La crisis del proyecto socialista-comunista del Gobierno de la Unidad Popular de Chile no se agotó sólo en el debilitamiento de los grupos aliados ni en la desestabilización de la derecha local apoyada/estimulada desde la Casa Blanca. El principal error estratégico de Allende fue “la incapacidad de una dirección revolucionaria para construir la defensa militar del proceso”, señaló en 1977 el secretario general del Partido Socialista, Carlos Altamirano.
A pesar de todas las advertencias de que se confiaba demasiado en la institucionalidad de las Fuerzas Armadas, incluyendo una llamada de atención de Fidel Castro en su visita a Chile en 1971, faltó, desde la perspectiva de la dialéctica marxista, una reflexión sobre el Ejército y se desdeñaron las presiones sobre los pocos jefes militares leales al presidente.
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En 1977, Altamirano, líder socialista que logró la alianza con el Partido Comunista, publicó en 1977 un análisis de la crisis de Chile de la perspectiva del marxismo: Dialéctica de una derrota (Siglo XXI Editores).
La tesis central de Altamirano podría ayudar a explicar el papel de las Fuerzas Armadas en procesos políticos radicales y fuera de la órbita de control del dominio estratégico de Estados Unidos: “en el desarrollo de una línea armada, desempeña un papel insustituible la elaboración de una política militar capaz de anudar el cordón defensivo del proceso”. Allende y los dirigentes de la UP, que optaron por la línea institucional electoral, descuidaron a los militares y sus alianzas con otras armas, a partir del criterio de “la intangibilidad del Ejército como condición de su neutralidad” y “se obstruyó cualquier empeño a ganar fuerza en su interior”.
El general Pinochet fue impuesto en la dinámica del relevo institucional del cuerpo castrense, sin atender a las pocas preocupaciones que aconsejaban a Allende a involucrar a los militares en el proceso del Gobierno popular.
El 29 de junio de 1973, dos meses y días antes del golpe de septiembre, hubo un alzamiento militar frustrado contra el entonces jefe militar Carlos Prats, aliado a Allende, pero sin que el gobierno tomara la decisión estratégica de eliminar a los militares comprometidos con el intento de golpe. el 23 de agosto Allende nombró a Pinochet como comandante del Ejército y el golpe estalló el 11 de septiembre.
Ante la impotencia de Allende por el desorden en la dirección política de la Unidad Popular, ocurrió una articulación de intereses: la Casa Blanca, la CIA, las empresas transnacionales afectadas por las nacionalizaciones, la alta burguesía vigente en el sistema democrático institucional al lado de la Democracia Cristiana y la ultraderecha local, frente a una radicalización verbal y guerrillera de la izquierda y la ultraizquierda.
El factor detonador de la ruptura fue la presencia activa de las Fuerzas Armadas con la alianza opositora.
Allende fue desbordado, explica Altamirano, por dos de sus principales frentes: el ideológico con la prensa opositora vinculada a los intereses de estadounidenses y la crisis de gobernabilidad que supuso un gobierno presidencialista rebasado por la violencia de sus aliados radicales de ultraizquierda y paralizado por un parlamentarismo desordenado, además la desarticulación de los instrumentos de control de las clases productivas populares ante la falta de un liderazgo socialista-comunista de los partidos.
Para Altamirano, la principal desviación estratégica de la defensa del proyecto estuvo en el descuido del sector militar, a partir de la suposición de su institucionalidad, pero con toda la derecha y la ultraderecha política y social clamando que los militares tenían que poner orden en el caótico proyecto de gobierno socialista.
El gobierno popular se confío en el apoyo internacional, pero cometió otro error estratégico: “la dirección revolucionaria, con una visión parroquial de su propio quehacer no dimensionó la proyección de su victoria (solo política) y solo con posterioridad al golpe detectó la magnitud internacional de la experiencia liderizada”.
Después del intento de golpe de junio, “el gobierno popular se encontró con un proceso revolucionario sin armas (es decir, sin el Ejército), frente a un adversario que se había reservado el monopolio de las armas y a mayor abundamiento controlaba el aparato burocrático militar del Estado”.
Altamirano concluye que en las elecciones de 1970 la izquierda ganó el gobierno dentro del régimen institucional, pero no mantuvo el control de la fuerza militar para la construcción del socialismo.
“El 11 de septiembre puso al desnudo un hecho dramático: la revolución carecía de defensa”, señala Altamirano como desenlace de los procesos de ruptura ideológica que enfrentan la rebelión conservadora aliada a las Fuerzas Armadas.
Allende perdió cuando ganó el gobierno, pero no supo mantener el poder militar.
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