La Pasión y Resurrección de Jesús

La narrativa del Evangelio de San Juan sobre los últimos momentos de Jesús ofrece una visión detallada y conmovedora de su sufrimiento, sacrificio y resurrección.

El relato de la vida de Jesús, su sacrificio y pasión es una de las historias más profundas y trascendentales en la historia del cristianismo. La última cena, la traición de Judas, la entrega de Jesús, su condena, y finalmente, su crucifixión, marcan un punto culminante que no solo transformó el destino de millones de personas, sino que dejó un legado espiritual que ha perdurado a través de los siglos. Estos eventos, recogidos en los Evangelios, no solo relatan hechos históricos, sino también cargan un mensaje de redención, sacrificio y amor incondicional.

El lavatorio de pies; un acto de humildad y servicio

Antes de sentarse a la mesa, Jesús sorprendió a sus discípulos al levantarse, quitarse el manto y, con una toalla atada a la cintura, comenzar a lavar los pies de cada uno de ellos. Este acto, que en la cultura de la época era realizado por los sirvientes, fue un acto de humildad que rompió con las expectativas de los discípulos. Pedro, uno de los apóstoles, inicialmente se negó a permitir que Jesús le lavara los pies, sintiendo que era un gesto de servidumbre que no correspondía al Mesías. Sin embargo, Jesús le explicó: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo». Con este acto, Jesús enseñó una lección profunda sobre el servicio y el amor incondicional, instando a sus discípulos a que, como Él, estuvieran dispuestos a servir a los demás con humildad.
El lavatorio de pies se convirtió en un símbolo del servicio cristiano, recordando que los seguidores de Jesús deben practicar la humildad y el amor al prójimo, incluso en los actos más simples y cotidianos.

La última Cena; el último encuentro de Jesús con sus discípulos

La tarde que precedió a su pasión, Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la Pascua, la festividad judía que conmemoraba la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. Este encuentro, conocido como la Última Cena, se convierte en un acto simbólico de unión, amor y revelación de los misterios del Reino de Dios.
En este último banquete, Jesús instituye uno de los rituales más importantes del cristianismo: la Eucaristía. Durante la cena, Jesús parte el pan y distribuye el vino, diciendo: “Este es mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en memoria de mí”. Este acto no solo anticipa su sacrificio en la cruz, sino que marca el inicio de un sacramento que los cristianos celebrarán a lo largo de los siglos.
Sin embargo, en medio de este acto solemne, Jesús también revela la inminente traición de uno de los suyos. Al preguntar quién sería el traidor, Jesús señala a Judas Iscariote, quien ya había acordado entregar a Jesús a las autoridades a cambio de treinta piezas de plata.

La traición de Judas; el principio del dolor

Judas Iscariote, uno de los discípulos más cercanos de Jesús, traiciona a su maestro por un treinta monedas de plata. Después de la cena, Judas se dirige a los sacerdotes y les informa sobre el paradero de Jesús. La traición de Judas no solo marca la entrega de Jesús a las autoridades, sino que representa la contradicción entre el amor y la traición, un acto de cobardía que culmina en el sacrificio más grande de la historia.
En el huerto de Getsemaní, mientras Jesús ora angustiado, Judas se acerca a él con un beso, señalando así a su maestro para ser arrestado. La escena de la traición marca el inicio de la agonía de Jesús, quien, sabiendo lo que le esperaba, acepta con valentía su destino.

La entrega de Jesús; el juicio y la condena
Tras su arresto, Jesús es llevado ante Anás, el sumo sacerdote, quien lo interroga sobre su doctrina y su influencia entre el pueblo. Jesús responde con dignidad, recordando que siempre enseñó de manera pública y abierta. Sin embargo, uno de los soldados, en un acto de desdén, le da una bofetada, mostrando la creciente violencia con la que se trataba al Mesías.
Más tarde, Jesús es llevado ante el gobernador romano Poncio Pilato. Los líderes religiosos exigen su crucifixión, acusándolo de proclamarse rey de los judíos y sublevarse contra el imperio romano.
Pilato, tras interrogarlo, no encuentra culpa en Jesús, pero cede ante la presión de la multitud que pide su muerte. De forma paradójica, la condena a Jesús se da en la festividad de la Pascua, un tiempo en el que los judíos conmemoraban la libertad obtenida de la opresión. Ahora, la libertad verdadera que Jesús representaba se ve eclipsada por su condena a muerte.

