Migrantes encuentran paz en camellón de Insurgentes Norte; denuncian malos tratos en Central de Autobuses

Migrantes encuentran

Hace 20 días, Douglas decidió “mudarse de casa”. Él es un venezolano que abandonó el camellón de la Central de Autobuses del Norte y ahora duerme junto con unos 100 migrantes en tiendas de acampar instaladas en un jardín de la lateral de avenida Insurgentes Norte.

Es el camellón que divide los carriles centrales y laterales de esa avenida, el nuevo lugar donde un grupo de migrantes ha llegado a vivir.

Ahí, las copas de los árboles sirven de techo para los venezolanos que, en ese espacio de la colonia Capultitlan, encontraron un lugar dónde vivir sin ser retirados.

Y es que, así como Douglas, otros más cuentan que frente a la Central de Autobuses los policías llegaban a retirarlos. Además, dicen que en su nuevo campamento nadie los molesta y hay un grupo de feligreses de una iglesia cristiana que a diario les lleva comida.

Isabel ya conoce a esas personas que los ayudan a sobrevivir en su estadía en el camellón de la Gustavo A. Madero. Ella, madre de dos niñas, señala que son esos feligreses quienes la han invitado a trabajar como limpia pisos de la iglesia.

Apenas tiene unos días como trabajadora, pero los pesos que recibe le han ayudado a alimentar a sus hijas y a pagar por el uso de baños y regaderas en un hotel cercano al camellón.

Una reja que sus vecinos indigentes les regalaron sirve como parrilla para la fogata en donde cocinan las arepas, los tostones y tortas de plátano que en su patria solían cocinar. Ese fogón también los acompaña en las noches de frío, al que nadie ahí se ha acostumbrado.

Más seguro el camellón que el norte del país

Aunque dicen extrañar las noches templadas de Venezuela, Isabel y sus compatriotas permanecerán en el campamento hasta que obtengan una cita en la oficina de migración en la frontera norte, en donde, aseguran, les darán el permiso para residir en Estados Unidos.

Y es que ella y la mayoría de los migrantes del campamento prefieren permanecer en ese camellón de avenida Insurgentes, antes que llevar a sus dos niñas al norte de México en donde “las mujeres peligran más que los hombres”.

Allá, dice Isabel, “los policías son muy malos. No hay policía alguno que se acerque para ayudar; al contrario, son ellos quienes roban y abusan de las mujeres que caminan hacia Estados Unidos.”

Ella lleva dos teléfonos celulares en la mano y dice que los aparatos y la señal de Internet son herramientas necesarias para cualquier migrante. Sin ellas es más difícil poder avanzar y es más fácil caer en ambos grupos de policías o narcotraficantes, que extorsionar a los migrantes.