Christine Jorgensen, la primera mujer famosa por haber sido hombre

«La naturaleza cometió un error que yo he correguido, y ahora yo soy su hija». Carta en la que Christine le contó a sus padres qué había hecho en sus dos años en Dinamarca

Hace 70 años, una esbelta rubia de 27 años, largas pestañas, pómulos altos y labios carnosos salió de un avión a la pista de un aeropuerto en Nueva York, envuelta en un abrigo de piel.

Era una persona introvertida, nacida en el Bronx en una familia grande y unida, que a los 19 años se había alistado en el ejército de Estados Unidos y servido tras un escritorio durante la Segunda Guerra Mundial.

Pero después de ese viaje se convirtió en una celebridad por haber hecho algo inaudito.

George William Jorgensen Jr. se había ido a Dinamarca y había regresado transformado en la glamorosa Christine.

«Ex-GI se convierte en belleza rubia», anunció el diario New York Daily News; «Un carpintero de Nueva York y su esposa dijeron hoy que estaban encantados con la noticia de que se habían convertido en padres de una nueva chica, rubia, atractiva, de 26 años», relató el Boston American el mismo día de 1952.

Fueron los primeros en contar la historia que pronto explorarían cientos de medios, convirtiendo a Christine en una sensación.

Los titulares celebraban que hubiera sido soldado, y la declaraban una belleza estadounidense, describiendo sus largas piernas, cabello rubio y ropa de alta costura.

Todo eso en una época en la que el ejército castigaba la homosexualidad con encarcelamiento, baja deshonrosa o corte marcial, y la libertad de otras personas LGBT estaba constantemente en riesgo.

¿Por qué entonces su caso fue tan excepcional?

La primera
A pesar de que algunos señalaban que era el primer hombre que se convirtió en mujer, en el recuento de esa historia de pioneras otros aparecen antes que ella.

El primero, según los registros supervivientes, fue Rudolf Richter, un alemán nacido en 1891, quien, tras cumplir una condena en la cárcel de hombres por el delito de travestismo, fue entregada por un juez al cuidado del médico alemán y primer activista de los derechos sexuales Magnus Hirschfeld, quien dirigía el Instituto para la Ciencia Sexual en Berlín.

En 1922 Rudolf se sometió a una orquiectomía y en 1930, a una penectomía seguida por una reconstrucción vaginal, y empezó a vivir como Dora Richter.

En ese mismo instituto, la alemana Martha Baer, tras haber sido diagnosticada como pseudohermafrodita masculino, se operó en 1906 y en 1907 se registró legalmente como Karl, convirtiéndose en la primera mujer en convertirse en hombre y la primera persona en cambiar de sexo.

Pero, a pesar de que la intención de Christine Jorgensen era mantener su transformación en el ámbito privado, la indiscreción de un un informante no identificado la llevó a ser la primera mujer transgénero en alcanzar la fama mundial por someterse a una cirugía de reasignación de sexo.

Ante la avalancha de atención pública en su país y el exterior, dejó atrás su timidez, saltó a la palestra y se convirtió en un ejemplo vivo, atractivo y elocuente de la diversidad de género.

No sólo aprovechó la oportunidad para lanzarse como artista de clubes nocturnos, sino que, a través de las entrevistas y más tarde su autobiografía, así como charlas en universidades, iluminó una realidad oscurecida por velos y sombras.

Una mujer
El público se enteró de que nunca se consideró hombre u homosexual, sino mujer; de que había sido en un libro -«La hormona masculina», de Paul de Kruif (1945)- donde había encontrado una posible explicación de su problema personal; de que, en vez de tomar testosterona para volverse más varonil -como sugería el libro-, empezó a tomar estrógeno y consultó con médicos que le confirmaron que algunos cirujanos en Europa ya habían intentado la cirugía de reasignación sexual.

Los lectores, radioescuchas y teleaudientes supieron que en Copenhague, el doctor Christian Hamburger lo había diagnosticado como transexual y había accedió a experimentar con él de forma gratuita y que, bajo guía de Hamburger, se había sometido a dos años de tratamientos hormonales, evaluaciones psiquiátricas y, finalmente, cirugía para extirpar los genitales masculinos.

Descubrieron que había escogido el nombre ‘Christine’ en honor a su médico. Y fue adorada… Por unos meses.

Cuando los reporteros contactaron a los cirujanos que la transformaron y descubrieron que no tenía vagina (Christine aún no se había hecho su vaginoplastia), «los periódicos la expusieron como ‘un hombre alterado’ y los seguidores de Jorgensen en todo el mundo se indignaron al descubrir que Christine no era una mujer ‘real'», como cuenta el autor David Serlin en «Christine Jorgensen and the Cold War Closet».

Pero, desafortunadamente, lo sorprendente no es que fuera blanco de odio y discriminación, sino que hubiera disfrutado de un período de gracia.

«Chico convertido en chica»
Paradójicamente, Christine gozó del favor de la sociedad en parte porque se enmarcaba dentro de sus estrictos parámetros heterosexuales de forma ejemplar.

Como hombre, era un patriota, un soldado retirado con honores como veterano de la Segunda Guerra Mundial, la representación masculina por excelencia de la posguerra.

Como mujer, sus rasgos, belleza, atuendos, manerismos y comportamiento eran la encarnación de esa feminidad que se temía en riesgo desde que el sexo débil se había encargado de ocupaciones tradicionalmente masculinas durante la guerra.

Y en la intersección entre esos dos seres, estaba -en las palabras del Daily News- «la hechicería de la ciencia», aquello que en la era atómica prometía conquistar la naturaleza, para bien o para mal, y la visión de un futuro en el que los médicos encontrarían curas milagrosas a lo que fuera que aquejara.

Todo eso envuelto en el sueño americano, aquel en el que no se pierde la ilusión a pesar de obstáculos aparentemente insuperables y se alcanza el éxito gracias al esfuerzo.

Así, Christine fue disparada al estrellato en una sociedad en la que los homosexuales, los travestis y otros transexuales vivían bajo la amenaza de ser estigmatizados, despedidos, arrestados o ridiculizados.