Anorgasmia, la imposibilidad de llegar al éxtasis

Hombres y mujeres vienen al mundo con el kit de herramientas esencial para la vida; que no para la sociedad, que es la interpretación humana de la existencia, llena de aditivos, edulcorantes, sustancias artificiales y conservantes. Cuando los depresivos sienten que la vida no tiene sentido, sin duda se refieren a la sociedad.

En materia sexual ocurre lo mismo.

Todos estamos perfectamente equipados para el placer, pero en el camino ocurren acontecimientos que nos impiden acceder a él.

Es como un archivo o un programa que han metido en nuestro ordenador.

Sabemos que está ahí, pero no tenemos acceso directo y no podemos encontrarlo; ya sea por desconocimiento o porque nos lo han cambiado de sitio.

La anorgasmia femenina es algo parecido. Mujeres sanas, con sus genitales y clítoris en perfectas condiciones, y sin un historial de traumas sexuales, no alcanzan el éxtasis.

Un reciente estudio de The Journal of Sexual Medicine dice que un 42% de las mujeres en Estados Unidos no alcanzan el clímax.

¿Qué es lo que no funciona? ¿Sus cuerpos, sus mentes, o serán sus hábitats, poco propicios para abrazar lo que los franceses llaman la petite mort?

Pero descartemos primero las causas orgánicas, que las hay, aunque no son las más frecuentes.

“Hay ciertas patologías y fármacos que pueden dificultar la descarga orgásmica”, señala Francisca Molero, ginecóloga, sexóloga, directora del Instituto Iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología.

“Aquí entrarían las que afectan a la salud mental, enfermedades neurológicas, vasculares, neuroendocrinas, metabólicas e incluso las que afectan a nivel músculo esquelético.

Las más frecuentes son la ansiedad, la depresión y sus tratamientos; las patologías que comprometen la excitación, como la hipertensión, diabetes o las relacionadas con el dolor pélvico o genital; y, por supuesto, las patologías del suelo pélvico, una estructura muy importante para sentir las sensaciones genitales”.

El cuerpo es el vehículo en el que nos montamos para acceder al placer gracias a los aprendizajes motores y psicomotores que se desarrollan desde el nacimiento; que permiten vivir las intensidades corporales a partir de las cuales vendrán las emociones y el placer.

Este desarrollo es fisiológico, anterior a las capacidades cognitivas que nos permiten muchas cosas, entre otras hablar.

Por lo tanto, desconocer el funcionamiento corporal es otra de las causas más comunes y básicas de la anorgasmia.

“Antiguamente, la moral imperante penaba la autoexploración y la sensualidad”, explica Molero.

“Las nuevas generaciones, afortunadamente, no han sufrido esta lacra, pero sigue existiendo mucho desconocimiento y la gente es muy impaciente.

Hay mujeres que solo llegan al orgasmo a través de la masturbación y de una manera muy concreta; por lo que en pareja la cosa se complica.

Otras echan mano del vibrador como un atajo y evitan explorarse más a fondo, reconocer sensaciones y disfrutar del trayecto. O lo hacen sin deseo.

Y las hay que tienen unas expectativas tan altas respecto a lo que debe ser un orgasmo que, cuando lo experimentan, no lo identifican como tal.

Generalmente, se decía que cuando alguien no tenía claro si había tenido orgasmos o no es que no los había tenido. Pero vemos en consulta que esta posibilidad existe”, señala esta ginecóloga.

Somos cabezas que, la mayor parte del tiempo, arrastran una anatomía, sin preocuparnos mucho de lo que ocurre más abajo del cuello.

Sin embargo, aspiramos a llegar al séptimo cielo en tiempo récord.

Elena Capelo es psicóloga y trata, entre otras cosas, problemas de anorgasmia en el Centro Psicológico CEPSIM, en Madrid.

“Una buena relación con el cuerpo es fundamental para el buen sexo.

Por un lado, está la gente que está descontenta con su físico por razones estéticas, porque no cumple con el canon de belleza exigido en cada momento”, señala, “pero, independientemente de esta condición, la mayoría de la gente está muy desconectada con el cuerpo.

No nos han enseñado a dialogar con él, a escucharlo, a reconocer los estímulos que nos manda, a saber cuándo estamos excitados o cuándo sentimos deseo.

Solo nos ocupamos del cuerpo cuando se presenta una enfermedad y la educación física se limita a practicar una serie de deportes destinados a competir”.