El ferrocarril subterráneo: La red clandestina que permitió a miles escapar de la esclavitud en E.U.

«El océano era un camino hacia la libertad»

La sensibilidad poética del tándem artístico que componen el cineasta Barry Jenkins y el fotógrafo James Laxton está presente en cada plano de The Underground Railroad («El ferrocarril subterráneo»), que compite este 19 de septiembre por el premio Emmy a mejor serie limitada.

Basada en la novela homónima ganadora del Pulitzer de Colson Whitehead, la producción de Amazon nos adentra en el épico viaje hacia la libertad de Cora Randall (Thuso Mbedu), una esclava de Georgia que huye hacia el norte de Estados Unidos a bordo de un ferrocarril subterráneo. Es un duro relato de esclavitud -demoledor y sensible a partes iguales- y a la vez una fantástica narración cinematográfica llena de magia visual.

Esta trama de ficción está basada en un episodio real de la historia estadounidense del siglo XIX que, aunque hoy se enseña en escuelas del país norteamericano, sigue siendo un misterio para muchos.

El llamado underground railroad – «ferrocarril subterráneo» en español – no fue un ferrocarril ni fue subterráneo. Fue una red clandestina organizada por el movimiento abolicionista para ayudar a escapar a esclavos a través de una serie de rutas y conexiones a lo largo y ancho de Estados Unidos (e incluso fuera de sus fronteras). Richard Blackett, escritor, historiador y profesor en la Universidad Vanderbilt, en Nashville (EE.UU.), ha dedicado su vida a estudiar el movimiento abolicionista en Estados Unidos.

«Después de leer la novela de Whitehead y de ver la serie de Amazon, tuve que reimaginar el «ferrocarril subterráneo» porque no tiene nada que ver con el que yo conozco. Whitehead y Jenkins se toman una serie de licencias narrativas que los historiadores no podemos tomarnos, como situar a personas en lugares y tiempos imposibles», le dice a BBC Mundo.

«Pero lo bueno es que al hacerlo son capaces de hacer comprender al espectador o al lector un sentido íntimo de lo que ocurrió en la lucha contra la esclavitud en EE.UU., y la compleja y difícil tarea que suponía emprender esa hazaña». «Porque la libertad es tanto el acto de marcharse como la travesía para llegar a otro lugar», agrega el historiador.

En su libro Making Freedom: The Underground Railroad and the Politics of Slavery («Haciendo la libertad: el ferrocarril subterráneo y la política de la esclavitud»), publicado en 2013, Blackett recoge las experiencias de algunos esclavos fugitivos y de quienes los ayudaron a ponerse a salvo.

«Comenzamos a encontrar referencias del ‘ferrocarril subterráneo’ a mediados de la década de 1830. El sistema se fu perfeccionando en las dos décadas siguientes, y en los 50 está claro que todos sabían de su existencia», explica el escritor y profesor de historia.

El «ferrocarril subterráneo» estuvo operativo hasta la Guerra Civil estadounidense (1861 – 1865), añade Blackett. A través de los testimonios de quienes huyeron y de quienes les ayudaron en su travesía hacia la libertad, además de las luchas políticas que surgieron a raíz de la huida de esclavos, los historiadores pudieron recomponer la historia aquel ferrocarril metafórico, y ponerle rostros y nombres.

Un lenguaje codificado

Empecemos por comprender el porqué de la metáfora ferroviaria. «Hay muchas historias que explican por qué se le llamó ‘ferrocarril subterráneo’, aunque no fuera ninguna de las dos cosas», explica Blackett.

«Lo primero que hay que tener en cuenta es que hablamos de un periodo (siglo XIX) en el que los ferrocarriles se volvieron comunes en Estados Unidos. Pero otra historia – que a mí me gusta más porque encierra una profunda declaración política – habla de un esclavista que trataba de atrapar a un esclavo fugitivo; cuando pensó que estaba a punto de lograrlo, este de repente desapareció y el esclavista se dijo: ‘Debe de habérselo tragado la tierra'».

