El paso del huracán por el este y medio oeste de EU provocó desastres y cortes en la electricidad para millones
Millones de estadunidenses seguían sin electricidad ayer y muchos enfrentaban inundaciones “catastróficas”, mientras los remanentes del potente huracán Helene azotaban los estados del este y medio oeste de Estados Unidos, donde su paso deja al menos 53 muertos.
Los equipos de rescate están trabajando para restablecer el suministro eléctrico y hacer frente a las consecuencias de los desbordamientos masivos, que han destruido viviendas, carreteras y negocios en varios estados.
Al menos 22 personas han muerto en Carolina del Sur, 17 en Georgia, 11 en Florida, dos en Carolina del Norte y una en Virginia, según un balance elaborado por AFP a partir de declaraciones de las autoridades locales.
“Estoy profundamente entristecido por las pérdidas humanas y la devastación causadas por el huracán Helene”, dijo ayer el presidente estadunidense, Joe Biden. “El camino hacia la recuperación será largo”, agregó el mandatario.
En Cedar Key, una isla de apenas unos cientos de habitantes en la costa oeste de Florida, los tejados de las casas fueron arrancados y las paredes abiertas de golpe.
“Me rompe el corazón ver esto”, dijo Gabe Doty, un empleado municipal. “Muchas casas han desaparecido, el mercado ha desaparecido. La oficina de correos ha desaparecido. Es una verdadera tragedia, y va a ser difícil reconstruir”, comentó.
Helene tocó tierra el jueves por la tarde cerca de Tallahassee, capital del estado de Florida, como huracán de categoría 4 en una escala de 5, con vientos de 225 kilómetros por hora, y continuó causando estragos incluso después de debilitarse a ciclón postropical.
Michael Ward lleva 33 años viviendo en Treasure Island, un islote del oeste de Florida. El jueves, pese a una orden de evacuación por el peligroso huracán Helene, se negó a acompañar a su esposa a casa de unos amigos, tierra adentro. Una decisión que acabó lamentando.
Cuando esa ciudad del sur de Estados Unidos empezó a inundarse, Ward, de 67 años, temió electrocutarse y quiso abandonar su vivienda de una planta. Pero el empuje de la marejada le impidió abrir las puertas y tuvo que escalar a una ventana para poder saltar.
Con el agua en la cintura, caminó unos 800 metros hasta la casa de dos niveles de un vecino, donde pasó el resto de la noche.
“No puedo creer que haya pasado esto. Vivo en Florida desde hace 44 años, y demasiadas veces las noticias sobre estas tormentas resultan estar equivocadas”, dice Ward. “Supongo que se nos acabó la suerte”.
Treasure Island, en el golfo de México, forma parte de una cadena de islas barrera situadas a un puente de distancia de la ciudad floridana de St. Petersburg.
El jueves por la noche, Helene mató a una de sus 11 víctimas en Florida -más de 50 en varios estados afectados, en esta ciudad de 6 mil 500 habitantes, donde residen sobre todo profesionales acomodados y jubilados.
Aquí la marejada ciclónica alcanzó cerca de 2.10 metros de altura y el rastro del huracán, de categoría 4 sobre 5, se nota en todas partes. Las aceras están llenas de fango y los objetos inservibles: sofás, camas, neveras y puertas podridas por el agua se amontonan frente a las casas.
Arthur Czyszczon entra y sale del Page Terrace, el hotel en primera línea de playa que regenta con su familia.
Afuera hay colchones, mesillas de noche y lámparas apilados. Como muchos, evacuó la isla antes del paso de la tormenta, y ahora comprueba los daños.
“Es devastador ver a tu comunidad pasar por esto. El agua salada hace un daño inmenso”, dice este hombre de 42 años, que teme por el futuro de sus vecinos.
A su alrededor, explica, la mayoría de casas construidas a ras del suelo quedaron inhabitables, y muchos residentes no tienen seguro por inundaciones por que son muy caros.
“Va a llevar bastante tiempo recuperar los restaurantes, reparar las casas y los hoteles. La comunidad tendrá que unirse y trabajar junta mejor que antes de la tormenta”.
Para Czyszczon y los demás habitantes de Treasure Island, un largo camino hacia la recuperación acaba de comenzar, con sus dudas y preocupaciones.
Ward asegura que, la noche del huracán, no pudo dormir porque “sólo pensaba en todo el trabajo que iba a tener que hacer”.
Como decenas de personas, arrastra en un carro bolsas de plásticos llenas de objetos y ropa que acaba de recoger en su casa.
Las autoridades locales han impedido el acceso de vehículos a la isla para poder terminar sus labores de limpieza, así que Sánchez y los demás deben caminar casi dos kilómetros bajo el sol, con 30 grados de temperatura.