Legado de AMLO depende de Sheinbaum…, no de AMLO

carlos

La noche del 9 de abril de 1936, el expresidente Plutarco Elías Calles entendió la lógica del sistema que fundó junto con Álvaro Obregón para darle estabilidad política a la República, justo en momentos en que la desarticulación interna al interior del régimen hubiera podido destruir lo construido: la institución presidencial es única, indivisible y temporal.

Prácticamente todos los presidentes salientes y varios de ellos en condiciones de expresidentes tuvieron que asimilar con realismo el hecho de que el presidencialismo no se comparte, además de acumular evidencias de que los legados corresponden a los sucesores y no a los salientes.

La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo se está acercando al momento delicado en que tiene que asumir de modo absoluto los hilos reales del poder, no los bastones simbólicos que ni siquiera las comunidades indígenas respetan como instancias de dominación: el poder es el poder y para hacer poder es indivisible.

En medio de conflictos políticos, partidistas, económicos y geopolíticos, la presidenta Sheinbaum necesita concentrar el poder que le dieron las urnas a ella, aun cuando represente la continuidad del proyecto lopezobradorista. Y el expresidente López Obrador en modo del presidente emérito y desde el Palacio de Invierno de Palenque debería tener ya claro que es su legado ya no está en sus manos, sino en la fuerza institucional que pueda contar la presidenta Sheinbaum al interior de una alianza coyuntural que no se ha convertido en términos reales en una coalición dominante.

La estructura de poder y el método de toma de decisiones en el Ejecutivo mexicano exige la centralización efectiva del poder en la figura de quien ejerce las funciones de Ejecutivo, sobre todo por la circunstancia agravante de que México logró la liberación de espacios autoritarios de poder pero no ha fundado de manera formal una democracia de instituciones.

Aún en los sistemas parlamentarios, el titular del Ejecutivo tiene el dominio disciplinado de las tres instancias básicas del poder real: el control directo del partido como sistema nervioso, la subordinación de los jefes parlamentarios como sistema sanguíneo y el sistema óseo de las gubernaturas. Esa estructura, en realidad, la construyó el presidente Benito Juárez como Estado-nación, la afinó e hizo eficaz por la vía autoritaria el presidente Porfirio Díaz y la heredó como estructura del poder con autonomía de los titulares circunstanciales el régimen posrevolucionario-priista que sigue vigente en la actualidad.

La intervención de la presidenta Sheinbaum como militante con licencia en Morena para poner orden en el desorden de precandidatos presidenciales adelantados y desbocados fue una señal inequívoca de que el poder presidencial es indivisible o no va a ser poder encargado de un legado político.

La correa de transmisión del poder presidenta de la República-partido mayoritario quiso ser tecnocratizada por el candidato presidencial priista y luego presidente Ernesto Zedillo como parte de una democracia más de economista que real: mantener la “sana distancia” del presidente de la República respecto del partido, y caro le costó a su administración cuando perdió el control del PRI, se le hizo bolas la sucesión presidencial del 2000 y perdió las elecciones ante el PAN, aunque ahora se quiera vender como un voluntario democratizador. Zedillo no pudo poner candidato presidencial y apoyó a Vicente Fox.

Los hilos de poder de Morena, los dos jefes legislativos y los gobernadores se mueven desde el Palacio de Invierno de Palenque, y aunque no conspiren contra la presidenta Sheinbaum, al final de cuentas le reducen margen de maniobra para administrar la gravísima crisis de viabilidad económica, política y social del sexenio actual.

El poder real lo tendrá la presidenta Sheinbaum solo cuando decida tomar el control del proceso de sucesión presidencial de 2030 que comenzó la noche del 2 de junio de 2024 cuando se conocieron las cifras oficiales de las elecciones federales. Todo presidente saliente sabe que su poder es limitado, se agota con cada decisión asumida y no puede ir más allá del tiempo político de su sucesor. Pero la historia real del país demuestra que al presidente saliente le alcanza su poder solo para poner sucesor y nada más.

El legado lopezobradorista no depende del ejercicio del poder expresidencial, sino de la fuerza real, unitaria, verticalista y excluyente de su sucesora. Lo supo, en modo dramático, Elías Calles.

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