
Al tiempo que Sudán marca este martes dos años de guerra civil, las atrocidades y la hambruna no hacen más que aumentar en lo que Naciones Unidas califican como la peor crisis humanitaria en el mundo.
El mes pasado, el ejército sudanés consiguió una importante victoria al recuperar la capital, Jartum, de manos de su rival, las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR). Sin embargo, eso sólo ha llevado la guerra a una nueva fase que podría culminar en una partición de facto del país.
El viernes y el sábado, combatientes de las FAR y sus aliados irrumpieron en dos campos de refugiados en la región occidental de Darfur y mataron al menos a 300 personas. Los campos de Zamzam y Abu Shouk, que albergan a unos 700.000 sudaneses que huyeron de sus hogares, se han visto afectados por la hambruna, y los trabajadores humanitarios no pueden llegar a ellos debido a los combates.
Hasta 400.000 personas han huido del campamento de Zamzam en los últimos días, dijo el martes Stéphane Dujarric, portavoz de la ONU.
“Fuentes locales nos informan que grupos armados han tomado el control del campamento y restringen la circulación de quienes permanecen allí, especialmente de los jóvenes”, señaló.
La mitad de la población, de 50 millones de personas, se enfrenta al hambre. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) ha confirmado la hambruna en 10 localidades y reporta que podría extenderse, lo que pone a millones en peligro de inanición.
“Este conflicto abominable se ha prolongado durante dos años de más”, expresó Kashif Shafique, director nacional de Relief International Sudan, el último grupo de ayuda que aún trabaja en el campamento de Zamzam. Nueve de sus trabajadores murieron en el ataque de las FAR.
Agregó que el mundo debe presionar por un alto al fuego.
“Cada minuto que esperamos, más vidas penden de un hilo”, dijo. “La humanidad debe prevalecer”.
Esto es lo que sucede al iniciar el tercer año de la guerra:
Partir Sudán
La guerra estalló el 15 de abril de 2023, con intensos combates entre el ejército y las FAR en las calles de Jartum, que rápidamente se extendieron a otras partes del país.
Fue la culminación de meses de tensión entre el jefe del ejército, el general Abdel-Fattah Burhan, y el comandante de las FAR, Mohammed Hamdan Dagalo. Ambos fueron aliados para reprimir al movimiento sudanés por la democracia y el gobierno civil, pero se enfrentaron entre sí en una lucha por el poder.
Los combates han sido brutales. Grandes zonas de Jartum han quedado devastadas. Casi 13 millones de personas han huido de sus hogares, 4 millones de ellas a países vecinos. Se han registrado al menos 20.000 muertos, pero el número real de víctimas es probablemente mucho mayor.
Ambos bandos han sido acusados de atrocidades y los combatientes de las FAR son conocidos por atacar aldeas en Darfur, perpetrar masacres de civiles y violar mujeres.
El recapturar Jartum por parte del ejército a finales de marzo fue una importante victoria simbólica. Permitió a Burhan regresar a la capital por primera vez desde que inició la guerra y declarar un nuevo gobierno, lo que fortaleció su posición.
Pero los expertos señalan que las FAR han consolidado su dominio sobre las zonas que aún controlan —una vasta extensión del oeste y sur de Sudán, incluidas las regiones de Darfur y Kordofán. El ejército controla gran parte del norte, este y centro del país.
“La realidad sobre el terreno ya se asemeja a una partición de facto”, dijo Federico Donelli, profesor adjunto de Relaciones Internacionales en la Universidad de Trieste, en Italia.
Donelli agregó que es posible que ambas partes busquen un alto al fuego ahora. Pero lo más probable, opinó, es que el ejército mantenga su intento de avanzar en el territorio controlado por las FAR.
Ninguna de las partes parece capaz de derrotar a la otra.
“Ambas partes sufren de fatiga de combate”, refirió Suliman Baldo, director del Sudan Transparency and Policy Tracker (Observatorio de Transparencia y Políticas de Sudán).
Las FAR están debilitadas por fisuras internas y “carecen de legitimidad política dentro del país”, enfatizó Sharath Srinivasan, profesor de Política Internacional en la Universidad de Cambridge.
