En los últimos años, la Península de Yucatán ha sido escenario de un crecimiento significativo de la industria porcícola, con la expansión de granjas industriales dedicadas a la cría intensiva de cerdos. La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) informó a principios de 2023 que identificó 507 posibles granjas porcinas y su impacto en los humedales, sin embargo, Mercy For Animals Latinoamérica descubrió mediante una investigación la existencia de 372 granjas que no fueron incluidas en el reporte, elevando un total de 872 granjas en Yucatán. Esto posiciona a Yucatán como el tercer estado con mayor población de cerdos en México, con un estimado de 1,600,202 hasta principios de 2024. Si bien esta actividad ha traído beneficios económicos por medio de la generación de empleos, también ha generado preocupaciones sobre los impactos ambientales y en la salud humana, ya que el exceso de este tipo de granjas industriales sobrepasa la capacidad de regeneración del ecosistema de la región.
En la actualidad, ha sido poca la atención que se le ha proporcionado al sector primario en cuanto al impacto negativo que este provoca al medio ambiente, contaminando el aire, suelo y agua; no obstante, en México no se cuenta con una legislación para limitar estos impactos ecosistémicos. Por ejemplo, México es el responsable de generar un 6.3% de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) derivado de esta actividad, mientras que la contaminación de suelos se da por medio de las heces de los cerdos que son vertidas al suelo sin un previo tratamiento, y que estas contienen altas concentraciones de nitrógeno (N) y fosforo (P), los cuales en exceso pueden afectar el rendimiento del suelo para producir cultivos. Por otro lado, la contaminación del agua implica el deterioro de la calidad física, química y microbiológica de esta por medio de contaminantes como N, P, metales pesados, microorganismos patógenos, hormonas y medicamentos de uso veterinario.
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Peligrosamente, la Península de Yucatán posee un delicado sistema de acuíferos subterráneos, la cual se ve amenazado por estos residuos líquidos y sólidos que provienen de las granjas.
Los desechos, ricos en nitratos, fosfatos y algunos metales traza (contenido en el alimento de los cerdos), suelen infiltrarse en el suelo, contaminando el agua subterránea que abastece a comunidades locales. Un estudio reciente del Centro de Investigación Científica de Yucatán (CICY) demostró que los niveles de nitratos en áreas cercanas a estas granjas superan los límites establecidos, lo que puede causar problemas de salud como la metahemoglobinemia o “síndrome del bebé azul” en los infantes.
En términos de salud humana, la cercanía de estas granjas a poblaciones humanas ha suscitado preocupaciones sobre los gases tóxicos que emanan de las instalaciones. Los compuestos como el amoníaco y el sulfuro de hidrógeno, derivados del estiércol en descomposición, pueden provocar problemas respiratorios y oculares en las comunidades cercanas. En algunos casos, también se ha relacionado con el aumento en enfermedades gastrointestinales debido a la contaminación del agua.
Asimismo, otro impacto colateral evidente es el ambiental, derivado de la expansión de estas granjas. Grandes extensiones de selva han sido taladas para dar lugar a la infraestructura porcícola, lo que ha alterado los ecosistemas locales y afectado a la fauna y flora de la región.
El Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (CCMSS) alertó que la deforestación contribuye a la pérdida de biodiversidad, la erosión del suelo y el cambio en los patrones climáticos locales, afectando la capacidad de las comunidades para sostener actividades agrícolas tradicionales.
El debate sobre la sustentabilidad de este modelo agroindustrial está en aumento, con organizaciones como Greenpeace México y grupos locales demandando una mayor regulación y un enfoque hacia la producción sostenible que respete tanto el ambiente como las comunidades humanas.
Por otro lado, los defensores de la industria argumentan que, con las tecnologías adecuadas y una estricta supervisión, es posible minimizar los daños ambientales y maximizar los beneficios económicos.
Este escenario, plantean la adopción de prácticas más sustentables que podrían ayudar a mitigar los impactos ambientales y de salud de la cría de cerdos en la región. Por ejemplo, se puede implementar mejores prácticas de gestión de residuos, como el uso de digestores de biogás para capturar metano y tratar el estiércol, lo que podría reducir significativamente la huella ambiental de estas granjas. Estos sistemas no solo pueden reducir las emisiones GEI, sino que también pueden producir biogás, y que bajo ciertas condiciones podrían usarse como fuente de energía renovable. También, la adopción de prácticas agroecológicas, como los sistemas integrados de cultivo y ganadería, podría ayudar a restaurar la salud del suelo y aprovechar la escorrentía de nutrientes. Estas prácticas pueden mejorar la resiliencia de los sistemas agrícolas en la península, haciéndolos más sostenibles a largo plazo.
Sin lugar a duda, las granjas industriales de cerdos en la Península de Yucatán son un sector económico importante, pero su impacto ambiental y en la salud humana plantea serios retos que requieren la implementación urgente de políticas públicas más estrictas en la aplicación de regulaciones ambientales y el fomento de prácticas agrícolas más sostenibles. La protección del medio ambiente y la salud de las comunidades locales deben ser prioridades en la discusión sobre el futuro de esta industria en la región.