Coitocentrismo: porque el sexo es más que penetración

Si te dicen que dos personas han tenido relaciones sexuales, probablemente pienses de forma automática en que han practicado el coito. Y posiblemente sientas algo similar respecto a tus propios encuentros sexuales: si no ha habido penetración, la experiencia está incompleta o resulta insatisfactoria. Todo lo anterior viene derivado del coitocentrismo, una concepción social que limita y ritualiza la sexualidad, acarreando en ocasiones consecuencias negativas.

Por lo arraigada que se encuentra esta creencia, puede parecer que el coitocentrismo es algo natural e inevitable, o que forma parte de la preferencia humana. Sin embargo, se trata de una construcción social derivada del heteropatriarcado (las relaciones han de ser heterosexuales y centradas en el placer masculino) y de ciertas concepciones religiosas que vinculan y limitan el sexo a la función reproductiva.

De este modo, una relación sexual plena solo tiene lugar cuando existe unión entre los genitales, y esta es la única vía para alcanzar el orgasmo. Todo lo demás es irrelevante, prescindible e, incluso, infantil y desviado. Se genera, de este modo, una jerarquía que sitúa al coito en el punto más alto y relega al resto de prácticas a un plano secundario.

El coitocentrismo y sus consecuencias

Desafortunadamente, esta idea del sexo genera grandes limitaciones y puede causar consecuencias negativas a distintos niveles. Por un lado, restringe el placer y el disfrute, especialmente para las mujeres, quienes tienen más dificultades para alcanzar el orgasmo únicamente mediante la penetración. De hecho, se estima que, en comparación con el 95 % de los hombres, solo el 65 % de las mujeres lo logra.

Esto no solo se debe a que muchas de las mujeres necesitan una estimulación del clítoris para llegar al clímax; sino también a que sus ritmos son diferentes a los del hombre. Ellas suelen necesitar más tiempo y más dedicación para aumentar la excitación; por ello, forzar una penetración antes de tiempo puede resultar insatisfactorio, molesto e, incluso, doloroso.

Por otro lado, el coitocentrismo lleva a que los genitales se conviertan en protagonistas absolutos de los encuentros sexuales, y esto puede generar una presión que derive en disfunciones sexuales en hombres y mujeres. El miedo a no estar a la altura o a no poder cumplir con el rol asignado puede derivar en disfunción eréctil, dispareunia, eyaculación precoz, vaginismo o dificultades para alcanzar el orgasmo.
La clave se encuentra en la educación sexual.

Si queremos derribar este mito y comenzar a disfrutar plenamente de nuestra sexualidad compartida, la clave se encuentra en la educación sexual.

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