Cuando adquirimos un producto o servicio, no pensamos en todo lo que hay antes y después de su uso. Quizá vivir en esa inmediatez, en la comodidad del destino final instantáneo de muchas de las cosas que consumimos, haga que nuestra percepción de las implicaciones de su uso tenga poca o nula relevancia para la mayoría. Podríamos decir que aligeramos nuestra carga y parte de nuestra conciencia ambiental al creer (o hacernos creer) que las cosas terminan cuando las desechamos en un bote de basura en el mejor de los casos. Pero hay productos de consumo cotidiano que no necesariamente son bien desechados o ignoramos que puedan realizarse algo más con ellos si prestamos atención a sus características y nuestras propias necesidades.
Para ejemplificar lo anterior, podemos partir de un producto que suele ser común en los hogares: el jabón. El jabón es tan cotidiano que apenas imaginaríamos que tiene un viaje que comienza mucho antes de que lo pongamos en nuestras manos y continúa mucho después de que lo hemos usado. Desde la extracción de materias primas para fabricar los ingredientes, pasando por el proceso de producción, hasta su envasado y transporte, cada etapa de su vida útil tiene un impacto en el medio ambiente. Pero, ¿qué sucede después de que el jabón se ha disuelto en nuestras manos y ha sido enjuagado por el desagüe? ¿Desaparece sin más? No es así.
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Si analizamos nuestra economía de consumo, veremos que la idea tradicional que esta ha seguido desde décadas atrás es lineal: extraer, producir, consumir y desechar. En este modelo, los recursos se utilizan una vez y luego se convierten en desechos, lo que lleva a una acumulación de basura y al agotamiento de recursos naturales. Sin embargo, en las últimas décadas ha emergido un nuevo enfoque llamado Economía Circular, que propone cerrar el ciclo de vida de los productos, extendiendo su utilidad y minimizando los residuos.
La Economía Circular no solo se enfoca en el reciclaje, sino en repensar todo el ciclo de vida de un producto. Volvamos al ejemplo del jabón. En lugar de que su historia termine cuando se disuelve y se va por el desagüe, una Economía Circular podría considerar cómo los ingredientes del jabón podrían volver al ciclo productivo. ¿Podrían los desechos ser tratados y reutilizados en la fabricación de nuevos productos? ¿Podríamos diseñar jabones que necesiten menos recursos o que se descompongan de manera más sostenible?
Además, en una Economía Circular, los productos no están diseñados para ser desechados, sino para ser reutilizados, reparados o reciclados al final de su vida útil. Esto significa que, desde el diseño inicial, se piensa en cómo se podrán descomponer los elementos o partes del producto y cómo se podrían volver a integrar en la cadena de producción. En el caso del jabón, esto podría implicar el uso de ingredientes biodegradables o envases que puedan ser reutilizados o servir como composta.
Por otra parte, uno de los grandes retos de la Economía Circular es cambiar la mentalidad tanto de los productores como de los consumidores. Estamos acostumbrados a la idea de que lo nuevo es siempre mejor, y de que los productos tienen una vida útil limitada. Pero, ¿y si empezáramos a valorar más los productos que pueden durar más tiempo o que pueden tener una segunda vida? ¿Y si comenzáramos a pensar en la durabilidad y la separabilidad como características tan importantes como la estética o la funcionalidad?
Implementar la Economía Circular a gran escala no es sencillo. Requiere de innovación, tanto tecnológica como en los modelos de negocio. También demanda cambios en la legislación y en la infraestructura, así como un esfuerzo coordinado entre gobiernos, empresas y consumidores. No obstante, los beneficios potenciales son enormes. No sólo se reducirían los desechos y la presión sobre los recursos naturales, sino que también se podrían generar nuevas oportunidades económicas y de empleo.
Por ello, la Economía Circular nos invita a reconsiderar nuestro enfoque hacia los productos y los recursos, alentándonos a replantear nuestras prioridades y a cuestionar la obsolescencia programada que ha dominado nuestra cultura de consumo. Nos desafía a ver los desechos no como un final, sino como un comienzo para algo nuevo, donde la innovación y la creatividad juegan un papel clave en transformar los residuos en recursos valiosos. En un mundo donde los recursos son finitos y la presión sobre el medio ambiente es cada vez mayor, la economía circular no sólo ofrece una visión de sostenibilidad a largo plazo, sino también una hoja de ruta para construir una economía más resiliente y regenerativa.