«Y ahí es donde los puntos comenzaron a unirse y la gente empezó a hablar de un ‘ferrocarril subterráneo'», resume el historiador.

«Quienes organizaron la red de apoyo para ayudar a escapar a los esclavos llamaron «estación» a cada parada de la ruta y se hicieron llamar a sí mismos’jefes de estación'», explica el historiador. Cada una de esas «estaciones» eran en realidad «casas seguras»donde los esclavos podían estar a salvo. «Sabemos, por ejemplo, que cuando un jefe de estación quería comunicarse con otro decía algo así como: ‘Te voy a enviar un paquete’. Todo el lenguaje estaba asociado al ferrocarril y a los medios de transporte». Leesa Payton Jones es la cofundadora y directora del Museo del Ferrocarril Subterráneo de Washington Waterfront, en Carolina del Norte, que recaba historias de esclavos que escaparon de plantaciones de la zona. «El ‘ferrocarril subterráneo’ era clandestino, por eso todas las comunicaciones sobre cómo ayudar a las personas a alcanzar su libertad se hacían un lenguaje codificado», le dice Jones a BBC Mundo. Muchos esclavos fueron ayudados por negros libres, por otros esclavos y por ciudadanos extranjeros.

Pero tal vez el «jefe de estación» más prominente fue William Still, un abolicionista negro nacido libre que rescató a cientos de esclavos y a quien muchos consideran «el padre del ferrocarril subterráneo». «William Still fue secretario de la Sociedad Antiesclavista de Pensilvania y creó un comité de vigilancia a principios de la década de 1850. Mantuvo un registro detallado de todos los fugitivos que pasaron por su oficina: cuáles eran sus nombres, qué nombre adoptaron al escapar, quiénes eran sus amos, por qué escaparon, si sus familias fueron vendidas…», explica Blackett.

El historiador dice que Still contaba con el apoyo de otros «jefes de estación» en diferentes lugares del país a donde enviaba a los esclavos. Además, tenía empleados a algunos capitanes de barco para transportar gente a estados sureños. «Era un sistema complejo que funcionaba gracias al telégrafo», dice Blackett.

Jones cuenta que hay telegramas de William Still en los que escribía cosas como: «Mañana en la estación a las 8:00 am vamos a desayunar jamón y huevos'». «Eso podía significar que en un lugar secreto previamente acordado – y que no era una estación de tren – iba a entregar a un adulto y a un niño para llevarlos a otro lugar donde estuvieran a salvo. Era un lenguaje secreto», explica Jones.

Las rutas hacia la libertad

Es difícil saber cuán grande era el sistema, pero Blackett señala que operaba principalmente en los denominados «estados libres» del norte de EE.UU. -como Pensilvania, Nueva York, Ohio o Massachusetts- y hasta Canadá, aunque también hubo gente en estados esclavistas del sur que colaboró.

En cuanto a quienes escaparon, «la mayor parte provenían de los estados más al norte del sur (el llamado Upper South) – Maryland, Virginia, Delaware, Kentucky, Missouri – porque había menos distancia que recorrer, por lo que el viaje era algo menos problemático», dice Blackett. «La mayoría escaparon por vía terrestre, aunque algunos – en Carolina del Norte, Georgia y Carolina del Sur – lo hicieron en barco», añade el historiador.

El museo que gestiona Leesa Payton Jones cuenta algunas de las historias de quienes tomaron la vía marítima a través del río Pamlico, que desemboca en el Atlántico.»El océano era un camino hacia la libertad», explica Jones. «Podías ir a Canadá o a los estados del norte de EE.UU., a las islas del Caribe que no participaron en el comercio de esclavos, a México, a Sudamérica o a Europa». «También podías usar el río para desplazarte varios kilómetros y encontrar a tu familia si había sido vendida a otra plantación», añade Jones.
En cuanto a las rutas terrestres, algunos historiadores elaboraron una serie de complejos mapas para ubicar las rutas que siguieron los esclavos en su huida, usando como punto de referencia la ubicación de «jefes de estación».