Durante el invierno, no es raro encontrar gente que se atreve a pasear en manga corta o a bañarse en el mar, al igual que tampoco es extraño ver a personas incapaces de salir de casa debido a las bajas temperaturas. Pero, ¿qué es lo que nos hace ser más o menos sensibles al frío?
Lo cierto es que cada persona, dentro de la normalidad, tiene una mayor o menor sensibilidad a las temperaturas. Sin embargo, cuando esta sensibilidad se hace extrema, hasta el punto de no poder tolerar el frío, puede ser un síntoma de enfermedad.
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Por ejemplo, hay ciertos factores que aumentan el riesgo de ser sensibles al frío, como tener poca grasa corporal o algún problema de salud crónico. En este artículo te explicamos cuáles son las principales causas de que esto ocurra y cómo diagnosticarlo.
Cuando la sensibilidad al frío se produce de manera frecuente y llega a ser inaguantable permanecer al aire libre, puede ser síntoma de que algo no anda bien en nuestro organismo. Como ya hemos mencionado, una de las causas más frecuentes es tener un índice bajo de grasa corporal.
Esto ocurre porque la grasa actúa como aislante, permitiendo mantener el calor corporal. Las mujeres suelen ser más sensibles al frío, entre otras cosas, porque existe mucha mayor incidencia de delgadez en comparación con los varones.
Aparte, los cambios hormonales que se producen en ellas durante ciertas etapas pueden desencadenar este problema. Especialmente durante la menopausia, en la que además de los conocidos sofocos, es frecuente encontrar una sensibilidad aumentada a los cambios de temperatura.
Por otra parte, puede ser síntoma de alarma ante una infección, como un resfriado o una gripe. Lo mismo ocurre con las personas que tienen problemas de metabolismo. En concreto, en el hipotiroidismo, ya que en esta patología, al no haber hormonas tiroideas, se produce menos calor corporal.