La pasión y crucifixión; el dolor supremo

El relato de la pasión de Cristo es uno de los más conmovedores y dramáticos de la historia religiosa. Jesús, después de ser azotado, es obligado a llevar la cruz hacia el monte Gólgota, conocido como el lugar de la calavera, donde será crucificado. Es allí donde se cumple la antigua profecía: el Mesías, el Salvador, será levantado en la cruz, simbolizando el sacrificio máximo por los pecados de la humanidad.
La crucifixión de Jesús es un acto brutal de tortura y humillación. Los soldados romanos lo clavan a la cruz entre dos malhechores, colocando una inscripción en la parte superior de la cruz que decía: «Jesús Nazareno, Rey de los Judíos». La multitud se burla de Él, desafiando su divinidad y exigiendo que se salve a sí mismo si realmente es el Hijo de Dios.
Mientras está en la cruz, Jesús pronuncia sus últimas palabras: «Padre, perdona a ellos, porque no saben lo que hacen». Estas palabras de perdón reflejan la magnitud de su sacrificio: Jesús no solo sufre por sus seguidores, sino por aquellos que lo rechazan y lo condenan.

La muerte y el lamento: un cuerpo sin vida y un mundo transformado

Tras varias horas de agonía, Jesús muere en la cruz a la hora nona. Un soldado, para comprobar su muerte, le atraviesa el costado con una lanza, de la cual brota sangre y agua, un acto que cumplía las Escrituras. La muerte de Jesús no solo es un acto físico, sino una ruptura espiritual que marca el fin de una era. A partir de ese momento, la relación entre Dios y la humanidad no se entendería más desde el sacrificio de animales o rituales antiguos, sino desde la entrega final de Cristo.
En ese mismo día, José de Arimatea, un discípulo de Jesús, obtiene permiso de Pilato para retirar su cuerpo de la cruz. Con el apoyo de Nicodemo, ambos lo envuelven en lienzos con especias aromáticas y lo colocan en un sepulcro nuevo. Este acto de sepultura pone fin a los días terribles de sufrimiento, pero también prepara el terreno para lo que vendrá.

La resurrección del Señor

Tres días después de su muerte, en la madrugada del primer día de la semana, algo extraordinario ocurrió. Según los evangelios, María Magdalena, acompañada por otras mujeres, fue al sepulcro con la intención de ungir el cuerpo de Jesús. Para su asombro, encontraron la piedra removida y el sepulcro vacío.
En medio de su desconcierto, se les aparece un ángel que les dice: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado”. Este anuncio se convertiría en el corazón del mensaje cristiano: Cristo había vencido a la muerte.
María Magdalena, desconcertada y angustiada, se encuentra con alguien que al principio no reconoce. Es cuando Jesús la llama por su nombre, “¡María!”, que ella comprende quién está frente a ella. El encuentro es profundamente emotivo, pero Jesús le pide que no lo toque, pues aún no ha subido al Padre. En su lugar, le encomienda anunciar la buena nueva a los discípulos: Él vive.

Las apariciones a los discípulos; Paz y misión

Jesús no solo se apareció a María Magdalena, sino también a sus discípulos en distintas ocasiones. Primero, a dos de ellos que iban de camino a Emaús, con quienes compartió el pan antes de desaparecer. Luego, se presenta ante todos en el lugar donde se ocultaban, temerosos, y les dice: “La paz esté con ustedes”.
En ese encuentro, les muestra sus heridas como prueba de que no es un fantasma, y les sopla el Espíritu Santo, dándoles poder para perdonar pecados. Tomás, uno de los doce que no estaba presente en esa primera aparición, duda del testimonio de sus compañeros. Ocho días después, Jesús se le presenta directamente y le invita a tocar sus heridas. “Señor mío y Dios mío”, exclama Tomás, convencido. Jesús le responde con una lección eterna: “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron”.

La ascensión; el regreso al Padre y la promesa del Espíritu

Cuarenta días después de su resurrección, Jesús se reúne con sus discípulos en el monte de los Olivos. Les recuerda todo lo que les ha enseñado y les encomienda una misión: ir por todo el mundo y predicar el Evangelio. Les promete que no estarán solos, pues enviará al Espíritu Santo para guiarlos y darles fuerza.
“Ustedes serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra”, les dice. Y mientras hablaba, fue elevado ante sus ojos, y una nube lo ocultó a su vista. Los discípulos, atónitos, observaban al cielo cuando dos hombres vestidos de blanco les dijeron: “Galileos, ¿por qué están mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido llevado al cielo, vendrá de la misma manera en que lo han visto ir”.

Un Legado Eterno

Desde el lavatorio de pies hasta la ascensión, el relato de Jesús no es solo una sucesión de hechos, sino un mensaje vivo que sigue transformando corazones. Su entrega en la cruz fue el acto supremo de amor, su resurrección la victoria sobre la muerte, y su ascensión la promesa de una vida eterna.
Los discípulos, transformados por estas experiencias, pasaron de ser hombres temerosos a apóstoles valientes, dispuestos a dar su vida por el mensaje de su Maestro. El mundo no volvió a ser el mismo. La historia de Jesús no terminó en la cruz, sino que comenzó de nuevo con la piedra removida y el anuncio eterno: “Él ha resucitado”.

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