Durante su visita en 2016, el pontífice abordó la migración, la corrupción, el abandono indígena y la violencia, dejando un legado moral aún vigente tras su muerte.

La muerte del Papa Francisco este 21 de abril ha revivido en México los recuerdos de su visita apostólica de 2016, una gira de seis días que marcó profundamente a la sociedad por los temas que abordó y los gestos de cercanía con el pueblo. A lo largo de su recorrido por Ciudad de México, Ecatepec, Chiapas, Michoacán y Ciudad Juárez, el pontífice habló con firmeza sobre migración, justicia social, pueblos indígenas, violencia y corrupción.
En Ciudad Juárez, uno de los momentos más significativos ocurrió cuando el Papa denunció la crisis humanitaria en la frontera con Estados Unidos. “¡No más muerte, ni explotación!”, clamó, destacando el sufrimiento de miles de migrantes. La imagen de Francisco orando frente a la línea divisoria quedó como símbolo de compasión y reclamo a los gobiernos.
Ese mismo día, en su visita al penal CERESO, el Papa criticó los modelos de seguridad centrados en el castigo. “Nos hemos olvidado de concentrarnos en la vida de las personas”, expresó ante internos y autoridades penitenciarias, llamando a cambiar el enfoque hacia la rehabilitación.
Con empresarios y obreros, Francisco condenó la cultura del descarte. Señaló que “el flujo del capital no puede determinar la vida de las personas” y acusó a los “esclavistas modernos” que se enriquecen a costa de la dignidad humana. Su mensaje retumbó como una advertencia a las élites económicas de México.
En Chiapas, pidió perdón a los pueblos indígenas por los abusos cometidos contra su cultura y tradiciones. Afirmó que las lenguas y cosmovisiones originarias “tienen mucho que enseñarnos”, y defendió su derecho a la tierra y al respeto. Su misa celebrada en lenguas indígenas fue histórica para las comunidades.
En Morelia, Michoacán, habló a los jóvenes sobre el peligro del narcotráfico y les pidió rechazar los “falsos caminos” de la violencia. “Jesús nunca nos invitaría a ser sicarios”, dijo. También pidió a los sacerdotes no resignarse ni aislarse ante el crimen organizado.
En Ecatepec, advirtió sobre las tentaciones del poder y la riqueza. “La vanidad y el orgullo nos alejan de los demás”, predicó ante miles de fieles. Su discurso apeló a la conciencia moral de una sociedad fracturada por la desigualdad.
Pero fue en la Basílica de Guadalupe donde Francisco dejó la imagen más emotiva de su visita. Oró en silencio ante la Virgen, conmovido, ante más de 50 mil católicos. Muchos recuerdan esa escena como un momento de profunda conexión espiritual con el pueblo mexicano.
Al despedirse, Francisco pidió no perder la esperanza y soñar con un país reconciliado, justo y fraterno. Hoy, tras su muerte, esas palabras resuenan como un testamento moral que México guarda con cariño y respeto.