(Kolata G. New York Times; mayo 9, 2024)
Con tecnología avanzada, los científicos encontraron niveles extraordinarios de plomo en el cabello del compositor, muy probablemente asociados a la ingesta de consumo cotidiano de vino.
A las 7 de la noche del 7 de mayo de 1824, Ludwig van Beethoven, de 53 años, subió al escenario del magnífico Theater am Kärntnertor de Viena para dirigir el estreno mundial de su Novena Sinfonía, la última que terminó.
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Aquella interpretación, de la que se cumplieron 200 años hace unos días, fue inolvidable en muchos sentidos, particularmente marcada por un incidente al comienzo del segundo movimiento que reveló al público de unas 1800 personas, lo sordo que se había quedado el venerado compositor.
Pero Beethoven era ajeno a los aplausos y a su música….estaba de espaldas al público, marcando el compás y un solista lo agarró de la manga y lo obligó a que se volteara para que viera la estridente aclamación que no podía oír.
Esta historia comenzó hace unos años, cuando los investigadores se dieron cuenta de que el análisis del ADN había avanzado lo suficiente como para justificar un examen del cabello que, según se dice, fue tomado de la cabeza de Beethoven por admiradores angustiados mientras agonizaba.
Kevin Brown, un empresario australiano apasionado de Beethoven, era propietario de tres de los mechones y quería cumplir la petición que el célebre compositor hizo en 1802 cuando dijo que, luego de su muerte, quería que los médicos trataran de averiguar por qué había estado tan enfermo. Brown envió dos mechones a un laboratorio especializado de la Clínica Mayo que cuenta con el equipo y los conocimientos necesarios para analizar la presencia de metales pesados.
Uno de los mechones de Beethoven contenía 258 microgramos de plomo por gramo de cabello y el otro 380 microgramos, con nivel normal de menos de 4 microgramos de plomo por gramo. El cabello de Beethoven también presentaba niveles de arsénico 13 veces superiores a lo normal y niveles de mercurio 4 veces superiores.
David Eaton, toxicólogo y profesor emérito de la Universidad de Washington quien no participó en el estudio, dijo que los problemas gastrointestinales de Beethoven “son completamente consistentes con el envenenamiento por plomo”. Y añadió, que las altas dosis de plomo afectan al sistema nervioso y podrían haber destruido su audición.
Jerome Nriagu, experto en envenenamiento por plomo en la historia y profesor emérito de la Universidad de Michigan, dijo que el plomo se había utilizado en vinos y alimentos en la Europa del siglo XIX, así como en medicamentos y ungüentos. Una fuente probable de los altos niveles de plomo de Beethoven era el vino barato. El plomo, en forma de acetato de plomo, también llamado “azúcar de plomo”, tiene un sabor dulce; en la época de Beethoven, se solía añadir al vino de mala calidad para que supiera mejor. Según Nriagu, el vino también se fermentaba en calderas soldadas con plomo, que se filtraba a medida que envejecía. Y añadió que los corchos de las botellas de vino se remojaban previamente en sal de plomo para mejorar el sellado.
Beethoven bebía aproximadamente una botella al día, más tarde incluso más. En los últimos días, antes de su muerte a los 56 años en 1827, sus amigos le daban vino a cucharadas. Mientras yacía en su lecho de muerte, su editor le regaló 12 botellas de vino. Para ese momento, Beethoven ya sabía que nunca podría bebérselas. Susurró sus últimas palabras de las que se tiene registro: “Lástima, lástima, ¡demasiado tarde!”.
Al ser un compositor, la sordera quizá fue la peor de sus aflicciones. A la edad de 30 años, 26 antes de su muerte, Beethoven escribió: “Desde hace casi dos años he dejado de asistir a actos sociales, simplemente porque me resulta imposible decirle a la gente: soy sordo. Si tuviera cualquier otra profesión, podría sobrellevar mi enfermedad, pero en mi profesión es un terrible impedimento.
