Cuándo y cómo empezar a hablar de sexo con los hijos

Antes de plantearse cuándo y cómo hablar de sexo con los niños es importante distinguir entre sexo y sexualidad y comprender las diferencias entre la infancia y la edad adulta.

En primer lugar, la sexóloga puntualiza que la noción del sexo y la sexualidad como algo erótico es puramente adulta. “La sexualidad infantil es exploración y conocimiento.

En tanto en cuanto tenemos un cuerpo, todo lo que sabemos y aprendemos del mundo, cómo nos relacionamos, etc. pasa a través del cuerpo necesariamente”.

Así, por ejemplo, “cuando abrazamos a nuestros bebés les estamos transmitiendo la información de que así es como se demuestran los afectos, y es a través del cuerpo”.

Por eso se habla de educación afectivo-sexual.

La sexualidad es mucho más que el sexo y en ella se enmarcan cuestiones como las diferencias entre los distintos cuerpos, las costumbres socialmente aceptadas o no, etc.

“Por ejemplo, un niño de tres años no puede ir desnudo por la calle, aunque le encantaría porque a esa edad les gusta mucho el nudismo”, señala Jiménez. “Pero ahí estamos nosotros para explicarle que eso no se hace porque hay normas sociales”.

Por lo tanto, una cosa es la sexualidad adulta, que es más compleja y tiene que ver con reacciones físicas, con el deseo, el erotismo y otra muy distinta la infantil, que es egocéntrica y sensorial: “Tengo un cuerpo que me produce sensaciones, estoy descubriéndolo y, de la misma forma que me descubro la mano, descubro una zona que se llama genitales”.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, ¿a qué edad hay que empezar a hablar sobre cuestiones relacionadas con la sexualidad con los niños?

La psicomami lo tiene claro: “Tenemos que empezar ayer, esa es la respuesta correcta”. La razón es que “les estamos educando desde el minuto uno de su vida.

Cuando los abrazamos, con la manera en que los tocamos, con el modelo de interacción entre los adultos que están viendo en casa… estamos informando y educando”.

Lógicamente, habrá que adaptar lo que se cuenta a la capacidad de comprensión del niño.

Ante todo, la psicóloga cree que hay que responder siempre a sus preguntas y convertirse en unos padres preguntables porque “si no contestamos o si les censuramos, les transmitimos la información de que aquí pasa algo oscuro y secreto”.

Pero también hay que abordar la cuestión aunque no pregunten.

“De la misma manera que a ningún padre se le ocurriría esperar a que el peque cruce una calle con el semáforo en rojo para decirle que se cruza en verde, no podemos esperar a que ellos hagan determinadas preguntas porque a lo mejor ni siquiera se las han planteado; nuestra obligación es abordarlo”.

Jiménez aclara que no se trata de anunciarles solemnemente que vamos a tener una conversación con ellos sobre algo muy importante, sino de aprovechar las ocasiones que surgen en el día a día.

Por ejemplo, cuando hay una embarazada en el entorno más cercano, se puede comentar con los más pequeños: “Mira, ¿has visto que está embarazada? Su bebé está ahí en la tripa, pero no es el estómago, sino el útero”.