Transición, delirio óptico de Salinas, Woldenberg y Córdova

Carlos Ramuirez

Por razones de poder o por ingenuidad política, los autoerigidos como arquitectos del modelo de transición mexicana a la democracia aparecen hoy como los responsables funcionales del proyecto de contrarreforma del Estado neoliberal de López Obrador: Carlos Salinas de Gortari, José Woldenberg y Lorenzo Córdova Vianello construyeron el modelo de política electoral que le permitió a Morena llegar al poder para reformar al país.

El problema, en realidad, es que en palabras vulgares Salinas de Gortari, Woldenberg y Córdova le tomaron el pelo a los ciudadanos: confundieron una estructura administrativa y política para una reforma electoral basada en el único punto posible de respeto al voto con lo que debió de haber sido y no fue un gran pacto de transición entre todos los sectores para reorganizar la obra negra, la arquitectura, la ingeniería, el diseño de interiores y una fachada espectacular de un verdadero nuevo régimen.

Al autoerigirse como el padre de la transición a la democracia en su libro resumen La transición democrática de México (El Colegio de México, 2012), Woldenberg también resumió su paternidad: “México vivió una auténtica transición democrática entre 1977 y 1996-1997 fue lo que hizo posible la alternancia pacífica y participativa en la presidencia de la República en el año 2000. La transición fue un proceso, no un acto, una serie de conflictos que demandaron reformas para transformar las normas, las instituciones y las condiciones en las que transcurrían nuestros procesos electorales, pero sus efectos fueron mucho más allá de la esfera comicial”.

En el 2003, cuando comenzaba a enfriarse ya la euforia de la alternancia partidista en la presidencia y se tuvieron los primeros datos del fracaso de una transición que no transitó a nada, el consejero electoral 1997-2003 Mauricio Merino publicó un libro que fijó el alcance limitado de las reformas de Salinas de Gortari-Woldenberg: no fue una transición de sistema/régimen/Estado/Constitución sino que la que llamó una limitada “transición votada” (FCE 2003), es decir solo el respeto al voto sin ninguna reconstrucción del aparato mexicano de poder.

Y a pesar de que el bloque político-intelectual de Salinas de Gortari-Woldenberg, auxiliado en 2014-2018 por el INE De Córdova, hizo todo lo posible para impedir desde el 2006 el avance político-electoral del grupo político de López Obrador, en el 2018 y refrendado con contundencia en el 2024 el lopezobradorismo ganó con contundencia las elecciones presidenciales, las elecciones legislativas y las elecciones estatales para erigirse en un poder político-electoral de 60% de votos presidenciales, mayoría calificada en diputados y casi mayoría calificada en senadores y el 72% de gubernaturas.

El problema es que hoy los artífices de supuesta “la transición democrática” se sienten defraudados con los resultados de sus reformas, carecen de razones democráticas para tratar de frenar o revertir la contundencia del ramalazo de López Obrador y acuden al viejo modelo autoritario que repudian para desprestigiar al adversario que los derrotó.

El problema del nuevo equilibro político que viene en el corto y mediano plazos debe obligar desde ahora a discutir con seriedad –no con la demagogia de Woldenberg y Córdova– la necesidad de un acuerdo para transitar hacia un nuevo sistema político/régimen de gobierno/Estado social/Constitución que garantice una verdadera democracia, porque se corre el riesgo de que Morena aproveche las limitaciones de las reformas de Woldenberg y Córdova para restaurar el régimen del Estado centralista y presidencialista anterior al régimen neoliberal 1977-2018.

El primer paso deberá tirar a la basura toda la literatura transicional que produjeron Woldenberg y Córdova a costa de los recursos presupuestales del Instituto Electoral y abrir un segundo gran debate –el primero lo realizó con frustración Porfirio Muñoz Ledo a finales del 2000– sobre no solo la reforma del Estado, sino la reorganización total de las instituciones públicas que el Estado populista remasterizado y el Estado neoliberal fracasado no podrán hacer funcionar para sacar a México del hoyo de su principal problema nacional: la desigualdad social como producto de la desigualdad en las relaciones productivas que define la estructura del poder.

La victoria contundente de López Obrador en 2018 y 2024 y las reformas para reconstruir el viejo Estado social son la prueba contundente del fracaso político y académico de Woldenberg, Córdova y la cueva de los académicos que se agandallaron del concepto de la transición en el Instituto de Estudios para la Transición Democrática y que se refugiaron primero en Nexos y ahora también en Letras Libres.

Es decir, habrá que comenzar otra vez de cero, pero ahora sí con la honestidad de construir una verdadera transición a la democracia.

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Política para dummies: la política a veces es la venta de espejitos.

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