Soy más que una cara bonita esta es una frase que bien podría estar estampada en una remera. Sin embargo, si la desmenuzamos un poco, podemos detectar una dicotomía; la belleza y el cuerpo vs. la inteligencia u otras cualidades, como si fueran términos excluyentes.
La teoría de la objetificación pone el acento en los procesos por los cuales las personas son tratadas como objetos. El efecto es que aquello que cobra énfasis, la «cosa u objeto», cobra prioridad sobre la persona en su totalidad.
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Si bien se aplica a diferentes casos, como una crítica al capitalismo o los jefes que vuelven objetos a sus empleados (medios para un fin), lo cierto es que su mayor presencia se da en lo que se refiere a las mujeres y su cuerpo. Dicho de otro modo; la cosificación del cuerpo de las mujeres y las niñas.
Por otro lado, uno de sus mayores inconvenientes radica en el efecto que provoca esa mirada o esa valoración objetual; la propia internalización de la visión de uno mismo como un objeto.
Vivimos en una sociedad que establece estándares sobre lo deseable y lo que no lo es, y ello se traduce en ciertos mandatos sobre el cuerpo. Así, nos encontramos con prescripciones masivas sobre los cuerpos «perfectos», que impactan en el bienestar de mujeres y niñas.