Descubrieron por qué algunas personas con COVID-19 nunca tuvieron síntomas

Aunque ya no está declarada como emergencia sanitaria, la enfermedad COVID-19 aún continúa afectando a los seres humanos.

El coronavirus sigue circulando en el mundo y por eso la pandemia no terminó. Entre la segunda quincena de junio y la primera de julio, se reportaron más de 836.000 nuevos casos confirmados y más de 4.500 muertes, según la OMS.

Los casos de personas con síntomas que se testean y se notifican desde fines de 2019 ya son más de 768 millones. Existen también muchos otros que tienen síntomas, como fiebre, escalofríos, tos, dificultad para respirar, fatiga, dolores musculares y corporales, dolor de cabeza o pérdida reciente del olfato o el gusto, entre otros, pero que no acceden a las pruebas para tener el diagnóstico y no se reportan.

Además, están los casos de personas que adquieren la infección pero que no manifiestan síntomas. Son al menos el 20% de los individuos infectados por el coronavirus: se los conoce como los “asintomáticos”, y han sido un gran interrogante para las ciencias.

Ahora, un científico brasileño, Danillo Augusto, que investiga en el Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de Carolina del Norte en Charlotte, Estados Unidos, y de Programa de Postgrado en Genética de la Universidad Federal de Paraná, en Curitiba, Brasil, fue el primer autor de una investigación que demostró cuál es la variación genética común entre los asintomáticos.

El doctor Augusto y un equipo de colaboradores reportó el hallazgo en la revista Nature. Consiguieron identificar una mutación genética que está relacionada con una mayor probabilidad de evitar los síntomas durante la infección por el virus.

Descubrieron que las personas portadoras de la variante tenían más del doble de probabilidades de permanecer asintomáticas tras infectarse con el coronavirus. Y las portadoras de dos copias de esa variante tenían más de ocho veces más probabilidades de no presentar síntomas.

Esa mutación podría dar una ventaja a las células del sistema inmune de las personas que han estado expuestas previamente a coronavirus “estacionales”, que son causantes del resfriado común.

En el inicio de la pandemia, la científica Jill Hollenbach, de la Universidad de California en San Francisco, el doctor Augusto, y los colegas querían investigar si determinadas versiones de HLA conducían a que las personas que se infectaban con el coronavirus resultaran asintomáticas.

Sin embargo, por las medidas de restricciones en la movilidad para la prevención del COVID, era imposible hacer que los voluntarios vayan al laboratorio para participar en un estudio.

Entonces, los investigadores idearon un procedimiento sin contacto, reclutando a un grupo de casi 30.000 personas que se habían inscrito para donar médula ósea y, por tanto, ya se habían sometido a pruebas para determinar su complemento HLA.

Los participantes se descargaron una aplicación de teléfono móvil y la utilizaron para registrar cualquier síntoma, incluso los más leves, como el goteo nasal o el picor de garganta, que persistiera durante al menos tres días.

De los más de 1.400 sujetos que dieron positivo en la prueba del coronavirus durante el estudio, 136 declararon no sentirse enfermos. El 20% del grupo sin síntomas presentaba la misma versión del gen HLA-B, conocida como “HLA-B15:01″. En cambio, sólo el 9% de los sujetos que declararon síntomas en la aplicación eran portadores de esta variante del HLA. Los participantes con dos copias de HLA-B15:01 -una heredada de cada progenitor- recibieron aún más protección. Tenían ocho veces menos probabilidades de sufrir síntomas que las personas con otras variedades de HLA-B.

Para determinar cómo la variante HLA-B actuaba en la prevención de los síntomas, los científicos recurrieron a muestras de sangre recogidas de otras personas antes de la pandemia.

En el 75% de los donantes de sangre con HLA-B*15:01, las células T reconocieron un fragmento de la proteína de la Espiga del coronavirus del SARS-CoV-2, que permite al virus entrar en las células. Las células T parecían dispuestas a luchar contra el virus, a pesar de que los sujetos nunca se habían enfrentado a él.