El encierro papal que duró casi tres años y cambió para siempre la historia del Vaticano.

Tras la muerte del papa Clemente IV en 1268, la Iglesia católica vivió el cónclave más largo y accidentado de su historia. Encierros forzados, condiciones extremas y una ciudad entera al borde del colapso marcaron este capítulo que culminó con un papa inesperado y reformas profundas.
Muerte en Viterbo, silencio en Roma
El 29 de noviembre de 1268, la Iglesia católica quedó sin cabeza tras la muerte del papa Clemente IV en la ciudad de Viterbo. Lo que parecía el inicio de un proceso ordinario de sucesión terminó convirtiéndose en un drama prolongado, con tintes políticos, sociales e incluso humanos. La elección del nuevo pontífice tomó dos años y nueve meses, convirtiéndose en el cónclave más largo de la historia.
Guido Foulques, conocido como Clemente IV, había llegado al papado en 1265 tras una carrera como jurista y diplomático. Su breve pero firme gobierno dejó huella al centralizar el poder eclesiástico en Roma y tensionar las estructuras de poder. Al morir, dejó un Colegio Cardenalicio fracturado en facciones enfrentadas, cada una decidida a bloquear cualquier intento de imposición del adversario.
Bloqueo, intrigas y desgaste
La elección del nuevo papa requería una mayoría de dos tercios entre apenas 20 cardenales con derecho a voto, lo que implicaba un mínimo de 14 votos coincidentes. A pesar de los intentos iniciales por votar a diario, pronto las sesiones se redujeron a una por semana, luego una cada varias semanas, y finalmente meses sin deliberaciones formales.
Los cardenales, alojados con lujos a expensas del erario de Viterbo, negociaban entre sí con promesas que distaban de los intereses espirituales. Las presiones políticas externas, los conflictos entre reinos europeos y la ambición de poder personal hicieron imposible alcanzar un consenso.
Mientras tanto, los ciudadanos de Viterbo pagaban el precio. La ciudad, sin obligación formal pero por tradición responsable de la manutención de los cardenales, empezó a ver vacías sus arcas. Los impuestos aumentaron, el comercio decayó y la paciencia social llegó a un punto de ruptura.
Del privilegio al encierro forzoso
Fue entonces cuando las autoridades locales tomaron medidas inéditas. El podestà (gobernador civil de Viterbo) redujo las raciones de comida y agua, limitando el confort de los cardenales para presionarlos sin desafiar abiertamente a la Iglesia. Pero la medida no fue suficiente.
Se ordenó entonces trasladar la deliberación al Palacio Papal de Viterbo, un edificio más modesto que el Vaticano. Allí, los cardenales fueron literalmente encerrados bajo llave, sin acceso libre al exterior. Así nació el término «cónclave», del latín cum clave, que significa “con llave”.
La situación escaló aún más. En un acto desesperado, las autoridades retiraron partes del techo del palacio, incluyendo dormitorios y salas de deliberación. A la intemperie, los cardenales enfrentaron el calor del verano, las lluvias otoñales y el frío del invierno. Tres de ellos murieron, víctimas de enfermedades, edad avanzada y el deterioro físico.
El giro inesperado; un papa ausente
Después de casi tres años de inmovilismo, surgió una solución inusual. Los cardenales acordaron delegar la elección a un comité de seis miembros, cuidadosamente balanceado entre las distintas facciones. Alejados del resto del colegio y de las presiones externas, este pequeño grupo logró hacer lo que casi tres años de debates no pudieron: llegar a un acuerdo.
El elegido fue un no cardenal; Teobaldo Visconti, un piadoso eclesiástico que se encontraba entonces en Tierra Santa, participando en una cruzada. Su perfil resultaba ideal: ajeno a las intrigas de Roma, sin vínculos con las potencias europeas, y con una reputación de humildad y compromiso espiritual.
Visconti fue informado de su elección por mensajeros especiales. En un primer momento, se negó a abandonar la cruzada, pero finalmente fue convencido por la gravedad de la crisis eclesiástica. El 1 de septiembre de 1271, fue ratificado como papa y en 1272 fue coronado bajo el nombre de Gregorio X.
Un pontífice reformador
El nuevo papa entendió que la Iglesia no podía repetir semejante debacle. En 1274, durante el Segundo Concilio de Lyon, Gregorio X estableció normativas claras para los futuros cónclaves: aislamiento obligatorio, comida racionada progresivamente si no se alcanzaba una decisión en tiempo razonable y reducción del número de votos necesarios en casos extremos. Estas reformas serían reafirmadas por papas posteriores.
Bajo su pontificado, Gregorio X también impulsó la reunificación con la Iglesia ortodoxa, fomentó nuevas cruzadas y trabajó para centralizar nuevamente el gobierno eclesiástico en Roma.
Curiosidades del cónclave eterno
El papa elegido no era cardenal ni estaba en Europa. Es uno de los pocos casos en que un pontífice fue electo fuera del colegio cardenalicio.
La palabra “cónclave” nació en este encierro, y desde entonces ha sido usada para todas las elecciones papales.
Murieron tres cardenales durante la espera, un hecho sin precedentes ni repetición en la historia de la Iglesia.
La ciudad de Viterbo quedó tan afectada económica y políticamente que su papel como sede de elecciones papales terminó ahí.
Gregorio X fue canonizado siglos después, y su tumba se encuentra en la Catedral de Arezzo, Italia.
Contraste histórico: el cónclave más breve
En marcado contraste con este episodio, el cónclave de 1939, que eligió a Pío XII, duró solo tres escrutinios, menos de 48 horas. Participaron 62 cardenales, la cifra más alta hasta entonces. Eugenio Pacelli, secretario de Estado del papa Pío XI, fue elegido sin oposición significativa, convirtiéndose en el primer secretario de Estado en ser nombrado papa de forma directa en la era moderna.
Legado duradero
El cónclave de 1268-1271 no solo marcó una crisis sin precedentes en la Iglesia, sino que generó reformas estructurales que hoy rigen el proceso de elección papal. La palabra «cónclave», las reglas de aislamiento y la necesidad de resolver los desacuerdos en tiempo razonable nacieron del sufrimiento institucional y humano de esos años.
El legado de Gregorio X, un papa elegido en ausencia, fue el de restaurar el orden desde la periferia, demostrando que, a veces, la solución viene de donde nadie la espera.