
Por un instante, el silencio en T-Mobile Park pesaba más que las derrotas acumuladas. Mariners, sumergidos en un déficit de cinco carreras con dos outs en la octava entrada, parecían otra vez perdidos en altamar. Nadie lanzaba bengalas, nadie hacía algo por sobrevivir. Entonces apareció Randy Arozarena.
En un equipo con brújula descompuesta, el mexicano se convirtió en faro y timonel. Su bat no sólo conectó un grand slam, el primero con uniforme de Mariners, sino que rescató a su equipo que naufragaba.
Fue en la octava entrada, cuando Steven Okert, zurdo de Houston, quiso colarle una recta por dentro. Arozarena la cazó y la envió 384 pies, directo al bullpen rival, en una escena que cambió el ánimo y el marcador. De un 0-5 sin pulso, a un 4-5 con corazón nuevo.Pero el milagro no se firmó ahí. En el noveno rollo, con el juego 6-4 y la esperanza tambaleante, el caos se alineó para Seattle: sencillos de Donovan Solano y Miles Mastrobuoni, una jugada anulada que mantuvo a Solano en tercera, y un doble salvaje de Julio Rodríguez, quien rompió una sequía para conseguir el empate en la pizarra.
Con el marcador en tablas, Arozarena regresó al centro del escenario. Contó los lanzamientos, estudió el ritmo de Bryan Abreu y, en cuenta llena, se negó a morder el anzuelo de un slider alto. Cuarta bola. Carrera de la victoria. Walk-off y un festejo que olía a resurrección.
Ayer fue el tipo de triunfo que puede transformar el calendario de una organización en la MLB. La primera serie ganada de la temporada, y nada menos que frente a Houston. Mariners ahora está con marca de 5-8, y aunque aún se encuentran en números rojos, lograron un resultado que los hace creer en ellos mismos.