El Legado otomano en Estambul una ruta por sus principales monumentos

La antigua Constantinopla es un gigantesco museo de historia al aire libre. En varios días, es posible conocer el esplendor del antiguo Imperio otomano a través de sus edificios más icónicos.

Estambul es una ciudad colosal, y no solo por un área metropolitana donde residen cerca de 15 millones de personas, sino por un legado histórico único.

Durante más de 1.500 años, la que es hoy la ciudad más poblada del continente europeo, fue elegida como la capital de dos de los imperios más poderosos de la historia: el bizantino y el otomano.

Ubicada en un enclave geográfico complejo y bello, donde el estrecho del Bósforo divide a la ciudad en dos partes, una en Asia y otra en Europa, Estambul es un museo de historia al aire libre lleno de iglesias y ruinas bizantinas, sinagogas, mezquitas, bazares o palacios otomanos.

Este recorrido supone un viaje al pasado de la ciudad otomana (1453-1923) a través de los principales monumentos construidos durante más de cuatro siglos de dominación del sultanato. Un plan de varios días para cualquier época del año.

BIZANCIO, CONSTANTINOPLA Y ESTAMBUL: UN POCO DE HISTORIA

La ciudad turca debe su nombre actual a los otomanos, pero no fue reconocida internacionalmente como Estambul hasta la caída del imperio de los sultanes en la segunda década del siglo XX, con la proclamación de la República de Turquía.

Hasta entonces, fue conocida como Constantinopla en honor al emperador Constantino, que la designó como capital del Imperio romano en el 330 d.C. Décadas más tarde, pasaría a ser la capital del Imperio bizantino o Imperio romano de Oriente con la Basílica de Santa Sofía como símbolo de su poder y de la cristiandad.

Y antes de pasar a ser romana en el 133 a.C., a Estambul se la conocía como Bizancio, una colonia fundada por griegos en el año 667 a.C. que llegó a ser una de las ciudades estado más poderosas de la antigüedad griega.

SULTANAHMET, CORAZÓN HISTÓRICO DE ESTAMBUL Y DEL IMPERIO OTOMANO

Para el turista que no esté familiarizado con el pasado otomano, Estambul es el destino al que viajar. Y qué mejor lugar para empezar a descubrir esta antigua caput mundi que en pleno corazón del casco histórico, en Sultanahmet, una plaza enorme delimitada en un extremo y otro por dos de los grandes monumentos de la ciudad: la basílica de Santa Sofía y la Mezquita Azul.

El primero, el templo más importante y de mayor tamaño del Imperio bizantino durante siglos y, por ende, del mundo cristiano; el segundo, una de las mezquitas más espectaculares construidas por los sultanes en este caso, por Ahmet I, motivo por el que este gran espacio se llama así.

En Sultanahmet a unos metros de la parada del tranvía con el mismo nombre- se estableció el centro de poder bizantino y otomano.

Ambos imperios tuvieron a Santa Sofía como principal monumento de la ciudad. Por eso, cuando las tropas de Mehmed II se apoderaron de Constantinopla en 1453, una de las primeras acciones que llevaron a cabo fue convertir Santa Sofía en una mezquita: alminares, tumbas y fuentes fueron añadidos en este periodo.

Mehmed II hizo lo propio con otras iglesias (no todas) y empezó a reconstruir la ciudad que pasó de ser grecorromana y cristiano-ortodoxa a convertirse, sultán tras sultán, en turca e islámica.

Sin embargo, la urbe no perdió el aire cosmopolita donde convivían grupos étnicos procedentes de Asia y Europa. Un ambiente multicultural que sigue siendo santo y seña de la metrópoli y que ha quedado grabado gracias a la convivencia entre monumentos, templos y ruinas bizantinas con los vestigios otomanos y de otras culturas y religiones.

Así, a Santa Sofía, que tras pasar a ser un museo en la década de 1930 y reconvertirse de nuevo en mezquita en julio de 2020 a petición del Gobierno de Recep Tayyip Erdogan, y a la Mezquita Azul, en el área de Sultanahmet se unen el Museo de las artes turcas e islámicas, la fuente del sultán Ahmet III, la mezquita de la pequeña Santa Sofía o los baños turcos de Roxelana como los principales puntos a visitar del periodo otomano.

