica la transformación de espacios que, de otro modo, serían desérticos. Tamaulipas tiene la ventaja, en cambio, de ser, en su gran mayoría, un estado fértil que, todavía en 2009, era líder productor de sorgo, entre otros granos.
La violencia terminó con esa productividad y ahora ya se calculan apoyos de la Cruzada Nacional contra el Hambre, lo que quizás sea bueno si se trata de una intervención temporal pero resulta preocupante si se impone la lógica de control electoral de ese tipo de programas, en momentos en que Tamaulipas se prepara a realizar elecciones locales y federales en 2015.
Parte del problema con la más reciente intervención es que aunque la Federación puede ayudar, por ejemplo, con mayor presencia de la Procuraduría General de la República, hay delitos del fuero común que requieren que el gobierno estatal reconozca que ha sido omiso, por la corrupción de muchos funcionarios en materia de seguridad y procuración de justicia. Al mismo tiempo, los tamaulipecos deben evitar engañarse. Es cierto, Los Zetas llegaron de fuera y eso explica parte del problema.