Oriente (Cantú E. New York Times)
La guerra palpita en nuestro organismo y en nuestras vidas, con imágenes terribles.
Algunas retratan tragedias espantosas, otras son de conflictos anteriores que se hacen pasar como actuales y algunas más, generadas por inteligencia artificial; imágenes que se comparten una y otra vez, muchas de las ocasiones sin pensar ni atender a la verdad o a las víctimas.
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“La crónica visual de la guerra entre Israel y Hamás puede ser alarmante caso de estudio de la era de la desinformación, donde las fotografías y la actividad del fotoperiodismo en sí, son empleadas como armas por los dos bandos de un conflicto que ha dado lugar a daños irreparables, sobretodo en pérdidas humanas en su mayoría de personas inocentes, que incluyen centenares de niños en su mayoría palestinos.
Periodistas internacionales reunidos en una colina en Sederot, Israel, cerca de la frontera con Gaza en octubre, entrevistaron a los responsables de cobertura en medios de EE. UU. y Europa, que han estado discutiendo qué imágenes mostrar y de qué modo. Sopesan la responsabilidad hacia los afectados y sus parientes, toman en cuenta si una fotografía trivializa o sensacionaliza la violencia y cuánto puede tolerar un lector o un televidente.
El acceso a Gaza es particularmente difícil y esta semana 11 grandes medios internacionales pidieron a las autoridades de Israel y Egipto mayor acceso para sus reporteros.
Samar Abu Elouf, fotógrafa, desmenuza la situación de los hospitales de Gaza y transmite el ambiente de caos y confusión a través de imágenes.
“No hay nada tan desolador como la imagen de un niño cuya vida ha sido truncada por la violencia sin sentido” escribió esta semana Lydia Polgreen, columnista del Times. Lo habitual es “mostrar esas imágenes con moderación, si es que se muestran”. Reflexiona sobre el fotoperiodismo y el potencial de las imágenes para ayudar a entender mejor “la magnitud y la destrucción”. Polgreen destaca una imagen en particular que el diario decidió no publicar íntegra y que, argumenta, debe ser vista: muestra a seis niños que yacen sin vida en el piso de un hospital en Gaza.
“Son niños. Y como tales debemos mirarlos; rota la promesa de sus vidas futuras, nunca despertarán del sueño de la muerte. Los niños no son una metáfora del futuro, son el futuro”. Vale la pena dedicarle un buen rato al texto y a las ideas que plantea.
La literatura infantil es muy importante
(Udel M, profesora de la Universidad de Emory)
La autora y su esposo, invitaron a un amigo palestino a una cena de sabbat en mayo pasado. Preguntó qué podía traer, le solicitamos un libro sobre su tierra natal para nuestro hijo de 7 años. Llegó con una bolsa de regalo repleta de libros sobre los niños palestinos y sus experiencias, desde álbumes ilustrados hasta una serie de cuatro volúmenes de novelas de nivel medio.
Tras las devastadoras atrocidades cometidas por Hamás el 7 de octubre y las subsiguientes semanas de violencia en Gaza, he echado mano de esos libros.
Los libros infantiles, que presentan verdades sutiles en términos sencillos, ofrecen una valiosa herramienta para mantener nuestra orientación moral, sobre todo en medio de una vorágine de dolor e indignación. Estos libros, en su sencillez y brevedad, pueden permitir a comunidades polarizadas acceder a las historias de los demás, para recordarnos nuestra humanidad compartida y nuestro interés común en encontrar un camino hacia la coexistencia pacífica.
“En los libros que leímos con nuestro hijo, vimos a los autores infantiles palestinos de hoy haciendo algo que reconozco de mi investigación sobre la literatura infantil yidis del siglo pasado: esforzarse por ayudar a los niños a entender el mundo que van a heredar mientras escriben la creación de un mundo mejor”.
Se basa en libros y publicaciones periódicas creados entre 1900 y 1970 en cuatro continentes bajo diversos auspicios políticos —como el socialismo, el comunismo, el sionismo obrero y el yijadismo a secas— por educadores, autores de alta cultura y escritores infantiles especializados.
La ficción narrativa es un medio excepcionalmente poderoso para transmitir el sufrimiento ajeno y cultivar la empatía y la literatura infantil no es una excepción; los adultos que no aprecian la seriedad de esta empresa literaria o, peor aún, intentan restringirla o prohibirla, trivializan procesos mediante los cuales los niños aprenden a pensar y sentir, lo cual les impide influir en el futuro.
Toda una generación de israelíes y palestinos, así como aquellos que en el extranjero se preocupan por su destino, corren ahora el riesgo de perder aún más la fe en la posibilidad de la paz.
En este momento crítico, los libros infantiles pueden ayudar de dos maneras importantes: en primer lugar, establecen un ámbito en el que podemos dar testimonio del dolor, el miedo y la alegría de los demás. Pero la literatura infantil fomenta algo más que la conciencia básica de las similitudes y diferencias de nuestra humanidad compartida: conjura un reino en el que podemos imaginar, juntos, algo mejor de lo que hay.
Daniel e Ismael de Juan Pablo Iglesias está dirigido a niños de 3 a 6 años y cuenta la historia de dos niños, uno palestino y uno judío, que superan las objeciones de sus padres para entablar una amistad en el campo de fútbol. La trama reconoce de manera sutil que una nueva generación tendrá que buscar la manera de hacer la paz y que es posible que los niños nos guíen.
Los libros se crearon para escribir un mundo mejor y debemos utilizarlos para leer un mundo mejor. Si bien estos cuentos son importantes para los jóvenes lectores, también lo son para que nosotros, los adultos, los compartamos. La literatura infantil no puede resolver estos problemas. Pero sí crea un espacio en el que se puede soñar, un reducto esencial para la esperanza racional.