Estrategia equivocada: atacar a Canadá y no entender a Trump

Para la segunda etapa de gobierno de Donald Trump y prever desde ahora la extensión del trumpismo por doce años –cuatro que vienen y ocho de su sucesor–, la estrategia mexicana más sensata exige tener un perfil claro del personaje: no es un político, no le importan las reglas de la política, tampoco es un empresario, sino que todo se reduce a una obsesión compulsiva por el ejercicio del poder y un enfoque personal por encima de leyes, reglas y realidades.

Trump perfila también la personalidad bonapartista que se presenta ante la sociedad como el salvador de Estados Unidos como la única civilización y el destino manifiesto y exige sumisión, como Luis Napoleón Bonaparte, para ser presidente y luego emperador. Y en este escenario se deben analizar los disturbios del 6 de enero del 2021 en el Capitolio como su 18 brumario para conquistar el poder vía golpe de Estado.

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Trump carece de cultura, no tiene el valor del sentido común, como los tiburones necesita estar en constante movimiento o moriría en la actividad, mantiene la iniciativa política sólo a través de sus mensajes en la red X, es incapaz de dar la razón a alguien y se rodea de empleados y no de colaboradores o representantes de grupos.

En los hechos, Trump sigue siendo el mismo que irrumpió en la política de modo escandaloso en 2016 con su condena contra los migrantes y su propuesta de construir un muro simbólico y real para aislar a Estados Unidos de la contaminación del subdesarrollo del sur. Por eso habría que analizar a Trump a partir de su corta vida política de nueve años en la alta política estadounidense.

El perfil de Trump se percibe como complemento a la sociedad estadounidense que se hartó de la vieja clase política dirigente convertida en burocracia parasitaria. La complicidad demócratas-republicanos subordinó el papel dominante de EU a arreglos en las cúpulas del poder y en los lobbies que dominan al sistema político de americano.

Para entender al verdadero Trump y a partir de ahí desprender cualquier tipo de análisis se tiene que revisar minuciosamente el comportamiento de Trump en las elecciones del 2020 y sobre todo su liderazgo agresivo contra el régimen estadounidense del 4 de noviembre que marcó su derrota al 6 de enero de 2021 cuando dirigió el asalto de turbamultas contra el Capitolio para reventar el conteo de votos, anular las elecciones y exigir el reconocimiento de su victoria no probada.

El periodista Ban Balz, del The Washington Post, como lo recoge Martin Baron, director del diario, en su libro Trump, Bezos y el Washington Post, resumió la mejor descripción del Trump golpista de 2021 que regresó con la victoria en 2024:

Durante 4 años, el presidente Trump ha intentado socavar las instituciones de la sociedad democrática, pero nunca de un modo tan flagrante como lo hizo el miércoles (6 de enero de 2021) a primera hora de la madrugada. Su intento de reclamar la victoria para sí, sin ningún fundamento, y de subvertir las mismas elecciones exigiendo que se interrumpa el recuento de votos representa la amenaza más grave para la estabilidad del país (…) Un presidente que respetara la Constitución dejaría que las cosas siguieran su curso. Pero Trump ha demostrado una vez más que ni le importa la Constitución ni la estabilidad ni el bienestar del país ni nada parecido. Solo le importa él mismo y conservar el poder que ahora ostenta”.

Pero Trump sería nadie si no contara con el aval de la misma sociedad que ha socavado. Baron escribe su libro para exaltar la decisión del empresario Bezos de resistir los ataques y las presiones de Trump contra el diario en su primera presidencia, pero de pronto Bezos y el The Washington Post cambiaron su enfoque político en las elecciones del pasado 5 de noviembre al romper la tradición democrática del diario de apoyar públicamente y con un editorial a los demócratas y con su negativa a publicar el editorial Bezos quebró la alianza liberal del diario.

Para enfrentar a Trump se requiere de una estrategia de seguridad nacional que entienda el perfil personal del presidente, sus intenciones de reconstrucción del destino manifiesto de Estados Unidos y la comprensión de los puntos fuertes y de los lados débiles. La estrategia discursiva de Trump se nutre del rechazo público del adversario y su base social-política regresa a los estímulos imperiales de EU.

La gran pregunta no es quién le teme a Donald Trump, sino quién entiende a Donald Trump para desactivar sus potencialidades destructivas. Trump no es un político a tratar de identificar, sin una carga emocional, o en palabras rulfianas, un rencor vivo.

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Política para dummies: la política se hace con políticos, lo demás es el planeta de los simios.

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