Las necesidades de sueño varían a lo largo de la vida. Por eso, es importante identificar las particularidades de cada etapa, muy especialmente cuando nos hacemos mayores, para mantener una higiene de sueño adaptada a este momento vital y no cometer errores que lleven a confundir una situación que puede ser normal con insomnio y que pueda conllevar un uso inadecuado de fármacos.
El sueño actúa cada día como el taller de reparación del organismo, lo que da idea de su importancia.
Los recién nacidos y los niños muy pequeños son el grupo de población que más duerme, entre 16 y 17 horas diarias, cuando se está formando aún su sistema nervioso central.
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Por eso, en su ciclo de descanso tiene más presencia el sueño REM de lo que lo tiene en etapas posteriores.
Cuando llega la tercera edad se recupera de algún modo la forma de dormir de la primera infancia.
Y es que, en los cambios en el sueño, además del envejecimiento natural influye otro factor importante como es el hecho de que se registra una mayor tendencia a dormir durante el día, lo cual es a la vez causa y consecuencia del fraccionamiento del sueño nocturno, señala Beatriz Rodríguez Morilla.
Las siestas contribuyen a dicho fraccionamiento debido a que cubren parte de sus necesidades de sueño diario.
A su vez, el fraccionamiento del sueño nocturno deriva en somnolencia diurna, lo que favorece las siestas, generándose una especie de círculo vicioso del que conviene salir.