No obstante, tienen un sólido acceso a armas y recursos, reforzado por el apoyo de Emiratos Árabes Unidos, Chad, Uganda, Kenia, Sudán del Sur y Etiopía, agregó.
“Sin una comprensión de la compleja geopolítica regional de esta guerra, es fácil subestimar la resiliencia y la capacidad de las FAR y su capacidad para contraatacar”, manifestó Srinivasan, autor de When Peace Kills Politics: International Intervention and Unending Wars in the Sudans (Cuando la paz mata a la política: Intervención internacional y guerras interminables en los Sudán).
La hambruna se agrava
Cientos de miles de personas atrapadas por los combates enfrentan hambre e la inanición. Hasta ahora, el epicentro de la hambruna se ha situado en la provincia de Darfur del Norte, particularmente en el campamento de Zamzam. Las FAR han cercado el campamento al tiempo que lanzan una ofensiva contra El Fasher, la capital regional y la última posición importante del ejército en la región de Darfur.
Amna Suliman, quien vive en el campamento y es madre de cuatro hijos, informó que la gente ha recurrido a comer hierba y hojas de árboles.
“No tenemos otra opción”, dijo en una entrevista telefónica reciente. “Vivimos con miedo, sin comunicación, sin comida y sin esperanza”.
Desde que se declaró la hambruna en Zamzam en agosto, se ha extendido a otras partes de la provincia y a la cercana provincia de Kordofán del Sur.
El PMA advirtió esta semana que otros 17 lugares pronto caerán también en hambruna —incluidas otras partes de la región de Darfur, pero también zonas del centro y sur de Sudán— debido a la imposibilidad de acceder a ellas por parte de los trabajadores humanitarios.
“La situación es muy grave”, declaró Adam Yao, representante adjunto de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en Sudán.
Al menos 25 millones de personas, más de la mitad de la población del país, ya enfrentan hambre aguda, incluidas 638.000 que enfrentan hambre catastrófica, la clasificación más grave utilizada por las agencias de ayuda, según el PMA. Unos 3,6 millones de niños sufren desnutrición aguda.
Necesidades enormes en todas partes
En otras zonas, la captura de territorio por parte de los militares permitió a los grupos de ayuda llegar a refugiados y desplazados que han estado prácticamente aislados de la ayuda durante dos años.
Sudán se ha visto afectado por múltiples brotes de cólera, malaria y dengue en los últimos dos años. El último brote de cólera, en marzo, causó la muerte de unas 100 personas y enfermó a más de 2.700 en la provincia de Nilo Blanco, según el Ministerio de Salud.
La economía se ha visto devastada, con una caída del 40% del PIB, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). El empleo a tiempo completo se ha reducido a la mitad y casi el 20% de los hogares urbanos reportaron no tener ningún ingreso en absoluto, informó.
Al mismo tiempo, las agencias de la ONU y los grupos de ayuda han enfrentado recortes de financiación por parte de sus principales donantes, incluido Estados Unidos. Hasta marzo, solo se había recibido el 6,3% de los 4.200 millones de dólares necesarios para la asistencia humanitaria en Sudán este año, dijo Clementine Nkweta-Salami, coordinadora humanitaria de la ONU en Sudán.
“Las reducciones se producen en un momento en que las necesidades en Sudán nunca han sido mayores, con más de la mitad de la población hambrienta y la hambruna extendiéndose”, añadió.
Unas 400.000 personas lograron regresar a sus lugares de origen en las zonas retomadas por el ejército en los alrededores de Jartum y la cercana provincia de Gezira, según la agencia de migración de la ONU.
Muchos encontraron sus hogares destruidos y saqueados. Dependen en gran medida de organizaciones locales de beneficencia para alimentarse.
Abdel-Raham Tajel-Ser, padre de tres hijos, regresó en febrero a su barrio en Omdurmán, ciudad hermana de Jartum, tras 22 meses de desplazamiento.
El funcionario civil de 46 años dijo que encontró su casa, que había sido ocupada por las FAR, gravemente dañada y saqueada.
“Fue un sueño”, enunció sobre su regreso, y añadió que su vida en el barrio —prácticamente destruido y casi sin electricidad ni comunicaciones— es “mucho mejor que vivir como persona refugiada o desplazada”.