Por qué la capacidad de negociar puede salvar tu relación de pareja

A terapia de pareja acaban llegando vínculos muy diferentes en estados muy distintos, pero en prácticamente todos los casos hay algo común: el trabajo terapéutico para mejorar la comunicación. Hay muchas claves comunicacionales que pueden ser de utilidad en pareja: no olvidar hacer explícitas las cosas que nos gustan o agradecemos de la otra persona, pedir asertivamente aquello que necesitamos frente a esperar a que nos lean el pensamiento mientras vamos acumulando malestar, saber elegir el momento adecuado para hablar de un determinado tema, no sacar el listado de reproches cuando estamos discutiendo acerca de una cuestión en particular… Todas estas claves son importantes, pero hay una que podemos definir como crucial: la negociación y la capacidad de llegar a acuerdos.

Empecemos por el primer punto. El problema no son las parejas que discuten, sino las parejas que no resuelven.

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Por mucho que los miembros de una pareja vengan de contextos parecidos o sean muy similares -o muy complementarios es imposible que dos personas piensen, sientan o necesiten exactamente lo mismo en el mismo momento; y como por suerte sabemos que la media naranja es un mito, podemos asumir que no hacerlo, ya no es un indicador de que no hemos elegido adecuadamente a nuestro compañero o compañera.

¿A qué conclusión llegamos entonces? A que las opiniones discordantes o desencuentros van a ser inevitables (y es en este punto en el que la capacidad para llegar a acuerdos y resolver desavenencias cobra toda su relevancia).

Es importante que aceptemos que a veces el hecho de que nuestra pareja nos entienda no es cuestión de voluntad o de empatía, sino de biografía y emocionalidad.

Esto nos lleva al segundo punto. Cuando no conseguimos entendernos en pareja, merece la pena tratar de llegar a acuerdos satisfactorios para ambas partes.

No es necesario que la pareja se entienda para acordar que la próxima vez que haya un comentario de ese estilo, será el miembro de esa familia la/el que va a contestar, para reducir las veces que acudirán juntos a planes de familia en los que esté esta persona, o para ser cuidadosos en dónde sentarnos en la mesa cuando haya reuniones de la familia extensa.

Y cualquiera de estas fórmulas si es negociada, acordada y ejecutada con coherencia puede llevarnos a sentir que somos equipo y a la percepción de cuidado mutuo.

Sabemos, además, que cuando dejamos de empeñarnos en que la otra persona piense, sienta o necesite del mismo modo que nosotros/as como si esa fuera la única forma correcta, es más fácil que validemos su posición, algo que sabemos que reduce polarizaciones en los puntos de vista y nos acerca a los acuerdos.

Por lo tanto, si en un determinado vínculo de pareja hay temas de discusión recurrentes, vivimos una suerte de día de la marmota repitiendo la que parece que es la misma conversación con cierta frecuencia, muy posiblemente los miembros estén posicionados en la fórmula de discutir mucho pero resolver poco.

La propuesta es precisamente avanzar hacia el camino opuesto, resolver mucho para discutir lo menos posible por las mismas cosas; y para ello, tomar conciencia de que en ocasiones no va a ser posible entenderse y tratar de avanzar a través de la negociación hacia la elaboración de acuerdos, puede ser la diferencia entre una pareja que rompe su vínculo y una que lo fortalece.