El Centro Pompidou de París acoge a partir del pasado miércoles 27 de marzo una histórica retrospectiva del artista rumano Constantin Brancusi
El Centro Pompidou de París acoge desde el pasado miércoles una histórica retrospectiva del artista rumano Constantin Brancusi (1876-1957), que revolucionó la escultura en la primera mitad del siglo XX como décadas antes lo había hecho su maestro Auguste Rodin.
Más de 120 esculturas y centenares de bocetos, pinturas y documentos componen esta exposición abierta hasta el 1 de julio.
Hay que remontarse hasta 1995 para una antología de estas dimensiones, también en el museo parisino, que heredó el taller de Brancusi y toda la colección personal del escultor con la misión de preservarlos íntegramente.
Brancusi llegó a París con 28 años procedente de Rumanía, e integró rápidamente el taller de Rodin en 1907, cuando el autor de “El Beso” estaba en el cénit de su carrera.
“Nada crece a la sombra de los grandes árboles” dijo supuestamente Brancusi tras permanecer apenas tres meses, de enero a marzo de 1907, en el taller del gigante de la escultura francesa.
A partir de ahí Brancusi se lanzará a su propia refundación de la escultura occidental.
Esculpe directamente la madera o el mármol, con ímpetu, sin recurrir a los moldes, y en apenas 15 años su estilo se afina, se despoja vertiginosamente de todo adorno, hasta convertir las cabezas en formas esféricas, con finas líneas que apenas esbozan una nariz, o un par de ojos.
“Es penoso echar a perder un bello material con agujeros para los ojos, los cabellos, las orejas”, explicaba Brancusi.
Uno de los ejemplos más conocidos de ese estilo depurado es “La musa dormida” (1910), la escultura en bronce patinado de una cabeza femenina inclinada.
Gracias a los amplios fondos del legado de Brancusi, que conforman dos tercios de la exposición, y a los préstamos del extranjero, el Centro Pompidou puede presentar un viaje fascinante al corazón de ese estilo depurado.