A lo largo de los años, Beethoven consultó a muchos médicos, probando tratamiento tras tratamiento para sus dolencias y su sordera, pero no encontró alivio. Llegó un momento en que utilizaba ungüentos y tomaba 75 medicamentos, muchos de los cuales probablemente contenían plomo.
En 1823, le escribió a un conocido, también sordo, sobre su propia incapacidad para oír calificándola de “penosa desgracia” y señalando: “Los médicos saben poco; al final uno se cansa de ellos”.
El primer movimiento es una descripción de la desesperación, escribió Beethoven. El segundo movimiento, con sus sonoros timbales, es un intento de romper la desesperación. El tercero revela un mundo “tierno” en el que se deja a un lado la desesperación, escribió. Pero dejar a un lado la desesperación no era suficiente, concluyó. En su lugar, “hay que buscar algo que nos llame a la vida”. El final, el cuarto movimiento, era esa llamada. Era la oda a la alegría.
En los años transcurridos desde entonces, la Novena de Beethoven ha conmovido profundamente a millones de personas, incluso a Helen Keller, quien la “escuchó” apretando la mano contra una radio: mientras escuchaba, con la oscuridad y la melodía, la sombra y el sonido llenó toda la habitación, no pude evitar recordar que el gran compositor que derramó tal torrente de dulzura en el mundo era sordo como yo. Me maravillaba el poder de su espíritu inagotable que, a partir de su dolor, infundía tanta alegría a los demás, y allí estaba yo, sintiendo con mi mano la magnífica sinfonía que rompía como un mar en las orillas silenciosas de su alma y de la mía.
Síndrome de Guillain Barré.
(Khan SA et al. SAGE Open Medicine 2024; DOI: 10.1177/20503121241239538)
Este síndrome, se caracteriza por polineuropatía inflamatoria, simétrica, flácida y ascendente de extremidades particularmente de síntomas motores; la debilidad es progresiva, con arreflexia y puede afectar los nervios craneales. Es distintiva la disociación albúmino-citológica en el líquido cefalorraquídeo.
Frecuentemente asociado a infección y en particular a Campilobacter yeyuni. Las vacunas pudieran ser disparadores de la enfermedad. La COVID principalmente y las vacunas contra ésta también, pueden relacionarse con este síndrome. Se asocia a discapacidad importante y en 2 a 10% a muerte.
Los glucocorticoides habitualmente no son útiles y la eficacia es innegable para la gammaglobulina y plasmaféresis.
Microbiota intestinal asociada a dieta grasa y crecimiento tumoral
(Dohrn G. Nature 2024; Chen J et al. Proc Nat Acad Sci 2024; doi.org/10.1073/pnas.230677612)
La dieta alta en grasas (HFD) relacionada a la microbiota intestinal, produce leucina y promueve la progresión de cáncer al activar células supresoras mieloides que activan polimorfonucleares; se dispara señales de mTORC1 de progenitores mieloides a través de estimular la bacteria dusolfovibrio.
El microbioma intestinal puede variar por geografía y dieta, pero por sí mismo no extrapolable a las diversas poblaciones. Las bacterias derivadas de leucina parecen manejar algunos riesgos para cáncer, tal como se observa en el síndrome de desgaste o caquexia característica de neoplasia avanzada.
Señales cerebrales en la capacidad para hablar
(Naddaf M. in Nature 2024; doi.org/10.1038/d41586-024-01424-7)
Científicos desarrollaron implantes cerebrales que pueden codificar lenguaje, sin mover los labios ni realizar sonido alguno; el alcance es de 62-78 palabras por minuto. Miden la actividad neuronal en el giro supramarginal.
Los autores encontraron que 82-85% de las neuronas están en actividad durante el hablar, algunas sólo durante el lenguaje interno, sin vocalización. Desconocemos como se procesa exactamente, el habla fonética como lo semántico.