Reflexiones Buena Nueva

LA PRESENTACION DEL SEÑOR – Ciclo C (Lucas 2, 22-40) – enero 26, 2025
Malaquías 3, 1-4; Salmo 23; Hebreos 2, 14-18

Reflexiones Buena Nueva

A cuarenta días del Nacimiento de Jesús, la liturgia nos recuerda como en cumplimiento de la Ley, José y María, llevan al niño Jesús a presentarlo al templo.

Evangelio según san Lucas 2, 22-40

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Reflexión:
¿Cómo ser reflejo de la luz salvadora de Jesús?

La presentación al Templo, según la ley judía, de los varones primogénitos de un matrimonio, era para reconocer que pertenecían al Señor y una forma de agradecer a Dios por la bendición de la multiplicación de la población; se le consideraba sagrado y se le atribuía un gran valor. José y María, cumplieron con la Ley, como fieles judíos.

Las profecías de la venida del Mesías decían que llegaría al santuario, al Templo, como ofrenda, “Miren que ya viene entrando…” (Malaquías 3, 1-4) la cual se cumple cuando el niño Jesús es llevado al a su Presentación en el Templo, por sus padres terrenales.

En el Templo, nos narra el evangelio, como es que Simeón, sobre niño Jesús, dice: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» … «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» … con lo cual además de reconocerlo, predice la misión futura del niño. También Ana, la profetiza, proclama la misión salvadora de Jesús.

Hoy, nos toca a cada uno reconocer a Jesús, a pesar de y en: las caídas (tropiezos de la vida), en las contradicciones (lo que hemos aprendido vs. lo que Jesús nos enseña), los sufrimientos (por causa de nuestro seguimiento).

El reconocer a Jesús, multiplica nuestra esperanza, ilumina nuestro camino en la vida y nos impulsa a seguir a Jesús, confiar en que lo que nos enseña, a lo que nos invita, ya que todo es para nuestro bien, personal y comunitario y de toda la creación.

Jesús nos salva y libera de “la esclavitud del mal, de lo que nos ´mata´, de afecciones desordenadas” (cfr. Heb 2, 14-18), que impiden tengamos una vida que valga la pena vivir. Como Él, estamos llamados a crecer en gracias, delante de Dios y los demás, haciendo y siendo de bien.

¿Cómo puedo reconocer en mi vida a Jesús?… ¿Cómo poner mi esperanza en Jesús?… ¿Cómo suscitar esperanza en nuestra sociedad?

Alfredo Aguilar Pelayo
alfredo@ccrrsj.org

RecursosParaVivirMejor

www.ccrrsj.org

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