Deseo y libido son hoy términos sinónimos. Sin embargo, no siempre fue así a lo largo de la historia. Antiguamente, la libido expresaba, igualmente, atracción, impulso, pero no necesariamente hacia cuestiones sexuales. Este vocablo, que se utilizaba para describir un “deseo acentuado”, se aplicaba, por ejemplo, a los emperadores romanos, propensos a cometer excesos de todo tipo en sus banquetes. Freud definió la libido como “la energía de las pulsiones o instintos que dirige toda conducta”. Su discípulo, Carl Gustav Jung, dibujó el término como “la energía psíquica, la manifestación de los procesos vitales que, habitualmente, toman forma de deseo”.
No se sabe hasta qué punto fusionar ambos conceptos en uno solo nos ha privado de esa sutileza que diferenciaba el sexo de la vida, el deseo del impulso vital; a pesar de ir ambos, casi siempre, de la mano. Hoy, cuando las consultas de los sexólogos se llenan de personas (antes mujeres, pero ahora también hombres) que confiesan estar sin deseo, uno puede preguntarse si lo que han perdido son las ganas de sexo o las ganas de vida. O ambas a la vez, porque están muy conectadas.
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“Del deseo se sabe muy poco. Funciona de manera un tanto misteriosa y es una percepción subjetiva”, explica Francisca Molero, ginecóloga, sexóloga, directora del Instituto Iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología.
“Lo que se sabe es que hay personas deseantes, que son aquellas que tienen curiosidad, ganas de disfrutar al máximo, de vivir, de acumular experiencias.
El deseo está muy relacionado con el placer y los circuitos de recompensa, con determinadas hormonas y neurotransmisores. Y luego hay personas menos motivadas, porque el deseo se aprende, al igual que el placer. A los niños se les motiva, o no, a tener vivencias, a probar cosas, a participar, a ser curiosos, a jugar. A desear”.
Es paradójico que nos quejemos de haber perdido el instinto básico (deseo) en sociedades cada vez más asépticas, que hace tiempo que han dado la espalda a la biología en aras de la cultura, la ideología o el consumismo. La mayoría vive como un robot asexuado de lunes a viernes y pretende convertirse en un dios del sexo el sábado por la noche. La pregunta es, ¿podemos permanecer como seres deseantes en sociedades frígidas?
“Ahora, que hay más libertad sexual que nunca, hay menos deseo que nunca porque estamos más estresados que nunca”, señala Antoni Bolinches, licenciado en Filosofía, Psicología, sexólogo y profesor del Máster en Sexología Clínica y Salud Sexual, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona. Bolinches es también autor de varios libros, como Amor al segundo intento, Sexo sabio o, el último, Mis mejores pensamientos, una recopilación de reflexiones y aforismos personales, también sobre la sexualidad.
“Es verdad que en situaciones límite, como guerras o catástrofes, la libido puede activarse en algunos sujetos, aunque en un porcentaje minoritario, porque la gente tiene otras prioridades, como sobrevivir. Pero en la situación en la que estamos, con un estrés de media intensidad, crónico, lo que ocurre más bien es que se va minando la energía vital. Se crea una apatía muy mala para el deseo sexual”, sostiene.
El estilo de vida, como en casi todo, es fundamental para mantener una libido entrenada; empezando por los factores fisiológicos. Largas jornadas laborales, pocas horas de sueño (en España se duerme muy poco), alimentación inadecuada, falta de ejercicio físico y determinados fármacos (como antidepresivos o ansiolíticos) nos quitan las ganas. Pero a esto hay que sumar la cultura vigente en cada sociedad.
y preguntarse si esta es deseante o castradora. “Con la buena intención de educar en igualdad, respeto y consentimiento, muchas veces explicamos mal estos términos, o de manera que pueden ser malinterpretados, y lo que estamos es provocando un enfrentamiento entre los sexos, o generando sociedades donde el deseo es visto como algo peligroso, hostil, hiriente. Por lo tanto, creo que hay que ser muy cuidadosos y prudentes en cuanto a los mensajes que enviamos y los análisis ideológicos que hacemos de cuestiones como la igualdad y el consentimiento”, aclara Guillermo González Antón, médico, sexólogo, especialista en bioética y derecho y vicepresidente de la Federación Española de Sociedades de Sexología.