LA MEZQUITA AZUL Y EL CANTO DE LOS MUECINES

La Mezquita Azul se encuentra a unos cinco minutos caminando desde la entrada a Santa Sofía. La entrada es gratuita, aunque en la actualidad no es posible admirar el interior con plenitud debido a obras de restauración.

Antes de llegar a este icónico templo musulmán, el viajero puede detenerse en el centro de la amplia plaza de Sultanahmet, donde destacan los jardines y una fuente, situarse de costado y girar la cabeza varias veces de un lado a otro para disfrutar de la belleza exterior de las dos impresionantes mezquitas que se miran de frente.

Si se da la ocasión de escuchar el canto del muecín, sorprenderá el imponente sonido de su llamada y cómo se coordinan entre una mezquita y otra; es decir, cuando el grito deja de escucharse en Santa Sofía, a lo lejos se escucha una réplica desde la Mezquita Azul.

Se calcula que en Estambul hay entre 2.000 y 3.000 muecines que instan a las oraciones diarias de los musulmanes desde alguna de las más de 2.000 mezquitas repartidas a lo largo y ancho de la gran metrópoli turca.

Los muecines de la mezquita Azul gozan de un gran prestigio en Turquía. Y no es de extrañar teniendo en cuenta donde trabajan. Cuando se construyó este templo entre 1606 y 1616 y se proyectaron seis minaretes hubo cierta polémica al considerarse que era un intento de rivalizar con la Gran Mezquita de La Meca, que contaba con también con seis posteriormente, en el considerado como primer lugar santo del Islam, se levantó un séptimo minarete.

También destacan sus cuatro semicúpulas y, sobre todo, el color azul que impera en el exterior e interior gracias a un revestimiento formado por más de 20.000 azulejos de Iznik.

A lo largo de la estancia en Estambul, el viajero observará la importancia que cobra en muchos monumentos otomanos la cerámica de la ciudad turca de Iznik, donde gracias a una arcilla de buena calidad y a unas técnicas refinadas los artesanos locales produjeron entre los siglos XV y XVII grandes cantidades de azulejos para las construcciones ordenadas por los sultanes.

TOPKAPI, EL GRAN PALACIO DE LOS SULTANES

Otro de los grandes proyectos de Mehmed II, que además de conquistar Constantinopla la convirtió en la capital del Imperio otomano, fue el palacio de Topkapi, su residencia oficial y la de otros sultanes durante más de tres siglos hasta que en 1853 el trigésimo primer sultán, Abdülmecid, se mudó al palacio de Dolmabahçe, en la orilla europea del Bósforo.

Situado a pocos minutos a pie desde Santa Sofía, este complejo palacial de 700.000 metros cuadrados bordeados por una muralla de cinco kilómetros, se levantó en la que había sido la acrópolis de la antigua Bizancio. Desde 1924 es un museo. Por su inmensidad, objetos históricos y riquezas expuestas, es aconsejable reservar toda una mañana para sumergirse de lleno en cómo era la ostentosa vida de los sultanes.

Al entrar por la Puerta Imperial, el visitante se encuentra en un patio que constituye la zona externa al palacio. A la izquierda, al lado de una de las taquillas, se ubica la iglesia de Santa Irene, que no se convirtió a mezquita con la llegada de los otomanos y conserva uno de los interiores bizantinos más solemnes.

Más adelante está el Museo Arqueológico, de fama mundial por su colección de estatuas clásicas, sarcófagos tallados y cerámicas turcas.

Al cruzar el jardín, se llega a la Puerta del Medio, donde sus torres con techo cónico dan la bienvenida al palacio de Topkapi.

El visitante suele empezar por el Harén, suntuoso pero sobrio. Aquí es donde vivían las concubinas, esposas y esclavas del sultán bajo la vigilancia y asistencia de los eunucos.

Entre los pabellones bajos y kioskos que se suceden en cuatro grandes patios con jardines, sorprenderá la Sala de las reliquias sagradas, que alberga objetos tan increíbles o inesperados como la supuesta espada del rey David de Israel, el bastón atribuido a Moisés con el que dividió el mar Rojo o la capa y espada del profeta Mahoma estos dos tesoros, se suman a otras tantas reliquias sagradas del islam.

La visita puede acabar en el opulento Pabellón de Bagdad y apreciar las vistas a la popular Torre de Gálata y al Cuerno de Oro, el conocido estuario que divide a la zona europea en dos partes.