Sabías que la aspirina es uno de los medicamentos más antiguos? Bueno, algo así, sucede que hace muchos años, en la antigüedad, los griegos y los romanos usaban extractos de corteza de sauce para tratar el dolor y la fiebre… ¡Sí! De ahí viene la aspirina, pues resulta que esos árboles tenían ácido acetilsalicílico.
En 1763, Edward Stone presentó un informe ante la Real Sociedad de Medicina Inglesa en el que reconocía las propiedades de la aspirina. A través de un estudio realizado en 50 pacientes con fiebre, Stone destacó la efectividad antipirética de la sustancia.
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Subsecuentes investigaciones sobre la corteza del sauce llevaron a otros eruditos a identificar el principio activo responsable de este efecto. Denominado “salicina”, este compuesto es un análogo tanto del ácido salicílico como del ácido acetilsalicílico.
En la década de 1890, el químico alemán Felix Hoffmann, empleado de la compañía farmacéutica Bayer, logró sintetizar ácido acetilsalicílico de manera pura y estable. Este compuesto, que deriva del ácido salicílico, se convirtió en lo que conocemos hoy como la aspirina.
Tras sus investigaciones, es en 1897 cuando daba cuenta a su superior de su descubrimiento, un procedimiento para obtener el ácido acetilsalicílico, un producto con los usos terapéuticos deseados pero más estable y puro químicamente y sin los efectos secundarios que provocaba el ácido salicílico.
Su eficacia terapéutica como analgésico y antiinflamatorio fue descrita en 1899 por el farmacólogo alemán Heinrich Dreser. Ese mismo año fue patentado con el nombre de Aspirin.
El origen del nombre proviene de la palabra botánica “Spiraea”, que hace referencia a una familia de plantas, y de ahí deriva “spir”. La letra “a” denota el proceso de acetilación al que se somete el ácido, mientras que la sílaba “in” era una terminación comúnmente utilizada para los medicamentos en ese período.